OPINION

La guerra fría se calienta de nuevo... sálvese quien pueda

Un espía ruso muere envenenado en Salisbury. Su hija también fallece por la acción de un agente nervioso que tradicionalmente ha sido utilizado por la inteligencia rusa. No es el guión de una novela de John LeCarré. Se trata de una realidad que puede condicionar las relaciones internacionales futuras, especialmente en Europa.

Pese a que ya teníamos desterrada de nuestra memoria aquellas imágenes de intercambios de espías en puentes y asesinatos selectivos en extraños cafés, en las últimas semanas se han disparado los acontecimientos que están provocando el retorno a una guerra fría caracterizada por un enfrentamiento soterrado entre el bloque occidental y Rusia. La guerra fría se calienta y lo hace a un ritmo preocupante.

Aunque hayan cambiado las banderas y los personajes, la práctica de la geoestrategia continúa siendo la misma que en el siglo XX. La máxima se basa en mantener la tensión en todos los frentes posibles, puesto que todos son igualmente importantes; el diplomático, el social y el militar, este último, pese a ser el más peligroso, es el que pasa más desapercibido quizá en un intento deliberado por mantener la tensión en una escala baja de conocimiento popular.

El caso del envenenamiento del exespía Sergei Skripal y su hija Julia supone un paso más en esta carrera desenfrenada por el control del mando político en Europa, y sitúa a Rusia como contrapoder de la Unión Europea. La tensión que se vive en el Báltico y en Polonia ha provocado que el flanco oriental de la Otan se haya reforzado y sean ya decenas de miles los efectivos desplegados en la frontera ruso–polaca, así como en Letonia, Lituania y Estonia. Su presencia será efectiva “hasta que sea necesario”, como el mismo Secretario General de la Alianza Atlántica se ha esforzado en repetir una y otra vez.

A esta situación sobre el terreno se unen los vuelos no autorizados de aviones militares rusos por el espacio aéreo europeo, que son una realidad cotidiana no solamente en estos países. Recientemente, se han dado casos de identificación e interceptación de estas aeronaves incluso en nuestro país. Sumemos a esto el mismo movimiento en buques y la siempre inquietante sospecha sobre el efecto de las 'fake news' en las democracias occidentales. Nos encontramos ante la tormenta perfecta que precede a la tempestad.

En política internacional siempre se ha señalado la importancia de buscar un enemigo externo como reforzamiento de la posición interna, a la par que fijar un adversario capaz de canalizar el descontento o frustración interna de la propia población. Maquiavelo está más vigente que nunca y por ello es necesario poder identificar claramente cuál es el alcance de la política exterior que, curiosamente, siempre coincide con la política de defensa, especialmente la armamentística.

En este panorama sombrío, las alianzas y liderazgos resultarán claves para afrontar una crisis, que lejos de atenuarse tiene todas las bazas para protagonizar la escena internacional durante las próximas décadas. Rusia, la Unión Europea, el Reino Unido y Estados Unidos son los protagonistas de primer orden en el escenario internacional.

Putin es de largo el más veterano de todos los posibles contendientes que Europa puede encontrar. Inauguró el milenio con su primera presidencia y alcanza así los 18 años de reinado de la potencia con mayor poder de influencia en el territorio europeo. Sus intereses coinciden con la continua pretensión rusa de situarse como una potencia no sólo militar, también económica. Como herramienta para consolidar este último objetivo utilizará el gas que suministra a los antiguos países de la órbita soviética, como Polonia o incluso la propia Alemania. La desventaja de este arma es su estacionalidad y es que, como antaño, el general invierno aparece durante unos meses en los que la dependencia de esta materia prima es más necesaria en estos países.

La posición alemana en este aspecto favorece a Putin. La construcción del gasoducto Nord Stream II permitirá suministrar directamente gas a Alemania desde la estepa siberiana, por lo que Berlín no verá afectado su suministro por la inestabilidad de otros países que estarán supeditados directamente al poder del gas ruso, sin que existan obstáculos o daños colaterales que pudieran condicionar la política exterior de Moscú. Dicho de otra manera, Rusia podrá decidir cuándo y cómo cortará la calefacción a Ucrania o Polonia en inverno. En el pasado no le tembló el pulso para hacerlo y no lo hará en el futuro.

Por su parte, la posición de Reino Unido, el otro actor implicado en esta crisis, no es nada fácil. El momento actual del proceso de divorcio entre la UE e Inglaterra, el Brexit, no parece el mejor de los escenarios para buscar el apoyo europeo frente a una agresión rusa. De este modo, la respuesta de la UE ante el desafío ruso no puede ser calificada más que como tibia, pese a que la primera ministra británica, Teresa May, apeló directamente a la ayuda europea, incluso asegurando que el suceso de Salisbury es una agresión rusa contra Europa y sus vecinos.

Seguramente May esperaba una respuesta más contundente por parte de sus, dentro de poco, ex socios comunitarios, pero ha debido contentarse con unas declaraciones pusilánimes por parte de franceses y alemanes, y una respuesta un tanto más dura en forma de represalias contra diplomáticos rusos de los países de la UE, en una especie de ponderación proporcional de expulsiones en función de los intereses aislados de cada uno de ellos.

Reino Unido comprobará ahora, esperemos que no en sus carnes, la importancia del multilateralismo y la inexplicable opción del aislamiento en un mundo globalizado e interconectado, en el que la antigua compensación de fuerzas entre unos y otros está fuera de juego.

Por su parte, Donald Trump no plantea una política exterior clara durante su mandato. Este es un hecho que está siendo aprovechado por Putin. El fulminante despido de Rex Tillerson supuso el primer cese en cien años de historia de la diplomacia estadounidense y lo que es más grave, aunque la versión oficial sobre las causas de su cese parecen ser otras, los medios americanos señalan continuamente que fueron precisamente las declaraciones del ex secretario de Estado, en las que acusaba veladamente a Rusia de ser responsable de la muerte del Skripal y su hija en Salisbury, las que detonaron su cese.

Con estos mimbres, Estados Unidos trata de recomponer la distribución de sus fuerzas en dos escenarios distintos. Ya olvidada, o al menos en 'stand by', está su presencia sobre el terreno en Oriente Medio. Se debate ahora su actividad en el Pacífico y en el oriente europeo. Pese a ser la gran maquina militar del siglo XXI, la necesidad de dividir sus fuerzas en dos escenarios tan distantes, y con dos enemigos tan complicados como Rusia y China, hace que, como poco, pueda discutirse su capacidad de dirigir un mundo en el que se busca un líder capaz de calmar una temperatura que sube cada día un grado más en una espiral que terminará por estallar tarde o temprano.

Como dirían los clásicos, 'si vis pacem, para bellum', pero queridos amigos de Viernes Santo, también hay que tener en cuenta que 'si vis bellum, para culum'.

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