OPINION

Cuatro jinetes 'geoapocalípticos' que determinarán el futuro en 2020

Fotografía de House of Cards de Netflix
Fotografía de House of Cards de Netflix
Netflix

Un nuevo año entra por la puerta y nos recuerda la necesidad de mirar hacia el exterior para encontrar las tendencias que caracterizarán la economía durante los próximos 12 meses.  La evolución de la geopolítica no se puede enmarcar en 365 días. Es fruto de una evolución constante, en la que los escenarios y las variables mutan continuamente. De esta manera, van dando forma a ese 'todo complejo' taylorniano que supone la cultura humana. En ella se desarrolla la geopolítica. Una cuestión que se ha convertido en un factor esencial para entender la economía mundial.

Y es que es cierto: las relaciones internacionales son cada vez más determinantes y complejas. Los conflictos larvados tienden a resurgir cada vez con más intensidad en aquellas zonas que parecían pacificadas. Son lugares en los que, sin embargo, las inestabilidades políticas campan a sus anchas. La consecuencia lógica de estos desequilibrios sociales no es otra que la inseguridad que, en mayor o menor intensidad, provoca movimientos económicos en aquellos países que la sufren.

El caballo negro: el 'neoaislacionismo' americano

EEUU siempre ha mirado por sus intereses. Desde sus orígenes, las relaciones internacionales norteamericanas han estado caracterizadas por la búsqueda de la maximización comercial. Ya en los primeros días de la república más poderosa que haya visto jamás la tierra, George Washington dejó clara la filosofía americana hacia el resto del mundo: “Nuestra gran regla con respecto a las naciones extranjeras está en la ampliación de nuestras relaciones comerciales, para tener con ellos tan poca conexión política como sea posible”.

El primer presidente de los Estados Unidos dejaba claro el rupturismo de la nueva nación hacia lo viejo, hacia una Europa que se empeñaba en optar por su sempiterna tendencia a la autodestrucción. En nuestros días, la administración Trump parece haberle tomado la palabra a George Washington. La retirada de Siria, la búsqueda de entendimiento con Corea del Norte, su pragmatismo con Rusia y la posición cauta pero firme con Irán parecen atestiguarlo.

Teniendo garantizada la supremacía militar en todos los frentes, Estados Unidos se vuelca en aplicar la doctrina de la diplomacia comercial con China. Ambos países están centrados en ir desmontando uno a uno los endiablados aranceles que fueron construyendo en 2019 con un objetivo claro: acabar con una guerra comercial que enloqueció a los mercados internacionales en el año que nos deja.

Durante este proceso el dinero, el gran capital, ha cambiado de manos y muchas fortunas se han materializado gracias a la volatilidad de la economía mundial. El problema es que para ganar mucho dinero hay que tener bastante dinero, por lo que la desigualdad y la brecha que separa a los países muy ricos de los muy pobres sigue ensanchándose, sumando un factor más de inestabilidad en el sistema.

Estados Unidos ha aprendido que, siempre que sus intereses no estén en peligro, la no intervención en terceros países es una opción que le puede reportar muy buenos dividendos. Únanle una opinión pública mundial crítica con cualquier acción americana y tendrán el cóctel perfecto para que asistamos al neoaislacionismo de la máxima economía mundial.

El caballo rojo: el imperio 'Otorruso'

Los lectores de esta sección son conocedores de una de las máximas de la geopolítica mundial. El espacio que deja libre una potencia es ocupado de inmediato por otra. En política internacional no hay lugar para timoratos o pusilánimes. El neoaislacionismo conlleva el florecimiento de otros polos que equilibran la balanza diplomática. Moscú y Ankara extienden sus redes fuera de sus fronteras. Si en 2019 hemos visto como estos dos países determinaban la suerte de Siria, 2020 tendrá en Libia su teatro de operaciones fundamental.

Tanto Rusia como Turquía parecen posicionar el Mediterráneo como su zona de influencia. Pese a hacerlo desde bandos diferentes, su presencia combinada es la respuesta al abandono estadounidense de ciertas zonas calientes del globo. El paralelismo con Siria es abrumador. Si en el país de Bashar al-Ásad el petróleo y las bases navales se sitúan al frente de la razón de Estado que llevó a Putin y Erdogan a actuar, en el caso de Libia, sus importantísimas reservas de gas y los más que posibles yacimientos de hidrocarburos en sus costas y Zona Económica Exclusiva justifican la presencia del nuevo imperio “Otorruso”.

La sombra de ambos países se alarga a otras zonas e incluso otros continentes. Venezuela y la dependencia turca de su oro o la presencia de uniformados rusos en Caracas son claras muestras de una realidad futura, que pasa por la luna menguante con estrella blanca y la tricolor rusa en aquellos espacios que deja Washington. Juntos y también revueltos, rusos y turcos están llamados a tomar posiciones en aquellas zonas que no responden a los intereses americanos.

El caballo bayo: el gigante durmiente

China ha demostrado que, en geopolítica, el país que menos se expone es el que sobrevive. Si hace unas décadas hablábamos del gigante dormido, hoy nos damos cuenta de que en realidad simplemente estaba esperando.

Esperaba que su economía explotara, empujada por la irreversibilidad de un proceso económico que ya tuvo lugar con Mao Tse-Tung, el líder que cambio granjas por fábricas. Esperaba que su liquidez se convirtiera en estratégica para comprar deuda de sus competidores, con Estados Unidos a la cabeza. Esperaba a que sus fondos y empresas crecieran lo suficiente como para adquirir compañías en todos los sectores estratégicos de prácticamente todos los países desarrollados; y esperaba construir una fuerza naval capaz de, al menos, toser a la poderosa marina americana en el Mar de China. Este será el futuro punto de conflicto a gran escala que verá nuestra generación.

No todo en China son buenas noticias. Durante 2020 veremos como el gran enemigo del Estado chino saldrá a la calle. Este adversario no es otro más que la escalada social en un país cada vez más desigual y en el que las tensiones entre ciudades se situarán en el centro de las protestas.

El ejemplo de Hong Kong, lejos de suponer una reivindicación política, no deja de poner de manifiesto la existencia de una economía que no crece a la misma velocidad que el resto de ciudades que la rodean como Shanghai, Chongquin, Shenzhen o Beijing.

El caballo blanco: menos uniones y más naciones

Las cicatrices de la historia europea pueden verse claramente en los mapas. En pocos lugares del mundo se puede observar tanto sufrimiento como el que se desprende de sus límites fronterizos. Cada raya y punto trazado se superpone a una guerra, a un Tratado, a una capitulación que refleja la idiosincrasia de un continente ensimismado en sus problemas y reacio a admitir que ya no es el gigante económico de hace un cuarto de siglo. Por el contrario, continúa siendo un enano político en la escena internacional.

El euroescepticismo, cuando no la eurofobia, entró con fuerza en 2019. La consolidación del Brexit, que en realidad no es otra cosa que la firme voluntad de una nación de recuperar legítimamente la soberanía cedida, está proliferando en gran parte de las capitales europeas. El utilitarismo es la razón de ser de la supranacionalidad. La desafección hacia Europa encuentra su razón precisamente en la apreciación de falta de utilidad. Si el 9 de mayo de 1950 Robert Schuman declaraba la creación de una comunidad de Derecho, basada en realizaciones concretas, es precisamente la falta de concreción del proyecto europeo lo que nos está derivando a una reafirmación de las naciones en detrimento de la Unión.

El ciudadano busca soluciones y no burocracia. Si Bruselas no es capaz de conectar con el europeo, el cuestionamiento del sentido de Europa se amplificará. Si el Reino Unido sale victorioso de esta retirada unilateral comenzaremos a escuchar voces disidentes en muchas capitales europeas, exigiendo retomar el poder conferido hace décadas a Bruselas.

La Unión Europea afrontará un año clave para su futuro. La nueva Comisión deberá encarar muchos retos, pero el principal desafío, sin duda, será la desilusión que emana del proyecto europeo. No necesitamos más Europa. Simplemente necesitamos una Europa mejor.

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