Libertad sin cargas

Moncloa se da solo un 1% de opciones el 4-M... y eso explica el giro de la campaña

Los candidatos a la Presidencia de la Comunidad de Madrid posan con mascarilla antes de emprender una campaña electoral a cara de perro.
Redondo se da un 1% de opciones en Madrid... y eso explica la campaña
EP

Moncloa transmitía un mensaje muy claro apenas días antes de que arrancara la campaña electoral en Madrid, véase que las opciones de la izquierda para gobernar eran muy limitadas. “Sabemos que las posibilidades de que Ayuso gane y pueda formar un ejecutivo con Vox son del 99%. Sin embargo, hay una ventana de un 1% en que sumamos. Y a eso vamos a aferrarnos para jugar el partido”, se deslizaba, aun admitiendo que el candidato en liza no era el mejor ni seguramente el elegido si se hubiera dispuesto de más tiempo para preparar la jugada. Con ese planteamiento de base y para sostener el argumento, se insistía en que la mayor parte de los comicios madrileños en democracia se habían sustanciado por poco margen, si acaso por uno o dos diputados. Y por tanto, 21.000 votos arriba o abajo podían cambiar de un plumazo la ecuación. Completaba ese cóctel la debilidad de Ciudadanos y la posibilidad cierta de que dejara de tener representación en la Asamblea, con su buen puñado de sufragios susceptibles de poner rumbo al voto útil. A partir de esa radiografía, es más fácil interpretar lo que ha sucedido en estas dos semanas y lanzar hipótesis más certeras sobre lo que vendrá una vez se conozcan los resultados.

Para empezar, desde esa posición de los peones se entiende mejor la batalla campal ideológica en que las principales formaciones han convertido la pugna. Ayuso se apresuró a presentar las elecciones como una dialéctica entre comunismo y libertad apenas Pablo Iglesias dejó el Gobierno y se hizo carne en Madrid para disputarle la presidencia regional. El líder morado, por su parte, no dudó en tirar de fascismo para identificar a Vox y, por extensión, a la derecha conservadora. El aspirante socialista, Ángel Gabilondo, dejó de ser él mismo y se embarcó también en esa retórica, al punto de abrazar -y alentar- el frente común con el candidato podemista. Como bien explicaba Fernando H. Valls en estas páginas, la postrera llamada monclovita para que abandonara el famoso debate de la SER después de que Iglesias había hecho mutis por el foro demuestra hasta que punto su concurso ha estado monitorizado y condicionado desde la Avenida Puerta de Hierro. Deberían reflexionar todos los implicados en el ‘affaire madrileño’ sobre el nivel de crispación al que han sometido a la vida política. Lo último que necesita esta sociedad en plena crisis económica son descerebrados dispuestos a meter balas en cartas.

Bajo esa presión, Mónica García ha sido el mejor ejemplo de que otra vía es posible. La apuesta de Más Madrid, que para la gran mayoría de electores apareció de ninguna parte, ha demostrado que se puede hacer camino con convicción, carisma y propuestas. Su primera réplica a Iglesias, negándose de plano a integrar una candidatura común con quien, a fin de cuentas, era un advenedizo en la comunidad, ya alertó de una voz propia. Los sondeos, en permanente ‘crescendo’ para su formación desde que empezó la campaña, no solo han certificado el acierto de marcar distancias con el exvicepresidente del Gobierno, sino que le acercan peligrosamente a Gabilondo en la punta de lanza de la izquierda. Cercana, reconocida profesional de la sanidad, con sus conflictos para compaginar vida laboral y familiar, defensora de lo público… No es difícil identificarse con sus inquietudes y las soluciones que esgrime, independientemente de la opción ideológica personal. Por suerte, el ecosistema propio creado en torno a las elecciones madrileñas ha puesto en el foco que un modelo de izquierdas alejado de las estridencias de Pablo Iglesias es posible. Con una legislatura autonómica que apenas durará dos años, el candidato que necesita Iván Redondo para Madrid debe estudiar con mimo el ‘caso Mónica’.

La oposición desde Madrid a la reforma fiscal que prepara Sánchez, con un modelo impositivo concebido desde una clave liberal, más benévolo para la localización empresarial y el consumo privado, no parece un mal negocio

De hecho, si de algo no hay duda a la vista de la implicación del presidente del Gobierno en el proceso es de que una victoria/derrota de Gabilondo en Madrid es también un éxito/fracaso de Sánchez. Del mismo modo que el rotundo acierto de la ‘opción Illa’ para Cataluña fue capitalizado sin ambages por las huestes de Moncloa, lo que termine aconteciendo en la capital debe ser contabilizado en su haber/debe. En un segundo nivel de análisis, no faltará quien destaque el choque de gurús, esto es, la partida de ajedrez disputada en la distancia entre el propio Redondo y Miguel Ángel Rodríguez, quienes -por si alguien lo duda- mantiene una más que buena relación personal. A 48 horas de conocer el resultado de los comicios, sí se puede constatar al menos que ambos han sido fieles a su ‘modus operandi’. Mientras que el primero ha buscado montar la mejor campaña posible con la ideología como una ‘commoditie’, el segundo se ha mantenido fiel a la ideología para montar la campaña. En el caso de MÁR, hasta el punto de generar indisimuladas tensiones con Génova por el férreo control mantenido desde la Puerta del Sol sobre las líneas maestras del proceso electoral, claramente alejadas del giro al centro de Teodoro García Egea.

¿Y las implicaciones políticas para el territorio nacional? Lo que sucede en Madrid se queda en Madrid, argumentan desde el entorno del presidente. Desde luego, incluso por perfiles políticos, resulta difícil replicar en otro entorno el paradigma madrileño. Por otra parte, no cabe duda de que la legislatura a nivel nacional está perfectamente allanada en términos económicos. Un alto responsable político confesaba esta misma semana que los fondos europeos, aunque puedan llegar tarde, supondrán una auténtica bombona de oxígeno para la economía -y para el Ejecutivo- “aunque se usen mal”. Esto es, el efecto dinamizador de tamaña inyección de capital (27.000 millones solo este año) aportarán puntos al PIB por sí solos y al margen del ‘efecto tracción’ que puedan generar sobre el tejido productivo. En la medida en que PSOE y Podemos no pueden concurrir a las próximas elecciones generales de la mano, cabría esperar la escenificación de una ruptura meses antes del límite legal para una convocatoria, pero adelantar cualquier proceso no está hoy en la cabeza de quienes gobiernan. Si se cumplen los sondeos y al bloque PP-Vox le salen las cuentas, la Comunidad de Madrid se afianzará como la aldea gala que ha sido hasta hoy, refractaria y hasta beligerante con todo lo que huela a intervencionismo en la economía, y, más importante, a cualquier subida fiscal que plantee el Gobierno central.

Y es que cuando amaine de verdad la pandemia, a lomos de la vacunación en marcha, empezaran a suscitarse debate ahora secundarios. La ideologización de la campaña madrileña ha aparcado el pulso fiscal que asomó de la mano de María Jesús Montero, y que golpeó en el arranque de la campaña el discurso de Gabilondo pese a los paños calientes aplicados por la vicepresidenta Calviño. No en vano, la comisión de expertos escogida por Hacienda para elaborar una propuesta de reforma tributaria -salpicada de partidarios del federalismo fiscal- tiene hasta febrero de 2022 para presentar su hoja de ruta… y nadie duda de que la armonización de la que habla la ministra andaluza -para impuestos como Sociedades, Sucesiones y Donaciones o Patrimonio- es un estupendo eufemismo del vocablo ‘subir’. En esa tesitura, la oposición desde Madrid con un modelo impositivo concebido desde una clave liberal, más benévolo para la localización empresarial y el consumo privado, no es un mal negocio para la ciudadanía. La victoria del frente de izquierda pondría una alfombra roja a esa reforma tributaria que el tándem Sánchez-Iglesias dejó apalabrada para la segunda parte de su mandato. Un día para reflexionar.

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