OPINION

Casado o cómo ganar unas elecciones con tres gotas de genialidad

Pablo Casado tras su victoria en las primarias del PP
Pablo Casado tras su victoria en las primarias del PP
EFE

La historia política rara vez se escribe en los discursos. De las miles de pláticas y arengas que se han pronunciado a lo largo de la Historia, apenas hay cuatro o cinco ejemplos de discursos inmortales, aquellos que marcan un punto de inflexión en el devenir de un país o de la Humanidad y que pasan a ser recordados durante generaciones.

El “I have a dream” de Martin Luther King, “sangre, sudor y lágrimas” de Churchill, “queridos descamisados” de Eva Perón o el “no os preguntéis que puede hacer vuestro país por vosotros, sino que podéis hacer vosotros por él” de JFK son solo algunos ejemplos de estas palabras que marcan los tiempos de la crónica universal.

Normalmente, el éxito de un discurso, su mayor o menor aceptación, depende básicamente del orador. De la capacidad de transmitir y de emocionar al público al que se dirige. En el escenario, la capacidad de conexión entre público y actor es fundamental. El orador no habla, transmite. El orador no comunica, emociona. El resultado se plasma en una comunión única entre emisor y receptor. Es el maridaje perfecto en el que la política se hace carne y que culmina con la ovación incondicional de un universo de personas rendido a los pies del protagonista.

Pablo Casado tras su victoria en las primarias del PP
Casado o cómo ganar unas elecciones con tres gotas de genialidad. / EFE

Sin embargo, la aparición de la televisión y la comunicación digital han supuesto un hándicap para el buen orador. Las emociones no admiten de pantallas intermedias que relativicen el efecto diferenciador de un discurso, que no es otro que el duende, la capacidad innata de comunicar y derribar las fronteras de la desconfianza entre la cámara y nuestros televisores. Es en estos tiempos cuando a la fuerza de un discurso debemos añadir la estrategia comunicacional. Saber exactamente qué queremos decir y cuál es el momento adecuado para ello, además de valernos del conocimiento exhaustivo del público al que queremos dirigirnos.

Retornando a la política en minúscula, es cierto que son pocas las ocasiones en las que un dirigente “se la juega”. Algún discurso importante ante el Congreso, una o dos veces al año. En el mejor de los casos una intervención ante la Asamblea General de la ONU, o algún encuentro planetario como aquel legendario entre el presidente de los Estados Unidos y el presidente del Gobierno español son las únicas oportunidades que puede encontrar un mandatario para hacer historia. Es el momento para el que todo político debe estar preparado.

Pues bien, el pasado sábado Pablo Casado consiguió hacer exactamente eso. Conectar con el público en el momento exacto en el que se la jugaba. Analizando el texto de su discurso vemos los grandes “must” que todo político debe tener en cuenta a la hora de convencer a su audiencia y diferenciarse de resto con una buena alocución, que en algunos casos puede servir para algo más que emocionar. Puede hacerte ganar unas elecciones.

1. No leer, sentir

Durante los 45 minutos de intervención, Pablo Casado no leyó, simplemente sintió lo que decía. Es cierto que todo mensaje público debe estar estructurado y responder a una lógica. El ahora presidente del Partido Popular tenía claro el orden y la dinámica de su intervención. La llevaba anotada, pero en ningún momento recurrió al papel para conectar con la audiencia. El mensaje se hace así más creíble y diáfano, lejos de la artificiosa mano de terceros. Sin papeles, sin asesores.

Fue directo al corazón. Sin rodeos. La comunicación se transforma de esta manera en algo personal, de igual a igual. Desciende al orador de la tarima o atril para estar a la altura de los ojos y la mente del receptor. Los menos cursis lo llaman atrapar al espectador y Casado lo consiguió, incluido a aquellos que no tienen siquiera ningún atisbo de votar en el futuro (cercano) al Partido Popular.

2. No generalizar, individualizar

Quizá este fue el aspecto más importante de su discurso. Si analizamos su intervención observaremos como se fue dirigiendo al conjunto de los compromisarios del recién bautizado partido de centro derecha. ¿Cuál fue el nexo común para dirigirse a las más de mil quinientas personas que le dieron su voto? Sencillo.

Acudió a lo que los técnicos de la comunicación llaman segmentación de públicos. En este caso, ¿qué otra cuestión puede unir a 3.000 compromisarios más que su procedencia autonómica? Pues bien, esa fue su táctica. Divide España en 19 cuestiones y asigna a cada Comunidad y Ciudad Autónoma el reto más importante que aborda y triunfarás. Así, tal y como estudiamos en EGB la estructura territorial del Estado, Pablo Casado fue nombrando una a una las autonomías y asignando desafíos.

Galicia continuando la buena gestión, Extremadura con el reto de la España rural, Cataluña con la unidad de España, Andalucía con la necesidad del relevo ideológico, Castilla La Mancha con la recuperación del poder, Asturias, Aragón, Valencia, Ceuta y Melilla… todas y cada una de las comunidades tuvieron su momento en un discurso que señalaba a los compromisarios aludidos en cada una de sus intervenciones. Incluso llegaba a dirigirse directamente a ellos. Cercanía, pero con respeto. Humildad, pero con altura de miras. Objetivo conseguido.

¿Cómo puede un compromisario votar en contra de un discurso dirigido directamente a su comunidad, a sus, a fin de cuentas, votantes?

3. No preocupar, ilusionar

Este fue el elemento diferenciador con Soraya Sáenz de Santamaría. Mientras que la ex vicepresidenta del Gobierno optó por señalar la diferencia entre candidatos, Casado obvió el combate directo en la arena. Esta táctica ya la puso en práctica - y muchos otros antes que él – el expresidente americano Barack Obama. Se acordarán del “Yes, we can”. Sencillo y fácil. Respondía a un mandato ya decadente de George Bush con una propuesta en positivo. No tanto poniendo en evidencia al opositor sino transmitiendo una alternativa posible, viable y lo que es más importante, ilusionante para su electorado.

En un país que vive momentos tensos, incluso agónicos, recién salido de la peor crisis económica de la historia de la democracia, Casado supo dar unas gotas de esperanza a la Nación “que se levanta cada mañana con ganas de mejorar”, a la misma España “de los pensionistas que ayudan a sus hijos estirando su pensión”. En definitiva, Casado supo comunicar en positivo. Hasta en los momentos más complicados es imprescindible ofrecer un hilo de esperanza al público y él lo hizo con maestría.

Evidentemente su discurso tenía un público bien definido, pero con apenas tres gotas de genialidad estratégica supo asegurar correctamente un partido que tenía empatado en el minuto 1 y que ganó, holgadamente, en el minuto 90. Nada más se le puede pedir a un discurso político que es que sirva para algo. El del sábado 21 de julio le valió al menos para meterse en el bolsillo el puñado de votos que necesitaba para ganar unas elecciones. En su mano queda que no sean las últimas.

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