Libertad sin cargas

Ucrania, una guerra larga para afrontar un "invencible verano"

El presidente del Ucrania, Volodímir Zelenski, interviene por videoconferencia en la primera jornada de la cumbre de la OTAN
Ucrania, una guerra larga para afrontar un "invencible verano"
EFE

Oliver Wendell Holmes Jr., afamado jurista hijo del no menos insigne poeta estadounidense, hablaba sin ambages de la “incomunicable” experiencia de la guerra. Lo había vivido en sus carnes, tras una juventud marcada por el conflicto civil que enfrentó al Norte y al Sur en la mitad del siglo XIX. En el corazón de Europa, en pleno siglo XXI, el ruido de las bombas sigue escuchándose con la misma crudeza, al punto de que en las principales cancillerías comunitarias ya se desliza sin margen a la incertidumbre que el 24 de febrero, con la invasión rusa de Ucrania, se alumbró un nuevo orden internacional. Más inquietante si cabe, los diplomáticos sobre el terreno tienen claro que nos enfrentamos a una contienda larga, cuya duración no se medirá en meses, sino en años, con las implicaciones que eso tendrá en vidas humanas -lo principal-, pero también en términos políticos y económicos. En ese escenario, no es difícil inferir que dentro de la gran guerra, de la guerra larga, habrá otras muchas guerras más domésticas que no se librarán en el campo de batalla sino en burgueses hogares europeos. El invierno que viene será una prueba de fuego y de cómo se entienda esa nueva realidad dependerán procesos políticos sobrevenidos, por ejemplo los electorales. Italia lo sabe bien, España lo afronta en el horizonte.

“En el verano vamos a ver un frenazo de las operaciones, y eso incluso puede provocar una falsa sensación de que la guerra apunta a su fin, pero nada más lejos de la realidad”, explican fuentes con información sobre el terreno bajo condición del anonimato. Lo cierto es que la maquinaría de guerra rusa, preparada para producir en tiempos de paz, no da abasto para proveer de material a los ejércitos, y el estío servirá para tomar impulso de cara a los meses que llevarán a la campaña invernal, cuando más presión puede ejercer el Kremlin sobre el continente por la vía del gas. Por otro lado, estas fuentes aseguran que el envío de armas a la resistencia ucrania por parte de los países europeos y del entorno OTAN les permitirá resistir de forma prolongada en el tiempo, en un territorio además extenso cuya toma total no puede plantearse de un día para otro. “A largo plazo los rusos de a pie sufrirán y los ucranios soportarán un dolor indecible por la vanidad de Putin. Ganar significa abastecer de recursos y apuntalar Ucrania como un estado soberano, viable y con sentimiento occidental (…) Ucrania y quienes le respaldan tienen los hombres, el dinero y el material para derrotar a Putin. ¿Tendrán todos ellos la voluntad?”, se preguntaba ‘The Economist’ en un reciente editorial en el que también apostaba por una guerra larga.

Los meses de batalla han revelado también fallas que abonan la teoría. Para empezar, llamó la atención desde el principio la falta de precisión y lo obsoleto de la tecnología militar rusa. “Algunos observadores han advertido de la debilidad de algunos vehículos, como los carros de combate. Sin embargo, lo más chocante es que en ocasiones se esta más cerca de movimientos propios de la Primera Guerra Mundial que de la Segunda, cuando se pasó de las trincheras al aire”, exponen fuentes diplomáticas comunitarias. “Los generales rusos presentan una preparación similar a los que tenemos en el ámbito OTAN. Sin embargo, los nuestros dirigen las operaciones desde una pantalla, casi como en una película. Estamos viendo a los generales rusos sobre el terreno, desesperados en el día a día por la falta de competencia de los mandos intermedios. Eso revela una enorme carencia de sus ejércitos, al punto de que los altos mandos se ha visto obligados a dirigir las escaramuzas a pie de calle, metro a metro, provocando ya una docena de bajas en la cúpula militar. Esta evolución de los acontecimientos es sorprendente y avala un planteamiento a largo plazo”, remachan. Con una coda final: “Incluso aún cuando Rusia se dé satisfecha con el territorio conquistado, ¿cuántos años tendrá que mantener un ejército de ocupación en la zona? Tenemos experiencia con Afganistán”.

La prolongación en el tiempo de la crisis económica abocará a un nuevo equilibrio económico/energético, con alianzas inéditas y nuevos ‘amigos’ considerados no hace mucho de malas compañías

En el terreno diplomático, tampoco hay muchas dudas de que los bandos se han conformado para un conflicto de largo aliento. Si los cambios en las relaciones internacionales se fraguaban durante años antes de que estallara la actual conflagración, ahora los movimientos son rápidos y casi intuitivos. Solo así, desde la gran fotografía, puede entenderse por ejemplo el giro español con el Sáhara. Tras el órdago de Putin, los riesgos del Sahel y la influencia rusa en Argelia, era lógico que la indolencia de otros tiempos se tornara súbitamente en ‘realpolitik’. Es más, no se puede explicar la crisis política en Italia, con la dimisión de Mario Draghi como primer ministro, sin la guerra y su impacto en la fractura del Movimiento 5 Estrellas. Todo dentro de un caldo de cultivo fenomenal para los tentáculos de los terminales rusos, con casi un 50% de la población preguntándose qué se le ha perdido al país transalpino en Ucrania y por qué deberían enfrentarse a los intereses rusos. Y es que, si bien Moscú ha escenificado en el terreno militar notables carencias, difícilmente encuentra rival en la guerra de la desinformación, las redes y las interferencias políticas. “Han llevado las técnicas de la inteligencia y del espionaje a las mismas relaciones internacionales. Y si pueden desestabilizar un país y buscar grietas en el enemigo, lo van a hacer. De hecho, no entienden y deslizan entre bambalinas que nosotros tengamos tantos escrúpulos a la hora de hacer lo mismo con ellos”, explica un político español de larga trayectoria y con vínculos con la política exterior.

El golpe a Italia es al mismo tiempo una advertencia para las economías europeas y, especialmente, para las del sur, pendientes ya de las primas de riesgo. Si Draghi, el salvador del euro con su ‘whatever it takes’, no es capaz de aglutinar a las fuerzas políticas en su país e Italia vuelve a ser Italia, una gota más caerá en un vaso a punto de colmarse. De hecho, hay pocas dudas en el gobiernos europeos de que el parón por mantenimiento en el gasoducto NordStream I supondrá un corte definitivo en el suministro de gas ruso a la UE, abocando a un invierno de limitaciones y a una economía de guerra en la rica Europa. Con una inflación en el doble dígito y los tipos de interés a punto de empezar su particular Tourmalet, los hogares se enfrentan a un inevitable empobrecimiento y a unas peores condiciones de vida. Una senda devastadora si el precio de una energía desbocada terminar por someter a las industrias, con el consiguiente impacto en un empleo aún no del todo recuperado del episodio pandémico. La prolongación en el tiempo de la crisis económica abocará a la formación de un nuevo equilibrio económico/energético, con alianzas inéditas y nuevos ‘amigos’ considerados no hace mucho malas compañías. Por el camino, desde luego, tocará rescatar energías que parecían proscritas para siempre.

Wendell Holmes unía su reflexión sobre los efectos espirituales de la guerra con una convicción profunda: “Hemos compartido la incomunicable experiencia de la guerra. Hemos sentido, aún sentimos, la pasión de la vida en su punto culminante. En nuestra juventud, nuestros corazones fueron tocados por el fuego”. Un sentimiento no muy diferente al del filósofo francés Albert Camus, que en una breve colección de ensayos titulada ‘El Verano’ y publicada en 1954, rememoraba los días de la ocupación nazi. “En medio del odio me pareció que había dentro de mi un amor invencible. En medio de las lágrimas me pareció que había dentro de mí una sonrisa invencible. En medio del caos me pareció que había dentro de mi una calma invencible. Me di cuenta, a pesar de todo, de que en medio del invierno había dentro de mí un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque no importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mí hay algo mejor empujando de vuelta”. Se preguntaba Joyce, en ese delicioso relato que es ‘Los muertos’, si es mejor dejar este mundo impúdicamente, en el arrebato de una pasión, o marchitarse lentamente consumido por la edad. Este invierno, como en los anteriores y como en la Irlanda que pintó Joyce, la nieve caerá lánguidamente, sobre los vivos y sobre las tumbas de los muertos. Ucrania es una llamada a Europa para que decida cómo desea vivir y -si toca- morir, y eso dependerá también de la capacidad de cada uno para encontrar, ahora que asoma el verano, lo que de “invencible” anida en su interior. Las pruebas de fuego, mejor disfrutarlas.

Mostrar comentarios