OPINION

Elemental, querido Johnson: el Reino no vota unido

Boris Johnson durante el acto final de campaña, en Londres. / EFE
Boris Johnson durante el acto final de campaña, en Londres. / EFE

El Reino Unido no está tan unido como parece. Y es que la polarización ha entrado en todas las sociedades europeas para dejar tras de sí un panorama cercano a la desolación. Con todo, qué grandes son los británicos. Es la democracia moderna más antigua de Europa. Son los adalides del sistema representativo uninominal que tanto se reclama en España. Conservan su aurea de gran imperio sin serlo y, sin embargo, nos mantienen en vela para saber si tendremos un futuro común o bien diremos adiós a 46 años de pertenencia de Gran Bretaña a la Unión Europea.

Qué grandes, pero también qué complicados. Su sistema electoral es tan estable como incierto. La representatividad directa está garantizada, pero también introduce un factor de inestabilidad político despiadado, al depender de la voluntad del representante que eligen directamente los ciudadanos. El elegido goza de autonomía -cuando no independencia - y se debe a sus electores a la hora de decidir si seguirá o no la disciplina de partido en la Cámara de los Comunes.

Estos condicionantes hacen difícil pronunciarse sobre qué pasará en el Reino Unido cuando Downing Street abra sus puertas de nuevo al 'premier' británico. Londres se jugaba su ser o no ser particular en unas elecciones en las que nos gustaría participar a todos los europeos.

Boris Johnson, el líder de los 'tories', lo tiene claro. Ofrece pragmatismo. Propone no cambiar nada, o muy poco, para que todo siga igual; pero precisamente debido a esto su programa económico es el más peligroso de todos.

Considerar que el Reino Unido no debe cambiar radicalmente su sistema económico, cuando a la vez propugna una salida sí o sí de la Unión Europea, podría provocar una huida -aún mayor- de los mercados de capitales de Gran Bretaña. Por esta razón, lo más previsible es que el Gobierno conservador opte por reducir el impuesto de sociedades. Su programa lo cifra en una disminución de dos puntos porcentuales, suficiente para no suponer un descalabro de su industria de servicios, auténtico pilar de la economía británica.

La victoria de Johnson, al menos sobre el papel, supondrá un “let sleeping dogs lie” que en realidad es el “más vale no meneallo” hispánico. No aumentar impuestos, no tocar el sistema de protección social (aunque se esté desmoronando), no aumentar tampoco el gasto en otras partidas diferentes a las ya establecidas, son, como dirían sus primos estadounidenses, auténticos 'peanuts' que no tienen en cuenta el mayor golpe a la economía británica que supondrá el Brexit.

Los efectos de la victoria de Johnson tendrán sus consecuencias inmediatas precisamente en esta cuestión. Ya ha manifestado que tiene un acuerdo listo para que el Parlamento pueda aprobarlo antes del 31 de enero de 2020. Es de destacar que es SU acuerdo, y la historia reciente del Brexit está demostrando que no conoce de lógica alguna. En caso de que esta vez consiga el apoyo de todos los conservadores y se alineen los astros, lo único previsible es que se iniciará un largo camino en la negociación de una salida con los mínimos daños posibles entre la UE y el Reino Unido.

La relación especial que Londres siempre ha mantenido con Estados Unidos será la gran baza de Johnson. Un acuerdo comercial con el gigante americano reducirá las bazas negociadoras de Bruselas. No es descartable, ni mucho menos, que lleguemos a finales del próximo año con ingleses, galeses, escoceses y norirlandeses en la capital comunitaria. Los procesos de ampliación de la Unión Europea llevan años y, aunque sea por primera vez en la historia, lo lógico es que las retiradas también.

Si algo puede decirse de Jeremy Corbyn es que él solo se lo guisó y se lo comió. Su opción ideológica y económica era radicalmente opuesta a la de Boris Johnson. Si los conservadores son continuistas, Corbyn es un rupturista convencido y su programa económico solo puede calificarse de revolucionario. Las rimbombantes promesas de nacionalización de sectores estratégicos como el energético, el tratamiento de aguas, los ferrocarriles o incluso las redes de telecomunicaciones, prometen un auténtico apagón inversor entre aquellas compañías que operan en las islas, entre ellas muchas empresas españolas que ofrecen sus servicios en sectores tan importantes y con un alto riesgo de hiperrregulación en manos laboristas.

Junto a estas medidas, ya de por sí temerarias, su propuesta pasa por un aumento significativo de los impuestos a las clases altas y no tan altas, algo que paradójicamente supone el suicidio político de un político. Alguien que no tiene en cuenta los efectos costosos de una salida del Reino Unido del espacio económico comunitario no puede ganar. La opción Corbyn supone todo un puñetazo en la línea de flotación de una sociedad que observa cómo la desigualdad crece en la misma medida que aumenta su nivel de vida. Esta es la paradoja de Occidente que Corbyn parece obviar en su discurso.

En el corto plazo, incluso durante el proceso de negociación del acuerdo de salida de la Unión Europea, el escenario más previsible incluye un reposicionamiento, cuando no abandono, de las empresas extranjeras radicadas en Gran Bretaña. Para echar una mano en ese proceso, el Partido Laborista propone un aumento progresivo del Impuesto sobre Sociedades, que pasaría del 19% al 26% en tres años. Todo un acicate (modo ironía on) para que las empresas que ya están buscando acomodo fuera de la City opten por quedarse en la ciudad del Támesis.

En el fondo, ambos partidos han puesto encima de la mesa diferentes ofertas políticas y económicas, pero han dejado sin definir el elemento principal sobre el que pivota la realidad británica. La cuestión es bastante lógica. El Reino Unido no será el mismo tras su salida de la Unión Europea ya que, les guste o no, son Europa. Romper con los lazos que unen no solo pueblos sino economías tan integradas, evidencia y requiere de una profunda transformación en todos los sectores económicos. Lo contrario es mentir y en el Reino Unido se puede mentir una vez, pero dos no. Que se lo digan a Jacobo II durante la gloriosa revolución de 1688.

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