OPINION

Cumbre del Clima: de fracaso en fracaso hasta la derrota final

Cumbre del Cambio Climático
Cumbre del Cambio Climático
EFE

Lo saben bien los alpinistas. No se hace cumbre hasta que llegas al campamento base. Ascender una montaña suele ser la aspiración de los amantes de esta dimensión absurda: la vertical. Aquella en la que todo se concibe en el gigantismo pétreo y en la que la materialización del éxito consiste en la seguridad y firmeza en todo el recorrido.

Algo parecido ha sucedido durante dos semanas en Madrid, por unos días capital del mundo medioambiental. En términos absolutos, no se esperaba mucho del cónclave presidido por la República de Chile, pero el desconcierto ha sido total y absoluto. Desde el comienzo, la ausencia de los presidentes de China, Rusia, Brasil o Estados Unidos no vaticinaba nada bueno. Las profundas reticencias de los delegados de los grandes Estados contaminantes representados, hacen que Madrid, probablemente, no llegue, ni mucho menos, a ser recordada como la madre de todas las cumbres contra el clima.

Pese a los esfuerzos de la presidencia chilena, el objetivo de llegar a un acuerdo para controlar los mercados de carbono de los países adheridos al Acuerdo de Paris no se ha alcanzado y, lo que es peor, supone un año más perdido en la batalla contra el reloj que estamos librando contra el cambio climático.

Puestos a hacer historia, Madrid se ha convertido en la Cumbre más larga de la historia de “las COP”. El lacónico acuerdo únicamente impulsa y anima a los Estados a ser más ambiciosos en sus propuestas para el próximo evento anual. Un encuentro que se desarrollará en Glasgow, de momento en el Reino Unido, para volver a constatar los desacuerdos y fracasos del multilateralismo en un tema tan vital como este.

Además de evidenciar la falta de consenso entre países, Madrid ha constatado la diferencia tan abismal que existe entre la ciencia y el 'establishment' mundial. Aquello que con tanta vehemencia tratan de explicar los científicos e investigadores, no despierta más que el escepticismo y la desidia entre la comunidad internacional. Quedan diez años para llegar a 2030. Un año en el que la temperatura terrestre aumentará tres grados con respecto a la actual y que solo podrá ser detenida disminuyendo un 45% las emisiones de dióxido de carbono.

La manifestación objetiva de este interés no es otro que el punto de no retorno climático. Aquel momento del futuro en el que la acción del ser humano provocará un efecto tal sobre la Tierra que será de imposible solución. Sus catastróficas consecuencias tendrán su reflejo en forma de deshielo, aumento del nivel del mar, olas de calor, sequías, incendios forestales y pérdida de la biodiversidad en el planeta.

La Cumbre de Madrid también ha sido diferente desde un punto de vista conceptual. Las grandes reuniones internacionales están siempre presididas por el desencanto y la desafección social. Los grandes líderes se reúnen y discuten, dejando al margen a la sociedad civil. Sin embargo, durante la Cumbre del Clima de Madrid, además de las reuniones mantenidas por las delegaciones nacionales, las empresas, las ONGs y los ciudadanos han podido mostrar al mundo sus esfuerzos y exigencias en materia de cambio climático. El texto final alcanzado no hace más que reafirmar la distancia que separa ambos mundos.

Si podemos sacar algo positivo de este fracaso es la fuerza con la que el cambio climático ha entrado en la psique política de España. Como históricamente nos ha ocurrido en nuestro país con las grandes corrientes ideológicas mundiales, llegamos tarde a un movimiento que está llamado a protagonizar las reivindicaciones sociales de nuestro siglo. Junto con la aceptación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, Madrid ha puesto fin al tradicional 'aislacionismo' español en materia climática.

Es evidente que el encargo de la solución a este problema no debe recaer únicamente en los Estados. Es necesario recordar que solo la sociedad en su conjunto será capaz de revertir la situación y eso pasa por la exigencia para que el factor climático sea incluido en los programas políticos de los partidos nacionales - cuya elección también es responsabilidad última del ciudadano - como el cambio en los patrones de compra de productos contaminantes en favor de otros más neutros para con el medio ambiente. El factor climático debe ser considerado en nuestra elección de compra, como lo es el precio, la calidad o la estética de un producto.

En esta asunción de responsabilidad es igualmente necesario ser realistas. No contaminar es imposible. Hacerlo de manera sostenible, privilegiando soluciones que reduzcan la huella contaminante personal, sí. Eludir esta situación nos llevará al desastre. En esta ocasión, la descarga de responsabilidad en otros no cabe. Además, tiene un efecto desastroso y probablemente letal para las generaciones futuras, que únicamente heredarán las deudas contraídas por sus antecesores, en lugar de sus bienes.

Con este panorama es imposible hablar de éxito de la Cumbre del Clima de Madrid. El único atisbo de premio lo podemos encontrar desde el punto de vista organizativo. La Cumbre ha destacado la posibilidad de que España pueda convertirse en un referente mundial en política internacional. Lo conseguimos en 1991 con la Cumbre de Paz que se desarrolló también en la capital y que reunió, bajo un mismo techo y espíritu, a israelíes, palestinos, sirios, jordanos y libaneses. Lo logramos en 1989, 1995, 2002 y 2010, años en los que nuestro país ostentó la presidencia del Consejo de la Unión Europea y que solo pueden ser calificadas como éxitos diplomáticos de diferentes gobiernos y distintos colores democráticos.

No será un éxito menor siempre que seamos conscientes de ello y actuemos en consecuencia. De momento lo dicho: de fracaso en fracaso hasta la derrota final.

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