OPINION

Tres escenarios en la 'guerra' de EEUU con Irán: ¿pondrá Trump las refinerías en su punto de mira?

Un manifestante durante las protestas en Teherán por la operación contra Soleimani. / EFE
Un manifestante durante las protestas en Teherán por la operación contra Soleimani. / EFE

Si hay un lugar complicado en el mundo, desde el punto de vista geopolítico y estratégico, ese es Oriente Medio. Hasta el vuelo más silente de una mosca puede levantar un viento capaz de tumbar gobiernos y poner patas arriba a la economía mundial.

La muerte del general iraní Qasem Soleimani, el comandante de las fuerzas especiales Qods de la Guardia Revolucionaria de Irán, está llamada a suponer un punto de inflexión en las hirvientes relaciones entre Estados Unidos e Irán. Su poder dentro del régimen ayatolá se extendía a todas las áreas de influencia en Teherán. Por su astuta mirada pasaba la estrategia de inteligencia iraní y el posicionamiento de las fuerzas especiales en el exterior. Incluso con 62 años, su carrera política tenía un amplio y prometedor recorrido en la cúpula de la política del país persa.

Junto al factor humano, su eliminación pone en evidencia la relación especial que Irán juega en su país vecino: Irak. Además de Soleimani, el subcomandante de las Fuerzas de Movilización Popular iraquíes, Abu Mahdi al Muhandis, es otra de las víctimas del ataque de los drones americanos. Estas milicias - Kata’ib Hezbollah - suponen, como ha quedado de manifiesto, el brazo armado del régimen iraní en Bagdad. El presidente norteamericano, Donald Trump, ha elegido sus objetivos conscientemente. Personalmente, se ha ocupado y preocupado por señalarse a sí mismo como el responsable directo de la decisión y recalcar que, desde el punto de vista legal, el ataque se realiza en territorio iraquí. No en Irán. Algo que hubiera supuesto el desencadenamiento de la guerra total con Teherán.

La 'explicatio belli' americana no es otra que responder a las críticas internas que le acusaban de obviar una respuesta contundente a las continuas provocaciones de Irán, que tienen su reflejo tanto en Irak como en el resto de países de la región. La gota que desbordó el vaso tuvo su punto culminante con el ataque a una base iraquí en la que falleció un contratista americano. Este fue el 'casus belli' que escaló la tensión y provocó los bombardeos de la fuerza aérea americana en Siria, el norte de Irak y el consabido intento de toma de la Embajada americana en Bagdad.

Pese a que la Administración Trump trata de huir de todas las “guerras eternas” que ha heredado, lo cierto es que la acción militar provocará una respuesta segura por parte del Gobierno de Teherán. Su máximo representante, Hasan Rohaní, ya ha advertido que su país responderá de una “manera decidida en un futuro próximo”. Algo que en términos geopolíticos dibuja varios escenarios en función de la mayor o menor intensidad de la respuesta y que también, dependiendo de su magnitud, tendrá efectos en el plano económico.

El primer escenario se contempla desde una respuesta de 'baja intensidad' por parte del régimen iraní. Teherán podría optar por una política continuista, operando en aquellos territorios en los que tiene presencia física indirecta en el terreno y especialmente en Irak. De esta manera evitaría una confrontación directa con Estados Unidos, focalizando su acción en un país en el que la presencia americana está en cuestión desde hace varios años. No hay que olvidar que el origen de la escalada está precisamente en Irak, un país que no conoce la paz desde hace ya varias décadas y en el que los iraníes pueden desplegar una guerra de baja intensidad de manera efectiva.

Irak representa a la perfección el difícil equilibrio que está en juego en Oriente Medio. Con una mayoría social chií y un Gobierno saliente, el de Adel Abdel Mahdi, ve presagiar al advenimiento de un conflicto que puede suponer el preludio de “una guerra devastadora en Irak”. Bagdad oscila continuamente entre un tímido apoyo fáctico a Washington y el abrazo a Teherán que pasaría, y este sí es un factor esencial, a dominar políticamente un territorio más grande que Alemania y más inestable que ningún otro en el mundo.

Desde el punto de vista militar, Estados Unidos podría incrementar su presión sobre el régimen iraní, concreta y directamente sobre sus refinerías de petróleo. Una amenaza que es más real que nunca tras la advertencia de la senadora Lindsey Graham para que Irán pague “el precio más alto” si continúa atacando intereses y efectivos americanos en la región.

Al igual que en la vertiente política, la economía sufriría las consecuencias limitadas de una respuesta de baja intensidad. El 'raid' en los precios del petróleo se vería directamente afectado. El previsible endurecimiento de las sanciones contra Irán por parte de Estados Unidos redundaría en una mayor exigencia a sus aliados para que renunciaran a cualquier tipo de relación comercial con Teherán, que tendría como única válvula de escape la salida de su gas y petróleo a Rusia -que realmente no lo necesita- y a Siria, Gobierno al que alimenta desde el comienzo de la interminable guerra que enfrenta a Bashar al-Ásad con una revolución convertida hace tiempo en yihad, especialmente después de que el Ejército Libre Sirio fuese degradado a una fuerza 'proxy' de Turquía.

Si por una razón u otra Teherán corta el grifo a Damasco, la eterna victoria que no llega del régimen sirio contra sus opositores se vería, cuando menos, una vez más retrasada, contribuyendo, aún más, a la inestabilidad en la zona.

El segundo escenario presenta un panorama de alta intensidad en el que el régimen iraní optaría por el reforzamiento de las acciones bélicas y de operaciones especiales en todas las zonas a las que llega el interés de Teherán.

Como ya ha firmado el máximo líder iraní, el ayatolá Alí Jamenei, la respuesta de Teherán se producirá. La segura reacción persa es un hecho que la historia demuestra reiteradamente y que no tiene por qué ocurrir en el futuro inmediato, pero se producirá. Lejos de eso, si por algo se caracteriza el régimen ayatolá es por su perseverancia. Algo que le ha llevado a cosechar triunfos y mantener el pulso a poderosos actores internacionales.

Comenzando por Irak, la estrategia del Gobierno iraní puede pasar por compeler al movimiento antiestadounidense en Bagdad a manifestarse en la calle, lo que obligaría a las fuerzas y efectivos americanos a atrincherarse en la Zona Verde, para después pasar a canalizar la demanda social, política y jurídica en el parlamento iraquí para que EEUU abandone el país. Washington pasaría a ser nombrado país 'non grato' y la consecuencia lógica no sería otra que la retirada americana y el resurgimiento del terrorismo del Estado Islámico en Irak, cuna de este movimiento y que encontraría su justificación para 'defender' a la población suní en un territorio mayoritariamente chií y en el que las milicias de Kata’ib Hezbollah operarían directamente como el brazo armado de Teherán, pese a estar formalmente englobadas en la estructura militar de Bagdad.

Junto a Irak, Yemen, Arabia Saudí y el Estrecho de Ormuz serían los escenarios en los que la acción iraní sería previsible. En el caso de Yemen, las represalias pasarían irreversiblemente por el endurecimiento de un conflicto que está poniendo entre las cuerdas a Riad en su batalla contra los rebeldes hutíes. Un grupo étnico que cuenta con el apoyo chií y que no ha dudado un momento en amenazar a Estados Unidos con una respuesta rápida y directa sobre las numerosas bases e instalaciones americanas en toda la región. Ya han demostrado que son capaces de golpear duramente fuera del territorio yemení, concretamente en Arabia Saudí, un hecho que, por no tener respuesta, ha generado dudas sobre la firmeza y seguridad de Riad en sus refinerías y, por lo tanto, en la capacidad de producción petrolífera saudí.

Por su parte, la escalada militar en el Estrecho de Ormuz estaría determinada por el peligro que implica poner en cuestión la seguridad en el punto logístico y energético más importante del mundo. Irán y su Armada pueden simplemente desplegar obstáculos en forma de minas o detenciones arbitrarias contra aquellos buques petroleros que surcan a miles el paso geográfico. El damnificado no sería únicamente Arabia Saudí. El resto de países exportadores de petróleo y gas de la zona se verían también perjudicados y, por extensión, el mundo tendría que afrontar un panorama con un incremento masivo de los precios energéticos y, lo que es peor, la amenaza podría extenderse al resto de sectores de la economía mundial.

Si en el pasado la inestabilidad en la zona tuvo una repercusión relativa sobre el precio del petróleo, en caso de que el segundo escenario tomara forma nos encontraríamos ante un elemento novedoso que podría asemejarse de facto y claramente a la crisis de 1973. Los países árabes podrían ser incapaces de exportar gran parte de su producción, algo que unido a la prohibición estadounidense de adquirir crudo iraní obligaría al resto de países a buscar otros proveedores a un precio probablemente más elevado que el actual. Paradójicamente, el país más y mejor preparado para asumir este escenario sería Estados Unidos, empeñado desde hace décadas en tratar de construir un sistema de aprovisionamiento alternativo al actual. Logro que ha conseguido gracias a la investigación y desarrollo de gas de esquisto y la gestión acertada de sus reservas de petróleo.

Por último, el tercer escenario que debe ser contemplado y ante el que deberíamos tener los dedos cruzados es un enfrentamiento total entre Irán y Estados Unidos. Evidentemente su duración sería corta, puesto que los americanos gozan de una superioridad militar en todos y cada uno de los terrenos estratégicos del siglo XXI pero la estrategia del presidente Trump de salir de los avisperos militares pasados se vería truncada, obligando a volver a desplegar botas sobre un terreno en el que la paulatina y decidida decisión de retirar efectivos de Oriente Medio ha generado un espacio vacío que puede ser ocupado por las potencias locales que aspiraran a recoger el legado de Estados Unidos como dominador de la zona.

Aunque pueda parecer paradíjico, el segundo de los escenarios sería, a todos los efectos, el que más daño provocaría a la economía mundial y especialmente a la española. Nuestro país está claramente condicionado por el sistema de sanciones americano. A modo de recordatorio, España llegó a ser el quinto exportador europeo en Irán y nuestro consumo energético dependió en gran parte del régimen ayatolá, gracias a la exportación de petróleo. Los bienes y servicios relacionados con maquinaria industrial, productos farmacéuticos y químicos, han sido las bases de nuestra relación comercial con Teherán. Todos ellos caerían en el olvido eterno en caso del agravamiento de la situación en el segundo escenario.

Si la situación es incierta y la inestabilidad es el nombre que reina en la zona, no queda otro remedio que asumir que las consecuencias del ataque que provocó la muerte del general Soleimani suponen un cisne negro, un suceso sorpresivo que, sin duda, provocará un terremoto de imprevisibles consecuencias. La sombra del general es alargada y sigue siendo poderosa. Incluso después de muerto.

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