Opinión

La crisis del sofá: ¿por qué Europa todavía soporta las humillaciones de Turquía?

EFE
La crisis del sofá: ¿por qué Europa soporta de esta manera los insultos de Turquía?
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A menudo nos fijamos en las anécdotas, en los pequeños detalles que, lejos de suponer una categoría, tienden a reflejar algún suceso que se aleja por completo de la realidad. Sin embargo, otras veces, un gesto, por pequeño que pueda parecer, da pie para cantar las verdades del barquero, aquello que muchas veces pensamos y pocas veces decimos. Pues este es el artículo de la crisis del sofá casposo o el día en el que Europa entera fue ninguneada en Turquía.

El episodio vivido en Ankara entre el trío compuesto por Ursula von der Leyen, Charles Michel y el presidente Erdogan, responde a esta tipología. El suceso pone de manifiesto el papel de una Unión Europea que ha pasado de no tener voz a tener al menos tres muy disonantes: la del Consejo Europeo, la de la Comisión y la del Parlamento. Sin duda, Henry Kissinger no esperaba tener esta respuesta cuando se preguntaba qué número tenía que marcar para llamar a Europa. A falta de uno, ahora tiene tres y con prefijos distintos.

El análisis de la escena, que ha sido retransmitida y difundida por todos los telediarios y programas del Viejo Continente, refleja el carácter inane de la Europa diplomática. Después de meses de tensas negociaciones sobre quién tiene que decir qué y cómo, las reuniones de alto nivel diplomático tienen en un casposo sofá de recepción el claro exponente de cómo la Unión Europea se ha convertido en el ejemplo de su propio fracaso.

Y no es que detrás de la desastrosa gestión protocolaria de la situación se esconda la misoginia del presidente turco hacia Ursula, nuestra Ursula, ni siquiera que Charles Michel, viéndolas venir, diera unos pasos acelerados hacia la posición de igualdad diplomática que le proporcionaría sentarse en el mismo modelo de silla, cuasi confidente, que Erdogan. La escena del sofá casposo demuestra las razones por las que la dignidad europea puede pisotearse sin que nadie quiera ni pueda hacer nada.

Las crisis debidas al mobiliario doméstico no son nuevas en la Unión Europea. En 1965, el presidente De Gaulle realizó un 'numerito' similar cuando, en protesta por la creación de un mercado agrícola común, dejó vacía la silla correspondiente a Francia en el Consejo de Ministros de las, por aquel entonces, Comunidades Europeas hasta "nuevo aviso". Esta silla permaneció en ese estado durante seis meses en los que la Unión se debatía entre afrontar una PAC sin Francia o la disolución de la supranacionalidad. El ‘Compromiso de Luxemburgo’ puso fin a esta cuestión, cediendo a los intereses franceses y posponiendo el control del presupuesto agrícola y la toma de decisiones por mayoría cualificada en la misma materia. Francia 1 - UE 0.

La silla vacía, al igual que el 'sofá casposo', demostraba que cuando las cosas se ponen feas la UE hace honor a su descripción de gigante económico y enano político. Cabe preguntarse por las razones exactas por las que Erdogan abofeteaba 'diplomáticamente' de esa manera a dos de las instituciones comunitarias más importantes.

En primer lugar, destaca la posición beligerante del gigante turco sobre determinadas posiciones políticas de algunos socios comunitarios, principalmente Francia e Italia. Las pretensiones de Ankara por convertirse en el 'Hegemon' del Mediterráneo chocan directamente con la posición de firmeza del Ejecutivo francés, quien ya advirtió claramente de la necesidad de parar los pies turcos en Libia. Macron llegó incluso a acusar a Erdogan de comportarse "de una manera inaceptable" en una cuestión que "Francia no puede dejar estar". Erdogan le ha devuelto el golpe a París y Roma, solo que esta vez lo ha hecho en la cara de Ursula y, por ende, en la de todos los europeos.

En la conciencia de Erdogan aún resuenan las cuarenta que le cantaron Tusk y Juncker en Varna, donde en 2018 le afearon la situación del Estado de Derecho y sus actuaciones en el Egeo. Tres años ha esperado el turco para ejecutar su venganza

En segundo lugar, las presiones de la UE sobre Turquía en materia migratoria no son vistas con agrado por parte del régimen turco. Si hay algo que molesta a los regímenes con tintes autoritarios es que alguien se entrometa en sus decisiones, como bien recuerda el primer ministro italiano. En la conciencia de Erdogan aún resuenan las cuarenta que le cantaron Donald Tusk y Jean Claude Juncker en Varna, Bulgaria, donde en 2018 le afearon la situación del Estado de Derecho en Turquía, sus actuaciones en el Egeo y su implicación en la guerra de Siria. Tres años ha esperado el turco para ejecutar su venganza donde más duele a la sociedad occidental, sentando a Ursula en el sofá casposo y ajado, destinado a traductores y asistentes o funcionarios de segundo nivel.

Por último, ha sido de nuevo la arquitectura institucional europea la que ha permitido esta escena vergonzante. El hecho de mantener tres cabezas pensantes en materia de política exterior no hace más que jugar en contra de los intereses europeos. Son conocidas las diferencias que mantienen Michel y Von der Layen por la disputa del trono diplomático europeo. Mientras que el primero representa los intereses de los Estados, la segunda se centra más en los de la guardiana de los tratados: la Comisión. Junto a ellos, el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el español Josep Borrell, se sitúa en tierra de nadie, entre el mandato de unos y las ausencias de los otros. Todos parecen dispuestos a corretear en el juego de las sillas vacías, en el que el último en sentarse al dejar de sonar la música pierde, aunque en este caso, perdemos y perderemos todos.

Sí. La Unión es trina en política exterior, pero Europa está que trina con ellos, aunque permanezcamos unidos en nuestra diversidad. En Francia e Italia ya resuenan las voces que claman por la vuelta de la Europa de las Naciones en lugar de la Europa de las Instituciones.

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