Opinión

Entre todos la mataron y ella sola se murió: el fin de la democracia deliberativa

Pablo Iglesias abandona el debate: así ha sido el choque con Monasterio
Pablo Iglesias abandona el debate tras las provocaciones de la candidata de Vox.

Participación de todos los miembros de un grupo o de una asociación en la toma de decisiones. Esta es la cuarta acepción que recoge la RAE sobre la democracia. Junto a ella se recogen toda una serie de tipologías que hablan de su vertiente burguesa, censitaria, cristiana, directa, liberal, orgánica, popular o representativa, pero se olvida el ilustre diccionario de recoger la que quizá es la más importante: la democracia deliberativa.

En esta, la discusión, el intercambio libre de ideas, se posiciona en el centro de la razón de Estado que no es otra que el debate político. Esto es exactamente lo que ayer no se cumplió y se boicoteó inmisericordemente en la Cadena SER. Se extirparon de raíz los escasos brotes de concordia que podían quedar en la alocada vida política madrileña.

Paradójicamente, cuatro balas del 7.62 pueden cambiar por completo unas elecciones que parecían estar ya celebradas. La tensión máxima que se vivió en el encuentro político de ayer entre los cinco candidatos que aceptaron el envite de Angels Barceló terminó a los cinco minutos. Fue el tiempo exacto que tardó Rocío Monasterio en "echar" del debate a Pablo Iglesias ante la imposibilidad de la moderadora de expulsar del debate a una candidata a la que ella mismo había invitado a su casa.

"Vete ya. Márchate. Es lo que tienes que hacer. Fuera de la política". Estas eran las últimas palabras de la representante de Vox que sonaron como un trueno en el estudio. A partir de ese momento el debate intelectual y democrático se acabó. La batalla cultural, ese concepto al que se agarran los ‘spin doctors’ de la política española, salía, acompañado por Pablo Iglesias, por la puerta de la radio. Pese a sus religiosos apellidos, Iglesias y Monasterio optaron por pecar y ‘asesinar’ un encuentro que apenas había comenzado.

Las campañas electorales suelen ser aburridas, previsibles, no ajustadas a los nuevos tiempos en los que se requiere acción y dinamismo. Los gestos medidos, los debates pactados, le restan a la política la espontaneidad que, sin duda, la ciudadanía espera. Sin embargo, de vez en cuando, muy de vez en cuando, las elecciones nos traen instantes en los que todo puede cambiar. Es lo que los estadounidenses llaman la ‘Silver Bullet’, la bala de plata que puede llevar a un candidato a ganar unas elecciones o provocar un terremoto electoral de tal magnitud que cambie por completo encuestas y pronósticos.

Tanto Vox como Unidas Podemos necesitaban ese revulsivo: una bala de plata, capaz de revolucionar todo

Tanto Vox como Unidas Podemos necesitaban ese revulsivo: una bala de plata, capaz de revolucionar todo. Paradójicamente, los dos la han conseguido. Ahora todo depende de la gestión mediática y política que hagan de ella.

Rocío Monasterio acudió al debate con una idea clara: ser expulsada a cualquier precio. Solo así se explican sus palabras dirigidas al resto de candidatos, sus interrupciones constantes y sus acusaciones directas a la moderadora de ser "una activista política" iban en esa dirección. Esta una buena estrategia y una contramedida perfecta tras la aparición de las cuatro balas, estas de verdad, de Iglesias en la escena electoral. Ser expulsada hubiera alentado a sus bases, demostrando que un medio del mismo grupo al que vetan en sus ruedas de prensa, censuraba su presencia y por lo tanto su mensaje. Salir de un debate en el que el ‘imperio mediático del mal’ te pone de patitas en la calle hubiese sido el remate a una campaña basada en la polarización, entre buenos y malos, nosotros y ellos. Afianzar a los tuyos y 'rascar' en las bases de los otros es una máxima de la estrategia política y Vox parecía decidido y encantado para esgrimir este discurso victimista.

Sin embargo, esto no sucedió. Probablemente, Angels Barceló se dio cuenta de la estrategia, evitando entrar al trapo. Pese a tener razones de sobra para invitar a Vox a abandonar la mesa, optó por tratar de convencer a Iglesias para que se quedara. Todo lo demás fue puesta en escena. El resto de candidatos pasaron a amoldarse a la situación. En lugar de abandonar de inmediato la mesa, dejando sola a Monasterio y evidenciando su estrategia, mantuvieron un intento de debate que entraba en los minutos basura, cuando no ridículos.

Erraron. Si te vas a ir de un debate, si consideras que se ha producido un ataque a la democracia, lo tienes que hacer al momento y no aguantar durante una hora como si nada hubiera sucedido, en un debate en el que ya, ni la propia moderadora creía. Con un ambiente crispado y media España encendida, los asesores comenzaron a hacer su trabajo: el post debate. En estos momentos es imprescindible salir a escena y posicionarse para reforzar los mensajes y acontecimientos vividos minutos antes.

Edmundo, Ángel y Mónica, como ahora se llaman entre ellos después de haber vivido esta experiencia vital, se prodigaron en los medios para dejar clara su postura. El relato giraba desde el rechazo total de Mas Madrid y el PSOE a la súplica, casi histriónica, de Ciudadanos, para que las aguas volvieran a su cauce. Quizá Edmundo Bal era el más consciente de la importancia del momento y entendió que este acontecimiento podría borrar de un plumazo todas sus opciones para conseguir ser alguien en la Asamblea de Madrid: "Vótennos a nosotros", llegó a gritar el naranja.

¿Quién gana con esta actuación?

En realidad, en esta situación pierden todos menos una: Isabel Díaz Ayuso. No es que lo haya hecho mejor o peor. Ni siquiera que se haya pronunciado a través de un tuit apartándose de cualquier tipo de violencia o amenaza. Ha triunfado por incomparecencia, demostrando que, en política, a veces sobrevive el que menos se expone. Ella lo ha hecho a la perfección: acompañando al Rey en Alcalá de Henares y apartándose lo máximo posible del fango en el que se estaba convirtiendo Gran Vía 32.

Difícilmente Vox podrá arrancar algún voto después del espectáculo de ayer. Aquellos que ya han optado por la formación verde lo seguirán haciendo el 4-M. Su postura recuerda a aquella frase mítica de Donald Trump: "Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos". No los perderá, pero tampoco los ganará, ni siquiera poniéndose en la solapa la medalla de haber echado a Iglesias de un debate. Al menos no de esa manera.

En ese espectro político, si alguien puede sentirse afectado por la escena, probablemente opte por Ayuso. Los votantes del PP ya tienen suficiente con el freno que supone la madrileña a las aspiraciones autonómicas de Unidas Podemos. A Gabilondo, que juega otra liga, le interesa más restar que sumar. Todo lo que pueda arramplar de Ciudadanos le beneficia y este episodio puede suponer un acicate para aumentar la participación en las elecciones. Exactamente lo que lleva buscando la izquierda para recortar su diferencia con el bloque de la derecha.

Como consejo para 'spin doctors' y gurús políticos, convendría entender que las balas de plata son una herramienta perfecta en política. Eso sí, siempre que vayan en la dirección adecuada y no apunten contra tu propia cabeza.

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