OPINION

El valor de la inteligencia política

Militar, económica, emocional, empresarial… son infinitos los calificativos que pueden complementar la palabra inteligencia. En estas páginas hemos reflexionado sobre el valor de la inteligencia económica como uno de los patrones fundamentales que deberían regir la toma de decisiones empresariales.

Recopilar datos, identificar las posibles amenazas y oportunidades, elaborar teorías, plasmarlo en una información comprensible y adecuada al decisor son, entre otras, las herramientas básicas de la inteligencia económica. Su buena aplicación es capaz de ofrecer al directivo, ministro o empresario las claves para acertar en una decisión crucial para el futuro de su empresa o país.

Si muchas de las empresas españolas fueran conscientes de la importancia de esta disciplina competiríamos en igualdad de oportunidades contra los grandes monstruos de las licitaciones públicas y privadas mundiales. Es una guerra sorda que lleva a la competencia a calificar a nuestra ingeniería como low cost, con la única intención de desacreditar la buena labor sobre el terreno de nuestras empresas. Nada en la primera división de la economía internacional es inintencionado.

Pero hoy es momento de hablar de otro tipo de materia. Junto a la importancia de la inteligencia económica surge también la inteligencia política. Este es un campo que en España apenas se comprende. No hablamos de que la política sea inteligente, algo que lamentablemente no suscita tanto debate. Hablamos de este tipo de inteligencia como una disciplina capaz de operar en el mercado introduciendo la derivada de las consecuencias económicas y sociales de una acción únicamente política. No legislativa o administrativa.

Pongamos un ejemplo. Si en 2006 alguien hubiese detectado la burbuja energética que sufría nuestro país habríamos evitado que decenas de miles de familias se hubieran encontrado endeudadas hasta las trancas por la adquisición de huertos fotovoltaicos. La situación fue kafkiana puesto que previamente habían sido ofrecidos al pequeño ahorrador como un producto financiero, en lugar de lo que realmente deberían haber sido siempre: un producto industrial.

Si realmente un inversor hubiese sido informado de la carrera especulativa que comenzó en España, en todos los Ayuntamientos que pretendían ofrecer terrenos para albergar los miles de instalaciones fotovoltaicas que brotaron como setas por la geografía española, la mal llamada burbuja fotovoltaica no habría causado estragos en las cuentas nacionales y en la economía particular de muchas familias.

Dejemos los ejemplos y centrémonos en la realidad. Conformar un instrumento eficaz de inteligencia política conlleva dividir nuestra actuación en los elementos fundamentales de cualquier sistema de información profesional.

En primer lugar, necesita dotarse de los elementos básicos de la contrainteligencia. Esto es, proteger nuestra reputación a través del control exhaustivo de la acción política. Surgen así términos imprescindibles en esta área como el riesgo político.

Entendamos éste como las posibilidades de que una acción de la política influya directamente en nuestro negocio o en nuestras vidas, incluyendo también el riesgo potencial. Cualquier declaración, intención u omisión política tiene un efecto directo en nuestras vidas. En algunos casos podrá afectar a nuestra cuenta de resultados y en otros a la decisión de una empresa u organización internacional de trasladar su sede a un país. El ejemplo más simple podría ser la diáspora de empresas catalanas tras los acontecimientos del Primero de Octubre pasado, pero encontramos muchos otros, incluso más recientes.

La decisión por parte del Gobierno de retirar el impuesto a la generación eléctrica para tratar de reducir el precio sobre la factura final del usuario podía haber sido prevista por todos los operadores. Basta “ponerse las gafas de la visión política” y partir del hecho de que es un impuesto difícilmente justificable (decimos “es” puesto que nos encontramos ante una suspensión, no una eliminación).

Además de gravar doblemente un mismo hecho imponible, es evidente – y así fue advertido en su momento – que es fácilmente trasladable al consumidor. Es una fuente de ingresos fácil, cierto, pero no tiene en cuenta la dimensión social de la electricidad en España.

Sabedores de los miles de artículos, informaciones, columnas, estudios y demás inputs y disgustos que genera la energía en España, era fácilmente comprensible que la primera medida a tomar por parte de un gobierno acuciado por la subida de la luz (un 85% en los últimos 15 años) fuera ésta.

Anticiparse a la medida, comprender sus razones, proponer alternativas y tratar de explicar sus efectos sobre la economía son los puntos en los que la inteligencia política puede ayudar para tratar de relativizar los potenciales efectos de una decisión así.

El segundo elemento fundamental a la hora de configurar nuestro sistema de inteligencia política es el elemento humano. Todas las organizaciones deberían tener en cuenta este factor. Por muy institucionalizados que estén todos los ordenamientos jurídicos, empresariales y legislativos, no dejan de estar dirigidos por personas que, a su vez, están condicionadas por factores sentimentales, bien sean de pertenencia a un grupo político o de condicionamientos sociales o educativos. Recordemos a Skinner en este aspecto.

Obviar este factor es hacerse trampas al solitario. No quiere decir que la política base sus decisiones exclusivamente en estos elementos, pero la aproximación que realicemos hacia un problema político debe tener en cuenta esta variable, como por ejemplo la geografía condiciona la idiosincrasia de un país, como muy bien señalaba Montesquieu en “El Espíritu de las Leyes”.

Detectar el momento y la oportunidad, los movimientos sociales, los factores exógenos de la toma de decisiones en la política y, desde luego, la influencia cada vez mayor de la iniciativa popular en la vida de los partidos y dirigentes políticos ofrece claves imprescindibles para comprender y anticiparse a las consecuencias de una decisión política.

Por último, y no a modo de conclusión, puesto que la inteligencia política es un campo por descubrir y escribir en este país, es de destacar el problema de la mala política o la política con “p” minúscula que estamos viviendo.

Mientras que los indicadores económicos y sociales surgen advirtiéndonos de las amenazas que surgen en el horizonte, nuestra política parece estar más centrada en disparar al pianista que en remangarse. Es imprescindible que deje de autodestruirse y afrontar los retos de la sociedad de la que la Política es, le guste o no, servidora última.

Mientras, la música no deja de sonar en busca del siguiente iceberg, hasta la derrota final.

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