OPINION

Las guerras del presente que han venido para quedarse

Alvin y Heidi Toffler escribieron en 1993 Las Guerras del Futuro. En este texto señalaban los rasgos que caracterizarían los conflictos en el siglo XXI. La inseguridad, la dimensión económica de la guerra, la aparición de los elementos tecnológicos y las 'fake news', como armas de desinformación masiva, presiden el espíritu del texto de este matrimonio de pensadores.

No erraban en sus predicciones. Nos encaminamos al final de un año que sólo podemos calificar como incierto, desde el punto de vista de las relaciones internacionales. La economía se empeña en dar señales de inseguridad en prácticamente todos los mercados globales y el panorama político mundial no parece más estable. Los parqués internacionales no se atreven siquiera a soñar con despegar y los índices macroeconómicos dan señales de agotamiento y falta de confianza en un sistema incapaz de aportar soluciones a los problemas que nos gobiernan.

De esta manera, se comprueba que economía y geopolítica han ido siempre de la mano. La evolución de las relaciones y conflictos internacionales siempre ha tenido su reflejo inmediato en las cuentas de resultados mundiales. En un primer momento afectan directamente a los países implicados, pero también condicionan el desarrollo posterior de su zona de influencia regional y en el medio y largo plazo su pernicioso efecto se extiende al conjunto de la economía mundial.

En este sentido, 2018 no ha sido fácil. El año nos ha ofrecido la aparición de tres polos de especial atención geopolítica. La situación más complicada se está viviendo también en tres países que han protagonizado un año completo de conflictos; Afganistán, Yemen y el Sahel. La calma tensa la encontramos en otras tres regiones: El este europeo, Israel y el Mar de China y, por último, se atisba una situación presumiblemente esperanzadora en Siria y Corea. Todas estas zonas comparten un patrón común sobre el que pivota la geopolítica en el siglo XXI: la estrategia presidencial americana en la política internacional.

Así, en Afganistán, los Estados Unidos están tomando una posición de espectador privilegiado. Las fuerzas estadounidenses sobre el terreno disminuyen año tras año. En la actualidad, y pese a un aumento temporal simbólico de 1.000 militares en el país asiático, se encuentran divididas en casi una treintena de enclaves estratégicos y ocupadas – y preocupadas – fundamentalmente en asegurar la presencia de los efectivos afganos en el terreno, frente a una cada vez mayor influencia y presencia física en el país de los talibanes. Junto a esta situación se añade el preocupante aumento de miembros del DAESH en la zona, derivado de la presión ejercida en Siria e Irak en su contra.

En el Sahel los Estados Unidos han apostado por una presencia también discreta, desde el punto de vista militar. La muerte de cuatro miembros de las fuerzas especiales norteamericanas en Níger el pasado 4 de octubre desveló que la acción americana se centra más en la obtención de inteligencia y dominio del espacio aéreo, que realmente en la intervención militar física sobre esta franja de terreno en la que campean innumerables facciones terroristas. Estados Unidos mantiene unos 6.000 efectivos en todo el continente. Sólo Francia más de 7.000. La operación francesa en el Sahel dependerá en gran parte del apoyo firme y decidido americano en 2019. De no prestarse el mismo, la misión más importante que tiene en este momento encima de la mesa Europa fracasará… una vez más.

Si la postura en el Sahel es discreta, la actividad americana en Yemen es nula. La guerra emprendida en 2015 por el príncipe heredero Mohamed bin Salman se basa en el bombardeo continuado de una zona ya devastada y sin visos de encontrar su fin hasta que la coalición formada por Arabia Saudí, Qatar, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Egipto, Jordania y en menor medida Marruecos, Sudán y Senegal contra los hutíes decida bajar al terreno y pisar el suelo yemení. Este hecho provocará probablemente que en 2019 la coalición se fragmente, al no poder soportar una guerra larga que se cobrará también vidas de los soldados suníes desplegados. América consiente diplomáticamente la situación, con un ánimo claro de evitar intervenir nuevamente en Oriente Medio.

En los focos de calma tensa la postura americana es radicalmente diferente. En Ucrania la escalada de provocaciones entre Kiev y Moscú evolucionará, más que probablemente, en enfrentamientos directos en 2019. Los americanos cuentan con 35.000 efectivos sólo en Alemania, a los que se podrían unir varios miles más en caso de que las pretensiones del gobierno polaco salgan adelante y Estados Unidos acepte la invitación polaca de construir una base permanente en su territorio. Este hecho revolucionaría completamente la geopolítica del principal foco de conflicto que queda en territorio europeo y, sin duda, no quedaría sin una respuesta, hasta cierto punto justa, del gobierno ruso. Europa ha reclamado constantemente a su aliado histórico una mayor atención sobre Ucrania y las repúblicas bálticas.

Razón parecida ha argüido el gobierno israelí contra la administración americana. Los primeros gestos diplomáticos de la administración Trump se dirigieron a contentar al ejecutivo israelí con el traslado de la Embajada a Jerusalén, un hecho que no pasó inadvertido para el conjunto de la comunidad internacional, que criticó sin reservas la unilateralidad de la decisión. Durante 2018 Estados Unidos ha mantenido una postura tibia con respecto al problema palestino. Nadie duda del posicionamiento americano, que se basa en un apoyo incondicional al gobierno de Benjamín Netanyahu sin caer en contradicción con los intereses de otros aliados en la zona y de la presencia, cada vez mayor, de China en la búsqueda de recursos energéticos en la zona.

Es precisamente el gigante demográfico y económico sobre el que Estados Unidos mantiene su mayor foco de atención. La incipiente presencia naval de China en su autodenominado mar supone un contrapeso, aún menor, al poderío marítimo americano. La construcción casi en serie de portaaviones chinos recuerda los tiempos de la II Guerra Mundial, en la que se llegó a reunir más de 100 buques portaeronaves en la zona. Si hasta ahora la ventaja tecnológica militar norteamericana había servido para “mantener a raya” a sus competidores, en el caso de China se está reduciendo notablemente. Este hecho, no menor, provoca que el gasto militar americano no tenga visos de reducirse. Por el contrario, aumentará durante el año entrante. Situación realmente paradójica teniendo en cuenta la reducción de efectivos militares americanos en el mundo y que es una seña de identidad de la actual administración americana.

China por su parte mantiene abierto el frente occidental, pero con unos medios distintos a los americanos. El sueño de la reedición de la Ruta de la Seda recuerda a los primeros escritos que en materia de geopolítica se escribieron allá por el siglo XIX. Mackinder, en “El pivote geográfico de la historia”, señalaba la importancia del ferrocarril en la configuración radial de la influencia política de los países. Si bien su principal objetivo era resaltar la importancia que este hecho estaba jugando por aquel entonces en Rusia, el heartland continental, en la actualidad es China quien parece empeñada en reeditar esta milenaria ruta, pero centrada más en el aspecto comercial que en el militar.

Al comienzo de este artículo destacábamos la situación falsamente esperanzadora en Siria y Corea. Ambos países comparten una circunstancia común: la distensión en ambos frentes con Estados Unidos como actor de especial relevancia. La reciente decisión de retirar las tropas americanas de Siria tiene un actor directamente beneficiado, que no es otro que Rusia. Moscú ve reforzado de esta manera su presencia en la zona y también su papel como agente estabilizador en la zona, apuntándose un tanto para su otrora diezmado Ejército. Esta puede ser la auténtica razón de la dimisión del general James Mattis como secretario de Defensa americano.

Por su parte, la Península coreana no deja de sorprender. Si hace un año la comunidad de inteligencia mundial la marcaba como la zona más caliente de la tierra, hoy en día parece que podría sumirse en un escenario de tranquilidad y, lo que es más importante, con Estados Unidos ejerciendo el papel de pacificador entre los gobiernos de Seúl y Pionyang.

2018 ha sido un año difícil para las relaciones internacionales., La postura norteamericana recuerda a una extensión de la doctrina Wilson, pero entendida como la no intervención en conflictos en los que sus legítimos intereses no estén afectados directamente. A fin de cuentas, y con un siglo de diferencia, tanto Woodrow Wilson como Donald Trump parecen compartir su visión sobre un mundo que se gobierne a sí mismo, hasta que el límite político se imponga. Paradójicamente, el presidente americano podría pasar a la historia, entre otras cosas, como un presidente no belicista, al menos con los datos en la mano.

El año saliente nos enseña que, en el complejo escenario de la política internacional, la inestabilidad será la regla en lugar de la excepción. Aprendamos a convivir con ella puesto que es lo que nos espera en 2019.

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