OPINION

España 2017: el año que vivimos peligrosamente

Termina un año. Han sido 365 días mediática y socialmente intensos, especialmente en nuestro país que encara 2018 a lomos de la incertidumbre política más absoluta. Es este factor el más importante para el año entrante puesto que trasfiere sus demoledores efectos a la economía, ofreciendo un panorama cuando menos preocupante para las cuentas del Estado y el ánimo del personal.

Recientemente el Servicio de Estudios del BBVA señalaba precisamente la inestabilidad política como una de las claves principales que podrían explicar un freno al crecimiento de la economía española. Según estas mismas previsiones, Cataluña apenas crecerá un 2.1% durante el próximo año. La que otrora fuera el motor del crecimiento económico se convertirá, en apenas un año, en la Comunidad Autónoma que menos crezca en España.

Lo más relevante del informe es precisamente la cuantificación del efecto de la incertidumbre. Cataluña se deja siete décimas de crecimiento económico por la situación política en la que vive y la tendencia, de momento, únicamente puede empeorar si las fuerzas políticas catalanas no son capaces de reconducir su discurso, siempre dentro del marco constitucional, para garantizar a ciudadanos y empresas un contexto estable de inversión y prosperidad.

2018 será probablemente, el annus horribilis de la economía catalana. Sus indicadores, tanto en número de empresas salientes, más de 3.000, como en términos de empleo o crecimiento son desoladores. Desde algunas instancias se intenta hacer creer que una Cataluña aislada e independiente será más próspera, pero lo cierto es que, de momento, tan solo la improbable creación de un Estado catalán ha provocado un tsunami en las cuentas autonómicas que, cuidado, puede trasladarse también a las nacionales.

La sombra de unas nuevas elecciones se ciñen sobre la Comunidad Autónoma y de producirse consolidarán 2018 como el año en que los efectos de la incertidumbre y el desconcierto político se convirtieron en protagonistas de nuestra democracia. Aunque en Cataluña el panorama es el que es, no hay que olvidar que el 20% del PIB español se genera en esta Comunidad. La misma que encara el año sin una formación clara de gobierno, con un partido como Ciudadanos, que ha conseguido por primera vez en la historia convertirse en el partido no nacionalista más importante de Cataluña, tanto en número de votos como en número de escaños, y que sin embargo, no parece que pueda alcanzar el Gobierno de la Comunidad. Una clara disfunción más en nuestro ya de por sí complejo sistema electoral.

El efecto puede extenderse también al resto del Estado. La política en España se ha convertido en un problema más que en una solución. No en vano, durante este año, nuestro Parlamento apenas ha aprobado un puñado de leyes, la mayoría por mera trasposición de disposiciones comunitarias, relegando la actividad del Legislativo a un segundo plano y destacando la ausencia regulatoria de un Ejecutivo más centrado en cuestiones de alta política territorial, que en labores de índole económico que puedan repercutir directamente en el beneficio de los ciudadanos.

En todo este panorama desalentador aparecen dos clavos a los que aferrarnos. La Unión Europea es un factor de estabilidad dentro de este escenario presidido por la incertidumbre. Durante los primeros 25 años de nuestra pertenencia a la UE, España recibió 90.000 millones de euros netos de las arcas comunitarias. Fondos que en su mayoría han servido para financiar las grandes obras de infraestructura para modernizar nuestro país y que también han redundado en una mayor cohesión territorial.

El marco institucional europeo nos ofrece el contrapeso a la inestabilidad política española. Más del 70% de los españoles consideran que nuestra pertenencia a la Unión ha sido satisfactoria y lo es precisamente por el compromiso del espacio comercial más poderoso del mundo con los ideales de progreso económico, democracia y, no lo olvidemos, descentralización en aras de una administración más próxima al ciudadano. Europa nos proporciona lo que nos falta en España: seguridad jurídica frente a la inestabilidad política.

El segundo de los focos de estabilidad para 2018 vendrá de la mano de nuestras relaciones con Estados Unidos. Un socio al que conviene más que a nadie apostar por el respeto y defensa de la integridad institucional y territorial de España. Sus intereses estratégicos en nuestro país son evidentes pero no por ello suelen ser públicos. Rota o Morón son dos motivos más que suficientes para que la primera potencia del mundo se haya mostrado partidaria de una España fuerte y unida.

Desde la base de Morón, los Estados Unidos pueden desplegar un contingente de respuesta rápida capaz de desplazarse a cualquier punto de África en apenas unas horas. Uganda, Nigeria, Libia o Somalia son solo algunos ejemplos del poder de control estadounidense en la zona que redunda en un muro de contención terrorista ofrecido al resto del mundo desde nuestro territorio.

Pero los intereses americanos no solo son militares. La cooperación entre empresas españolas y americanas, tanto en América Latina como en suelo norteamericano, es patente. Cada vez son más las corporaciones de ambos lados del Atlántico que deciden lanzarse a la aventura de trabajar y competir en ambos mercados.

El aspecto cooperativo empresarial, que a menudo falta entre las empresas de la Unión Europea, se contrapone a las facilidades de nuestras empresas que operan en los Estados Unidos. Pese a los temores inicialmente extendidos por el desembarco de la administración Trump, lo cierto es que, a día de hoy, EEUU es el principal inversor en España en los últimos años y es el segundo territorio preferido para la inversión de empresas españolas en el exterior.

Pocos días quedan para dar por terminado 2017. Se va, pero deja a su paso más incógnitas que certezas. 2018 arrancará con nuevos retos, principalmente políticos y que marcarán nuestro destino no sólo para un año, sino para las próximas décadas. Frente a la incertidumbre solo puede contraponerse la seguridad y la firmeza por construir entre todos un país estable, seguro, que no tiemble cada vez que se convocan elecciones en alguna parte del territorio.

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