OPINION

Adiós Bruselas, adiós

Adiós Bruselas, adiós. / EFE
Adiós Bruselas, adiós. / EFE

Este título tiene tan solo tres palabras. Y son muchas, porque la primera actuación de la Unión Europea para superar la crisis económica que dejará el coronavirus deja sin ellas.

Tras más de seis horas de videoconferencia, evitando así la vergüenza de mirarse a la cara, los Jefes de Estado y de Gobierno de la UE mantuvieron una reunión para acordar celebrar otra en quince días. Una gran derrota para el europeísmo, teniendo en cuenta que estamos viviendo la mayor crisis económica, social y política en el continente desde la Segunda Guerra Mundial.

La parálisis durante estas seis horas son una clara imagen de un secreto a voces: Europa siempre se ha movido a dos velocidades. La de la Europa rica y próspera y la de los que no lo somos.

La primera es la identificada con la de los mercaderes, la que prima y justifica sus libertades comerciales fundamentales: la circulación de capitales, mercancías, servicios y trabajadores por encima de la de sus propios ciudadanos. Todo por y para ello. Es la Europa de los déficits saneados, de aquellos que cumplen las normas que ellos mismos se han dado y establecen claramente el precio de su ayuda. Se llama 3% de déficit sobre el PIB y una deuda del 60% sobre el mismo valor. Son las clausulas del contrato por las que los Estados miembros vendimos nuestras almas en su momento. Nos guste o no, Pedro Botero pasa a reclamar su factura en el momento más inoportuno.

Con el paso del coronavirus, Francia, Italia y España pasan a encabezar la segunda de ‘Las Europas’. Es la que necesita, sí o sí, ayudas para intentar salir de una ola que puede llevarse muchas cosas por delante y no solo la economía. Junto a ellos, una voz en Lisboa, la del presidente portugués António Costa, parece alzarse calificando la actitud de la primera Europa, la de La Haya y Berlín, de “repugnante, repulsiva, y sin sentido”.

Tiene razón el luso. El bloqueo germano-holandés parece dispuesto a condenar a España, Italia, Portugal e incluso Francia a impedir socorrer a sus ciudadanos. ¿Qué otra cosa más importante puede haber para un Estado? Se pueden entender perfectamente las consideraciones económicas, el equilibrio de poderes entre la Comisión y los Estados, la necesidad de ahorrar en tiempos de bonanza, de respetar escrupulosamente las orientaciones que se dictan desde Bruselas, de confiar lo más sagrado -y necesario en tiempos de crisis- de un país como la política monetaria o incluso las relaciones exteriores en un ente situado a miles de kilómetros de distancia. Se puede entender todo menos que un bombero corte el agua cuando un edificio está ardiendo por los cuatro costados.

Y es que esa parece su actitud. Como en cualquier contrato, la letra pequeña es la que marca las diferencias. ¿Qué ocurre si un país rebasa estos sacrosantos límites? Se activa el procedimiento de déficit excesivo. Dicho de otra manera, los hombres de negro comienzan a preparar sus maletas para desembarcar en la segunda de las Europas para intervenir directamente su economía. Ese parece un peaje que muchos países no estarían dispuestos a pagar de nuevo tras la crisis de 2008.

Ese gesto ya le costó a la Unión Europea mil puntos de subida en su prima de riesgo particular: la desafección. Un sentimiento que ha crecido en la primera de las Europas, la avanzada, la que ve como la ultraderecha se hace poco a poco con el Gobierno de las grandes naciones. Primero en las regiones, encabezada por Thierry Baudet, del euroescéptico y xenófobo Foro para la Democracia. Un partido que no puede permitir abrir la mano al Sur, mientras el Norte pueda apañárselas solo. Alemania le acompaña, concretamente en Turingia, donde Alternativa para Alemania, de Thomas Kimmerich, es el partido clave para la gobernabilidad de uno de los landers más poderosos del gigante europeo.

Una vez alcanzado el poder regional, el euroescepticismo asciende institucionalmente. Aunque sea con otras siglas, en realidad son estos partidos los que condicionan y determinan la posición de sus respectivos países en el seno del Consejo Europeo. Sí, la ultraderecha, aunque sea indirectamente, ha llegado al poder en Bruselas.

Si algo está demostrando esta crisis es la falta de estrategia o de visión en la toma de decisiones. Al frente euroescéptico, cuando no eurófobo en el Norte, se le unirá otro y bien fundamentado en el Sur como no cambien las cosas. Si Bruselas, Europa, a fin de cuentas, le niega la ayuda, cuando no la palabra, a España, Francia, Italia o Portugal, veremos crecer en el tiempo un nuevo polo contrario en forma de populismo meridional antieuropeo.

No serán pocos los partidos y ciudadanos de estos países que comiencen a preguntarse por la actuación de una Unión Europea ensimismada en su diversidad, en lugar de su unidad. Un punto que puede poner en común a izquierdas y derechas en torno a la conveniencia de una institución que no parece cumplir la primera de las misiones de una organización: su utilidad.

Y es que Europa tiene un problema. No tiene respuesta para una pregunta básica: ¿para qué sirve algo que continuamente demuestra que no funciona? El Brexit ya respondió a esa cuestión en el pasado y lo podría hacer en un futuro en otros países.

Quince días. Ese es el plazo del ultimátum dado por el presidente del Gobierno español al resto de países para que presenten un plan conjunto para recuperar un continente de una catástrofe. Quince días es el doble del tiempo que necesitó el ejército ruso en destinar 150 militares a ayudar a la ciudad de Bérgamo. China apenas necesitó unos días para enviar su ayuda a Italia. Sin miramientos, sin protocolos, sin burocracias, que a menudo se convierten en la tenaza de un sistema ideado para bloquear cualquier tipo de iniciativa.

El cambio geopolítico que producirá esta crisis será de unas proporciones planetarias. El tradicional juego de poderes entre Rusia, China y Occidente puede resquebrajarse. Esta crisis está dando y quitando razones. También está dando y quitando argumentos para defender un proyecto nacido para ayudar a sus integrantes y que se está convirtiendo en una losa para los mismos.

La Unión Europea puede estar firmando su propia autodestrucción. Lo supranacional parece haber cedido el paso a lo intergubernamental. Esos conceptos que hemos estado defendiendo durante tantos y tantos años son otras de las víctimas geopolíticas silentes que dejará esta crisis. Lo más preocupante es que puede que no supondrá un hasta luego, será un adiós a una forma de entender el mundo en el que nacimos.

Mostrar comentarios