OPINION

Europa: ¿Gigante, enano o gusano?

“El rapto de Europa” de Rembrandt (1632, óleo sobre tabla), 62x77 cm, The Paul J. Getty Museum, Los Angeles.
“El rapto de Europa” de Rembrandt (1632, óleo sobre tabla), 62x77 cm, The Paul J. Getty Museum, Los Angeles.

Gigante económico, enano político y gusano militar. Esta era la definición que, desde siempre, se daba de la Unión Europea en los mentideros y think tank políticos internacionales. Desde su origen, allá por 1957, Europa ha estado más centrada en sus propios asuntos que en ejercer un liderazgo político y moral en el mundo. Era lógico y normal. Primero asegurar la convivencia entre nosotros para después pasar a exportar nuestros valores.

Los europeos teníamos presentes en nuestras carnes los efectos que un conflicto bélico puede ocasionar en nuestra sociedad y economía. El propósito era crear un marco de actuación basado en “realizaciones concretas”, que dejaran atrás los asuntos conflictivos y se centraran en crear las condiciones necesarias para avanzar en el proceso de integración europea. Había que construir Europa y esto sólo sería posible a través de la economía y el comercio. Profundizar antes de integrar. Estas eran las bases diseñadas para el éxito político europeo del siglo XX.

Llegan las ampliaciones. Casi siempre bien estudiadas e implementando el acervo comunitario a sistemas legales tan dispares como el español o el sueco, el finlandés y el portugués, o el polaco frente al irlandés. No era tarea fácil y comienzan a surgir los primeros problemas de encaje institucional. La profundización se quiebra en aras de la integración. Ya no es importante la construcción, ahora se exige la ampliación a toda costa. Cuanto más grandes mejor. Error.

Al margen de nuestra realidad particular, las cosas han cambiado en el escenario internacional y, desde muchas regiones y actores políticos, se nos exige una participación más activa a esta Europa mitad gigante, un poco enana y totalmente insignificante en lo militar.

Las cosas tampoco es que hayan cambiado mucho, a excepción del aspecto económico en el que nos hemos visto superados – no por ello dejamos de ser un gigante, básicamente comercial – por otras potencias que han sabido rentabilizar los efectos negativos de la globalización a favor de economías más abiertas y competitivas que la del continente.

Somos más de 500 millones de habitantes con un PIB que supera los 15 billones de euros. Contamos con el PIB per cápita continental más elevado del mundo con casi 30.000 €. Nuestros datos reflejan que deberíamos ser la primera potencia comercial mundial y, por lo tanto, ejercer este liderazgo en todos los aspectos, teatros y tomas de decisión de la economía global.

Con apenas el 7% de la población mundial y representando el 20% del total de las importaciones y exportaciones mundiales, la que otrora fuera primera potencia comercial mundial, ya superada por China, mantiene un pulso frenético con los Estados Unidos para no convertirse en la tercera.

Difícilmente conseguiremos no ser superados cuando más del 62% de nuestro comercio total es intracomunitario, es decir, Europa se compra y vende a sí misma, obviando las nuevas rutas comerciales de futuro, tanto con China como con América.  Al gigante económico le han salido otros dos rivales de la misma altura y otros cuantos comienzan a estar a su nivel.

En el plano político nuestro enanismo continúa siendo una realidad. Si bien los mecanismos de la Acción Exterior de la Unión ya gozan de instrumentos en forma del Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y el nasciturus, Servicio Europeo de Acción Exterior, el resultado de todas estas medidas no es apenas destacable.

Europa no ha conformado una estrategia de acción exterior común. Si bien el marco de su política internacional continúan siendo el aspecto comercial y económico, la UE sigue estando muchas veces en calidad de observadora, en el mejor de los casos, en las decisiones más importantes que se toman en el teatro internacional.

Los británicos, conscientes de esta realidad, ya decidieron que no podían continuar así. Entre todos los argumentos que nuestros vecinos anglosajones sacaron a la palestra con objeto del referéndum que les llevó a situarse al otro extremo de la orilla política, el papel insignificante que la Unión Europea estaba jugando en la política internacional se coló en la agenda electoral.

La acción de la UE chocaba frontalmente con la histórica presencia de Reino Unido, como ente autónomo y soberano, en las grandes sedes de poder mundial. El tradicional eje franco - alemán en materia internacional y su alineamiento sin condiciones había encontrado su núcleo principal de enfrentamiento con la posición británica en asuntos tan importantes como Afganistán o Irak.

Es aquí cuando surge de nuevo el papel liliputiense de la UE en el ámbito militar. “Nosotros ponemos los soldados, los muertos, y ¿ustedes?” Esta era la pregunta que muchos ciudadanos británicos se hacían cuando les preguntaban como sus socios europeos podían ayudarles en escenarios tan complicados como Helmand o el valle de Panjshir. La presencia europea sobre el terreno se concebía más como un aspecto de colaboración entre Estados o en el marco de la OTAN, que como una prioridad de la UE.

Así las cosas, Reino Unido dictó sentencia y prefirió estar más fuera que dentro. El tiempo dirá si su decisión fue la correcta, pero de momento nos hemos quedado sin un socio fundamental en la construcción del espacio geopolítico de la Unión y un actor de primer orden en la implicación militar en Oriente Medio.

Para colmo y aunque no es noticia, Londres ha decidido mandar a su buque insignia, el Queen Elizabeth, a Gibraltar en su primera misión más allá de las costas británicas tras el Brexit. Todo un símbolo que en nuestro país ha pasado desapercibido pero que en La Roca se ha recibido como un gesto de apoyo ante las implicaciones estratégicas de la decisión de abandonar la UE.

Atrás quedó el sueño de ser capaces de desplegar un cuerpo de ejército, unos 60.000 hombres, en un plazo máximo de dos meses durante un año en lo que iba a constituirse como el embrión del futuro ejército europeo. Siendo en la práctica posible, contando incluso con el apoyo y muchas veces incluso el fervor por parte de las instituciones castrenses de colaborar en este proyecto, surge la inviabilidad política de siquiera imaginar a la UE tomando la decisión de ordenar esta acción. ¿Para qué vamos a tener las herramientas si nunca seremos capaces de utilizarlas?, se preguntaban en el 10 de Downing Street.

En la escena internacional no hay lugar para la indecisión y el espacio que un bloque deja es rápidamente ocupado por el vecino. Rusia es consciente de esta situación y tras los gravísimos enfrentamientos en Ucrania de 2014 mantiene desplegado en la región un importantísimo contingente militar, ante la que únicamente la OTAN ha podido responder a través de la EFP, Presencia Avanzada Reforzada en inglés, en lo que supone una vuelta a la guerra fría en nuestro continente, al menos en su vertiente militar y política.

“El rapto de Europa” de Rembrandt (1632, óleo sobre tabla), 62x77 cm, The Paul J. Getty Museum, Los Angeles.
“El rapto de Europa” de Rembrandt (1632, óleo sobre tabla), The Paul J. Getty Museum.

Cuenta la mitología griega que cuando Zeus se transformó en toro decidió raptar a Europa para convertirla en la primera reina de Creta. Se supone que lo hacía enamorado de la mujer más bella sobre la tierra de Tiro.

Quizá a Europa le falta eso, enamorar al mundo, para continuar siendo una potencia económica, transformarse en una actriz de primer orden mundial y convertirse en una guerrera, al menos capacitada, para responder a las amenazas de un mundo cada vez más necesitado de ella.

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