OPINION

De mariposa a crisálida: el día en que ningún partido ganó y todos perdimos

Elecciones generales
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EFE

“Y el voto se hizo carne, y habitó entre nosotros (…) lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). La Biblia, como libro sagrado, es capaz de mostrarnos la realidad, aunque sea casi dos mil años después.

El pueblo soberano se ha pronunciado y el resultado no ha sido otro que la incoherencia de una democracia que cuanto más vota más pone en evidencia su fragilidad.

De una manera incomprensible, hemos vuelto a repetir unas elecciones que nos retrotraen a un estado próximo a la locura colectiva. La historia dirá las auténticas razones por las que hemos vivido esta sinrazón. Un atropello a la voluntad expresada con anterioridad y contundencia el pasado 28 de abril.

¿Qué ha llevado a un presidente del Gobierno a convertirse en un candidato a sí mismo? Normalmente, la lucha democrática por el poder ejecutivo sigue un orden lógico. Tenemos candidatos a los que votamos y el que mayor respaldo obtiene en el Parlamento es elegido presidente.

Es un proceso racional, razonable y razonado. Indiscutible y democráticamente perfecto. Como las matemáticas, no admite prueba en contrario y es cristalino para el votante, que ve reflejado en la arquitectura parlamentaria su esfuerzo a la hora de elegir.

Este domingo vimos un proceso que atenta contra esta lógica. El presidente elegido por mayoría el 28-A se convirtió inexplicablemente en candidato para el 10-N. Es algo así como si una mariposa se convierte en crisálida. Atenta contra la metamorfosis de la razón, puesto que, en lugar de ir más allá de la forma anterior, muta en un proceso precedente. Todo un surrealismo político. Todo un insulto a la voluntad popular.

Con todo hemos ido a elecciones. Se supone que para hacer posible un gobierno en España capaz de afrontar los desafíos internos y externos que nos llevan esperando tanto tiempo. Son retos económicos, sociales y políticos que restan competitividad a nuestra economía y hacen imposible desarrollar y profundizar en un Estado del bienestar, como este país se merece desde hace más de 40 años.

Lejos de allanar el camino hacia la seguridad de un gobierno, nos encaminamos a la inestabilidad del desgobierno o, mejor dicho, del “agobierno”. Un estado nuevo de la democracia en el que existe un gobierno en funciones que no responde a la realidad votada en las urnas. Es la funcionarización eventual de la política en democracia.

Ninguna suma parece factible para alcanzar los deseados 176 diputados que dan permiso para acceder a Moncloa. Pese a todo lo que escucharon este domingo, ningún partido ha ganado estas elecciones. En realidad, todos han muerto y el problema es que no lo saben.

No gana el Partido Socialista, puesto que la repetición de elecciones es una responsabilidad estrictamente suya y los 120 escaños obtenidos son peores que los conseguidos en abril. No podría decirse que precisamente los españoles hayan optado por respaldar a Pedro Sánchez. Si siempre se le achacaba a Mariano Rajoy ser una fábrica de independentistas, poco más o menos se puede decir de Pedro Sánchez, pero en este caso de partidarios de un extremismo que rima con fascismo.

El Partido Popular mantiene la misma relación que existe entre el éxito relativo y el fracaso absoluto. Evidentemente, aumentar 22 escaños es buena noticia y un éxito en material electoral, pero gestionar las expectativas es una de las claves en política y, en este caso, lo populares situaron su listón en los 100 escaños, por lo que el objetivo no está conseguido. Tiene gracia la historia. Recuerdo cuando con una mayoría absoluta se advertía de que el principal problema de desaparición lo tenía el Partido Popular y nadie hacía caso. Ahora, sin embargo, nadie apunta a que, pese a la cercanía de Vox, el Partido Popular pueda dar y quitar gobiernos, que es la principal función de un partido que aspira a gobernar.

Vox. Qué decir tiene que es el gran descubrimiento de la jornada. Situarse en tercer puesto, por encima de Ciudadanos y de Unidas Podemos, es un éxito total, pero no hay que olvidar que los partidos políticos tienen una misión que es alcanzar el poder y Vox no lo va a conseguir. Si algo ha demostrado la política en los últimos tiempos es lo efímero de la existencia. Vox ha demostrado que no es un movimiento. Es un sentimiento que algunos podrán calificar de hartazgo, de castigo o incluso antisistema, pero los sentimientos son infieles por naturaleza y siempre se van al callejón del famoso millón de votos que antaño decidía las elecciones. Le tocará ahora gestionar las expectativas y dejar de rimar con epítetos tan rotundos como fascismo o totalitarismo.

Unidas Podemos se está convirtiendo más en un deseo que en un partido. Un poder y no ser, pese a que ha demostrado que lleva la coherencia por bandera. Su pérdida reside en el pasado, en lo que hubiese sido en abril si un pacto natural se hubiera materializado. Cambiar el pasado ha sido siempre una de las mayores aspiraciones humanas. ¿Cuánto darían sus líderes por poder trasladarse en el tiempo y rectificar sus actos? ¿Cuánto darían por no ser también los responsables de que la extrema derecha sea la tercera formación política de este país?

Ciudadanos es la perfecta ejemplificación de la derrota. Hay poco que decir de un partido que ha perdido 47 asientos en el Congreso, más que debe volver adonde nunca debió salir. Es, o quizá era, el partido de los constitucionalistas en Cataluña. Si me apuran de los españoles en Cataluña. Todo un ejemplo del sobredimensionamiento de la ampliación sin profundización, del crecimiento sin control y de la posterior debacle sin freno.

El resto del arco parlamentario es más un quesito desestructurado del trivial que la representación política de un país. Alguien debe ser el responsable de haber dado cabida en el Congreso a partidos que llevan en su ADN la destrucción del Estado, cuando no la instauración del supremacismo más racista que existe en la esquina oriental de la Península Ibérica. Eso sí, Teruel existe y Cantabria también.

Es evidente que España no es un Estado fallido, pero sí podemos hablar de un Ejecutivo fallido. Es el claro exponente de la inestabilidad. Si hace apenas unos años decíamos que el partido más votado es el que debe acceder a la presidencia del Gobierno, hoy en día hemos superado la dinámica de partidos para abrazar la política de bloques.

Sumar con el aliado es más importante que ganar unas elecciones. La izquierda debe hacérselo mirar y pensar en quién es el responsable de haber forzado unas nuevas elecciones, gastado más de 140 millones de euros en su repetición y haber instalado en el Parlamento a los extremos, que crecen tanto a derecha como a izquierda.

Todo un fracaso de la moderación. Todo un fracaso de la democracia. Todo un fracaso de la política.

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