OPINION

Érase una vez... España

El líder de Podemos Pablo Iglesias, y Pablo Echenique, secretario de organización de Podemos, en el Consejo Ciudadano Estatal de Podemos
El líder de Podemos Pablo Iglesias, y Pablo Echenique, secretario de organización de Podemos, en el Consejo Ciudadano Estatal de Podemos

Al final la política le debe mucho a Twitter. De vez en cuando nuestros próceres ofrecen pequeñas píldoras de emoción en sus mensajes y nos retrotraen involuntariamente a tiempos pasados.

Es el caso de uno de los mensajes semanales de Pablo Iglesias. Todo un experto en la mezcolanza intencionada de series televisivas y política. Una combinación que muchas veces refleja la delgada línea que separa la realidad de la ficción. En cualquier caso, es de admirar su 'finezza' a la hora de recomendar series.

La cuestión es que la referencia del secretario general de Unidas Podemos a "Érase una vez el hombre" nos da pie para hablar de la que sin duda fue la serie más seguida por los chavales de Naranjito. Una generación que está encargada ahora de educar a sus hijos, como anteriormente hicieron sus padres.

Recuerdo los sábados por la tarde con auténtica pasión. La sintonía de "Caramelos" comenzaba a resonar por el salón al ritmo de "un planeta triste y oscuro" para terminar con "un hermoso mundo de color". Todo un resumen de la creación del planeta gracias a la intervención divina. No se nos olvide que "… la Luz, al nacer" lo descubrió.

La cinta corría por los cabezales de un video Beta grabando toda la serie para posterior deleite con los amigos. Eran otros tiempos en los que, frente a la inmediatez actual, había que esperar siete largos días para poder disfrutar del siguiente capítulo. Todo un ejemplo de represión de la gula intelectual.

Las peripecias de los protagonistas se iban sucediendo con una precisión cronológica envidiable. En apenas 26 capítulos se daba un repaso a la historia completa de la Humanidad. Los neanderthales, Mohenjo Daro, los primeros imperios, Jesucristo, Gengis Kan, Mahoma, el Descubrimiento de América, las Catedrales, la Guerra de los Cien años, el Rey Sol, Pedro el Grande, el nacimiento de los Estados Unidos, la Revolución Francesa, Napoleón, la I y II GM… todo un relato que, en manos de su creador, Albert Barillé, suponía un reto para condensar miles de años del paso del ser humano por la Tierra.

Implicaba una manera, sin duda, diferente y digna de entender la historia. En este sentido, el mensaje del líder de Unidas Podemos es totalmente cierto. Con una educación casi todavía predemocrática, por aquellos años -los 80 y 90- la enseñanza de la historia suponía un auténtico reto para nuestro país. Las tensiones entre los movimientos centrífugos y centrípetos sobre la configuración de España en la transición aún campaban a sus anchas.

Cualquier referencia a nuestro pasado histórico suponía un desafío diplomático para el intelecto. Retazos de esta situación aun llegan a nuestros días cuando hablamos del papel de España en la conquista de América, el Siglo de Oro y, con mucha mayor intensidad, en la Guerra Civil o incluso la transición.

El paso de la serie por esa España no fue pacífico. Hay un aspecto poco conocido y que muchos habíamos olvidado. Con el paso de los episodios se acercaba el papel de España en la historia de la serie. Tras los griegos y romanos, el Islam, los carolingios, los vikingos, los cruzados, Marco Polo y los Medici, le tocaba el turno a nuestra Nación y su siglo de Oro.

La memoria infantil puede traicionar, pero era el episodio número 15. En el ambiente de la época ya se rumoreaba que una serie dirigida por la televisión pública francesa no podía tratar con ecuanimidad ese siglo, en el que vivimos peligrosamente.

No olvidemos el contexto. Francia aún no daba muestras de apoyo claro en la lucha contra ETA. Las naranjas valencianas rodaban por las carreteras galas en muestra de la disconformidad de muchos franceses, que consideraban que no debíamos adherirnos a la UE. Mitterrand daba ejemplo de la excepción francesa en la consolidación del derecho comunitario y, por si faltaba poco, España aun se dividía entre partidarios y detractores de nuestra pertenencia a la OTAN.

El caso es que el episodio no se llegó a emitir en nuestro país. Nunca llegué a entenderlo. ¿Cómo era posible que se nos negara el derecho a ver a Pedro, al Maestro o al Gordito vestidos como caballeros españoles escribiendo grandes obras de la literatura universal o liderando la investigación científica en los océanos?

Treinta años después, y gracias tanto a Pablo Iglesias como a Netflix, he podido disfrutar de este episodio robado. La sensación es agridulce. Lo mejor del capítulo es el título: el Siglo de Oro español.

A continuación se nos ofrece toda una panoplia de descubrimientos protagonizados por italianos, franceses y portugueses. Españoles que apalean continuamente a musulmanes con el objetivo de echarlos al mar". Hay frases que realmente marcan, como la de "…800 años de dominación musulmana han dado como fruto a unos españoles íntegros (mala traducción de cerrados) e intransigentes". La Inquisición y la expulsión de los judíos son los principales aportes de nuestra historia al capítulo.

La sucesión de imágenes subliminales acompaña el visionado. Marineros deformados, calvos, cabezones y con claros síntomas de malformaciones son el colofón a un espíritu español que es retratado como inculto, testarudo y, como poco, primitivo. Nada se habla sobre la estrategia militar, las expediciones científicas, la aplicación del Derecho y el sistema administrativo en América, la explosión de las letras en España, la Universidad o cualquier otro hecho positivo de nuestra existencia.

Un vigía tuerto, imagino que Rodrigo de Triana, pone de relieve el surrealismo de oro español. Una marinería que confunde babor con estribor es ridiculizada a lo largo de 30 minutos. La deforestación de España para la construcción de barcos pone de continuo manifiesto nuestro poco respeto por el medio ambiente. La expulsión de los conversos es despachada con una lapidaria frase: "el país sufrirá durante siglos sus consecuencias y atrasos".

Por supuesto, y como se pueden imaginar, el ¿flamenco?, el abanico y el botijo son nuestra principal seña de identidad. "Europa será el centro del mundo mientras España convierte sus bosques en navíos", con una imagen del Mayflower centrando la diferencia anacrónica entre la tecnología hispana y la anglosajona en los astilleros.

La hidalguía es vista como un defecto propio de españoles. Seres grotescos y bandidos morenos son derrotados una y otra vez por personajes rubios y pelirrojos. Los primeros representan las delaciones por falsos conversos, mientras que los segundos son las pequeñas gotas de europeísmo que nos llegaba a través de los Pirineos.

La única herencia positiva generada por nuestro país es gracias a Carlos I, que es resaltado siempre como un rey europeo y no español. Mientras España vive en el oscurantismo, el episodio nos muestra las maravillas que se construían en Europa. Ni rastro ni mención alguna a Santiago de Compostela, Burgos, León, la Lonja de Valencia o Palma.

Hijos bastardos de obispos que procesionan sin más educación que el salvajismo. Un pueblo siempre cabreado y sin ilusión que no ve más salida que emigrar de su país. Los pocos que regresaban del fracaso americano venían para sacar frutos de la esclavitud de los africanos. Lógicamente, la desmedida ambición por el oro de los españoles es resaltada como nuestra mejor muestra de integridad.

La contraposición es una sociedad amerindia totalmente idealizada, pacífica y en el que el mal no podía siquiera imaginarse. La música tétrica acompaña a Hernán Cortés antes de destruir totalmente y sin compasión a la sociedad mexica.

La gesta de Magallanes y Elcano se resume en un despilfarro de tiempo, vidas humanas y dinero, con un lacónico "ahora los españoles ya saben que la tierra es redonda". La relación de imágenes de seres amorfos se sucede, los logros de franceses y flamencos son referidos con especial entusiasmo por parte del narrador.

¿Y que quedó de España? El austero e imponente Escorial, Góngora que representa la imagen de grandeza y contradicción de su época, Quevedo, el Greco, la llama pura de Santa Teresa y el Quijote. Eso es lo que queda en la España de Érase una vez.

Termina el episodio. La desolación y desazón es brutal. Ahora, 30 años después, entiendo porqué es el único episodio que me falta de mis tres cintas de Beta. TVE se negó a emitirlos. Puede ser que para Pablo Iglesias sea una serie de divulgación histórica digna. Es algo que comparto, pero no en lo relativo a España a la que se ningunea y desprecia con fruición. Desde luego esa no es mi España. De hecho, es un ejemplo de como el mejor ataque contra un país es denostarlo y construir un relato lo más escandaloso posible. El independentismo extremo sabe mucho de eso.

Al final los padres siempre tienen razón. Hay que vigilar lo que ven nuestros hijos.

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