OPINION

El renovado orden mundial: por el interés te quiero... Andrei

Trump y Putin, se dan la mano antes de la reunión.
Trump y Putin, se dan la mano antes de la reunión.
EFE

Hace una semana, en estas mismas páginas, ya barruntábamos una catarsis en el escenario estratégico internacional. La cumbre de la OTAN presagiaba un cambio en la relación histórica entre Estados Unidos y Europa. Los aliados se han vuelto más reticentes a los acuerdos supranacionales de antaño y la bilateralidad campa a sus anchas por los fríos pasillos bruselenses. Malos tiempos para la épica.

Estados Unidos, a través de su presidente, mandaba un claro mensaje a los europeos: "Señores, los tiempos han cambiado y van a tener que aportar más a su propia Defensa". Esta era la misiva que Donald Trump llevaba debajo del brazo para su encuentro en la Alianza Atlántica. No por duro era imprevisible. El escepticismo se adueñó de gran parte de las cancillerías del continente.

Esto no es una mera anécdota. El escenario internacional ha cambiado radicalmente y la vieja Europa parece haber pasado a un tercer lugar en las prioridades estratégicas americanas. El Eje Asia–Pacífico en materia económica y el continente africano en asuntos de seguridad parecen ser las nuevas piedras angulares de la política americana. El gigante atlántico afirma que la UE es su enemigo directo, siempre comercialmente hablando. No les falta razón en esa aseveración.

Si alguien puede hacerle la competencia a Estados Unidos en materia comercial esa es la Unión Europea. Lo contrario sería negar que somos el primer espacio comercial mundial, pese a que nuestro peso estratégico y militar sea muy reducido, no nos quitemos el mayor y quizá único punto en el que superamos a los americanos.

El valor total de bienes y servicios producidos en la UE (15,3 billones de euros en 2017) es mayor que el de la economía estadounidense. Con apenas un 7% de la población mundial, nuestro comercio con el resto del mundo representa más del 15% de las exportaciones e importaciones de todo el planeta, tan solo un punto porcentual por debajo de China.

También la semana pasada centrábamos el tiro y anticipábamos lo sucedido en la reunión entre Donald Trump y Vladímir Putin, en lo que podría suponer un acercamiento entre dos líderes necesitados de escenas y fotografías de diálogo y entendimiento. El encuentro estaba dirigido únicamente a simbolizar la rebaja de tensión en dos de los principales focos de interés común de ambas potencias. Los presagios se han cumplido y la reunión de Helsinki ha supuesto un punto de inflexión en la política americana de seguridad y defensa.

Tanto en Siria como en Ucrania, Estados Unidos y Rusia comparten objetivos. En el primer caso, ambos países pretenden buscar acomodo a un tercer actor: Irán. El tradicional aliado de Moscú también necesita reconvertirse en la región como un actor influyente, capaz de intervenir en un tercer estado sin por ello suponer una amenaza para israelíes y saudíes. Difícil ecuación sin duda.

En este sentido, Estados Unidos es consciente de la necesidad de dar espacio a su aparente enemigo en la región. Está en juego la estabilización de la zona y hace tiempo que la administración americana asumió que en Siria, aunque no lo parezca, el juego es a tres.

En el caso de Ucrania, la situación es más fáctica que lógica. Estados Unidos mantiene desplegado en la región un importante contingente para contrarrestar la presencia rusa en Crimea y Sebastopol, lo que le obliga a sacrificar otros puntos más calientes del globo en los que su presencia es más necesaria, léase el Norte de África o el Sudeste Asiático. La tipología de estas fuerzas supone un elevado coste para el contribuyente americano en forma de logística, intendencia y aprovisionamiento, amén de la presencia física de militares americanos en la zona.

Este nuevo factor, el 'paganini americano', es novedoso en un país acostumbrado a no escamotear nunca en el despliegue de sus fuerzas en el exterior. De nuevo Donald Trump cumple lo que promete y, entre otras cosas, aseguró que una de sus prioridades sería "repensar" los gastos ineficientes del Pentágono en sus despliegues en el exterior. Dicho y hecho.

Haciendo un breve repaso de la evolución de la política exterior americana desde la caída del muro de Berlín se entiende a la perfección el movimiento americano en Helsinki. En los años 90 del siglo pasado, la tradicional división de bloques se vio superada por el Nuevo Orden Mundial, anunciado por George Bush un 11 de septiembre de 1990.

Era el inicio de una época presidida por una única potencia, dispuesta a tomar decisiones de índole mundial sin la existencia de un contrapoder con la suficiente fuerza para plantarle cara sobre la escena militar y diplomática. Era el fin del mundo bipolar que conocíamos para dar la bienvenida al poder hegemónico americano. Sin embargo, poco le duró.

Fue otro 11 de septiembre, pero en este caso de 2001, cuando se produjo un vuelco en la situación. Como consecuencia de los atentados de Nueva York y Washington, Estados Unidos parecía dispuesto a librar una guerra total al terrorismo. Le daba igual si tenía que abrir uno, dos o quince frentes a la vez. Afganistán, Irak, Siria, Filipinas, Nigeria, Libia se fueron sucediendo en el tiempo y los enemigos se multiplicaron. Bin Laden, Boko Haram, Al Baghdadi, Al Qaeda, ISIS... Todos nos fuimos familiarizando con estos nuevos acrónimos y alías del terror.

La realidad puso en evidencia al Nuevo Orden Internacional. Estados Unidos comprendió que, pese a su fortaleza, combatir en varios frentes y con enemigos diversos no contribuía al éxito de su misión y pasó a reforzar los vínculos diplomáticos con aquellos otros actores que podrían ayudarle a combatir a esos mismos enemigos, siempre y cuando compartieran intereses.

A los tradicionales aliados como la Unión Europea e Israel se sumaron otros menos implícitos como Arabia Saudí, Irak, Libia, Egipto, Vietnam o incluso Irán, siempre que existiera un nexo común que favoreciera los intereses americanos. La 'realpolitik' bismarckiana se impuso en todo su esplendor en la cuna del capitalismo en un ejercicio de pragmatismo nunca antes visto.

La reordenación del tablero mundial obligó a Estados Unidos, ya desde la época Obama, a una retirada forzada de tropas y delegaciones diplomáticas en numerosos escenarios, su reemplazo por fuerzas especiales, más adaptadas a las guerras híbridas y por supuesto la famosa privatización de la guerra en forma de empresas contratistas que ofrecían un mejor resultado táctico con un coste mínimo, políticamente hablando.

La reunión de Helsinki vuelve a suponer un giro en la política internacional americana y supone la suma al club de la lucha de Rusia. La ideología ha sido superada. Los principios quedan para otro momento. Ahora lo que realmente se lleva son los espacios comunes. El enemigo de ayer puede ser nuestro aliado hoy para convertirse de nuevo en adversario mañana. La sabiduría popular se impone en la escena internacional. Por el interés te quiero Andrei, aunque te llames Vladimir.

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