OPINION

Sánchez, el nuevo 'Capitán Plasma', frente al espejo de Ana Botín

Ana Botín y Jesús Calleja en Groenlandia.
Ana Botín y Jesús Calleja en Groenlandia.

Diciembre de 2011. El flamante presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se apresta a comunicar su primer gabinete ministerial, véase los Santamaría, Guindos, Montoro… Lo hace en un lugar solemne, la Sala de Tapices de La Moncloa, enclave donde habitualmente se reúne el Consejo de Ministros. Sobrio, ataviado con traje oscuro y corbata azul, se dedica a leer la relación de los elegidos. Tarda apenas 97 segundos. No quiere preguntas, solo “técnicas”, dice. De hecho, al final, ni siquiera las aborda. Fue la primera vez que dejó a los periodistas con un palmo de narices. Es más, con los meses incluso depuró el sistema. No en vano, fue ya en 2013 cuando llegaron sus gloriosas intervenciones para explicarse sobre el ‘caso Bárcenas’. En ellas, el jefe de Ejecutivo solventó el escollo ante los miembros de su propio partido con los periodistas escuchando su alocución a través de televisiones de plasma y, por supuesto, sin poder formular pregunta alguna. Ganó entonces el líder popular su apodo de ‘Mr. Plasma’, una forma de resaltar su falta de transparencia. Su método parecía imbatible… pero entonces llegó Pedro Sánchez.

El nuevo presidente del Ejecutivo convocó a los medios este domingo para anunciar su gabinete. En realidad, no tenía mucho sentido que lo hiciera, en tanto los nombres ya habían sido habilmente filtrados a los medios afines en los días previos a la comparecencia. Antes de cualquier reflexión, llama la atención que Sanchez, que tantos discursos ha formulado -e incluso tantas carreras ha corrido- en defensa de la conciliación de la vida familiar y laboral, se haya abonado a hacer sus anuncios en fin de semana. Tras convocar la sesión de investidura en sábado y domingo, ayer se apareció en los hogares a la hora de la paella, convenientemente camuflado entre la final de la Copa ATP de tenis y los cambios de Reyes. En el corrillo con periodistas tras su intervención se justificó; en apariencia, necesitaba tiempo para terminar de conformar su plantel. No es casualidad, si se admite el argumento, que el último ministro en ser designado haya sido el de Justicia. Mal ejemplo, en todo caso, a no ser que uno quiera pasar de puntillas o directamente esconder pactos de gobernabilidad poco deseables.

Más lamentable es, no obstante, que Sánchez planteara una “declaración institucional”, véase sin preguntas, remitiendo cualquier cuestión a una rueda de prensa a celebrar tras el Consejo de Ministros del martes. En suma, un nuevo ‘Capitán Plasma’ depurado y perfeccionado. Y es que todo movimiento en el presidente del Gobierno parece responder a una partida de ajedrez arteramente preparada por sus ilustrados fontaneros, en la que lo más importante es el poder y su ejercicio, y no las necesidades o urgencias de los ciudadanos. No es de recibo que el líder socialista, para escenificar su condición de ‘macho alfa’ frente a las huestes de Iglesias, juegue a voluntad con unos tiempos que ya escasean. Tampoco que, como viene intuyéndose, acompase sus tiempos a los de la justicia para acomodar su relación con un independentismo que jamás debió ser sostén de investidura alguna. Desde el arranque, falta fondo y convicciones en esta legislatura, que nace yerma.

Deberían aprender Rajoy y, por supuesto Sánchez, de la presidenta del Banco Santander, Ana Botín, que la semana pasada se ‘desnudaba’ en el programa de televisión 'Planeta Calleja', durante un viaje a Groenlandia. La ejecutiva no solo aprovechaba para mostrar su preocupación por cuestiones que afectan al común de los mortales, como el cambio climático o el feminismo, sino que se mostraba tal y como es ante una cámara, lo que implica un enorme grado de valentía. En efecto, muchos de los televidentes pensarán que su vida es insufrible -con una agenda configurada a tres años vista y por espacios de quince minutos-, otros se quedarán con su falta de tolerancia a la impuntualidad para cenar o su necesidad de tener acceso al wi-fi, pero los más se identificarán con la puntual falta de sintonía con su padre o su encaje de bolillos para coordinarse con su marido. En suma, humanizarán -o en su defecto conocerán- de primera mano el personaje y eso, al final, redundará en la reputación propia, de la institución y del propio sector financiero.

Lo explicaba en LinkedIn el propio vicepresidente del banco en España, Juan Manuel Cendoya, a la sazón responsable de la comunicación de la entidad. “Participar en ‘Planeta Calleja’ permite conectar con nuevas audiencias que habitualmente no siguen la actualidad financiera del banco y desmitificar la imagen, a veces llena de prejuicios y falsas creencias, del Santander y de su principal ejecutiva”. Y recordaba el beneficio que puede aportar a las empresas establecer canales de proximidad con clientes y, en general, con la ciudadanía. “Los servicios financieros, en particular, se encuentran entre los sectores con menor reputación (…) Estamos llevando a cabo una transformación profunda de nuestro comportamiento y compromiso con los principios de banca responsable y es importante que lo comuniquemos”. Cualquier que haya pasado tiempo con un directivo del sector sabe que la preocupación es genuina, sobre todo a raíz de sentencias judiciales como la relativa a los gastos hipotecarios o de prácticas reprobables como la venta de productos sofisticados a colectivos no suficientemente informados.

Las empresas han recibido el nuevo Gobierno con buenas palabras y disimulado temor. Según desvelaba esta semana un alto cargo del Ibex 35, ya se ha dado orden en la compañía para que todos los comportamientos no solo sean irreprochables -como ya lo son-, sino que también lo parezcan. La derogación de la reforma laboral, que puede hacer un roto de proporciones isabelinas a un sector en plena reestructuración como la banca; la inminente subida de impuestos, y medidas ya en marcha pero no aplicadas en toda su extensión y ahora en manos de Podemos como el control horario, provocan una inquietud evidente a poco que se ponga el termómetro al tejido empresarial. Una pena que, cuando el foco público debería estar puesto en facilitar la labor de las empresas -por ejemplo, acompasando los perfiles técnicos que necesitan con unos planes universitarios cada vez más obsoletos-, el mayor esfuerzo se encamine en demonizar a los empresarios, como se ha esmerado en hacer Iglesias con Amancio Ortega. Por eso, en este marco, todavía tiene más valor la exposición, el activismo y la participación en el debate público de primeros espadas como Botín. Que no sea una gota en el océano.

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