OPINION

En la defensa europea la función crea el órgano

Vehículos militares participan en unas maniobras en Canarias
Vehículos militares participan en unas maniobras en Canarias
Foto: Mando de Canarias del Ejército de Tierra

Que la Unión Europea se mueve lenta es una de las verdades más aceptadas en política internacional. La supranacionalidad exigida para pertenecer al club de socios comunitarios implica que la soberanía cedida se consolide a través de decisiones que son estudiadas hasta el último detalle, máxime cuando están en juego intereses nacionales como la política económica, la defensa o las relaciones internacionales. De ahí su lentitud. Lenta pero segura, dirán algunos. Lenta, en cualquier caso, diremos todos.

Desde el origen de la Política Exterior de Seguridad y Defensa, la Unión Europea ha tenido un objetivo principal. La cumbre de Helsinki, en 2003, formuló por escrito la aspiración de crear una unidad militar compuesta por un máximo de 60.000 hombres, que deberían ser capaces de proyectar su fuerza a cualquier punto del globo en menos de 60 días y mantenerse desplegados durante al menos un año. Eran los denominados Helsinki Headline Goals, que hoy en día están ya superados por la realidad internacional.

Vehículos militares participan en unas maniobras en Canarias
Vehículos militares participan en unas maniobras en Canarias / Foto: Mando de Canarias del Ejército de Tierra

Fue un fracaso. La falta de un auténtico pilar de seguridad y defensa, que cuente con los recursos efectivos adecuados, hace que los Estados europeos se vean obligados a crear estructuras militares paralelas. La función crea el órgano y la necesidad de contar con una fuerza capaz de desplegarse en un plazo breve y con capacidad para operar en un entorno hostil de manera autónoma surge como respuesta a una falta de voluntad del Ejecutivo comunitario por solucionar sus propios problemas en estos asuntos.

Así, la parálisis europea provoca que los Estados tengan que reaccionar ante las nuevas amenazas internacionales. En este contexto, los países de la Unión no pueden esperar más tiempo a una burocracia que ellos mismos han creado y que en estos momentos aparece superada.

Francia ha decidido pasar a la acción y esta semana ha liderado a otros ocho países en la búsqueda de un instrumento eficaz en materia de Defensa. Es la autodenominada Fuerza Común de Intervención Militar. La misión de esta iniciativa no es otra que suplir las carencias en materia de seguridad de la propia UE, especialmente en su vertiente en el extranjero, donde la integración de las distintas capacidades militares no se ha desarrollado como el presidente Macron desea.

Ni siquiera los indudables esfuerzos de la UE en Malí han convencido al inquilino del Elíseo, que aspira a ejercer de comandante del embrión futuro de la fuerza de intervención rápida europea. Francia se juega mucho en el mundo y no parece dispuesta a permanecer inactiva.

En su cruzada, Macron ha conseguido sumar a su tren a otros ocho países, España entre ellos, que se han dado cuenta de la importancia de continuar el proyecto europeo en un ámbito distinto al comunitario pero esperanzador, puesto que la evolución de las capacidades militares en Europa tiende a buscar – y consigue – un entendimiento entre países y profesionales, muchas veces mayor al que se consigue en el campo civil o comercial.

Llama especialmente la atención el interés de Reino Unido por formar parte de esta especie de cooperación reforzada o doble velocidad en materia de política de seguridad y defensa. El debate en torno a los beneficios del Bréxit están más en cuestión que nunca y si hay algo que caracteriza a los británicos es su pragmatismo. Podremos contar con ellos, más allá de la Europa de los mercados, en un aspecto que es la piedra angular de su acción diplomática: la intervención de las Fuerzas Armadas en el exterior.

En el caso de España, nuestro compromiso con el segundo pilar de la Unión ha sido claro desde el inicio. La política de Defensa de la UE no puede entenderse sin nuestro país y esto ha sido así con todos los Gobiernos. Como no puede ser de otra forma, nuestra posición en el mundo y nuestro tamaño militar aconsejan ir de la mano de los grandes allá donde nuestra presencia sea necesaria siempre que, claro está, podamos cumplir con los requisitos en materia presupuestaria y de recursos humanos y técnicos necesarios para proyectar la fuerza exterior.

Con todo, la Unión Europea ha demostrado, una vez más, que en política exterior si no ocupas tu espacio otros lo harán, y en este caso lo han hecho los mismos países que forman parte de ella. Las partes se comen al todo en Bruselas.

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