OPINION

La era de la incertidumbre en la que acomodarse es morir

Apoyo debate Atresmedia
Apoyo debate Atresmedia
EFE

Estudia y trabaja duro. Esos dos verbos parecían el mantra de toda una generación que educó a los 'baby boom' para intentar labrar su futuro. Hasta cierto punto era un pacto entre sociedad y Estado para dar seguridad a la que por entonces iba a ser la generación más preparada de nuestra historia.

Ya quedan lejos los tiempos de la certidumbre. A cada causa le correspondía un efecto cierto. El mundo se reducía a actuar y recibir lo merecido en consecuencia. La incertidumbre, la inseguridad, a fin de cuentas, se ha adueñado de nuestra vida y ha venido para quedarse, quizá para siempre.

Lo más preocupante es que este estado se extiende a todos los órdenes vitales y sociales. La incertidumbre laboral es una tradición en nuestro país. A un mercado diseñado para vivir del turismo se une una fuerza laboral precaria, encauzada para trabajar por horas y siempre con un ojo en el incipiente mercado del norte de África y otro en el cielo, en espera de anticiclones que salven la temporada.

La industria automovilística vive dividida una situación en la que el avance en las nuevas tecnologías y búsqueda de energías limpias puede poner en compromiso cientos de miles de puestos de trabajo. Lo que antes era innovación industrial, hoy en día se está convirtiendo en un pesado lastre.

Surgen tecnicismos sociolaborales para tratar de sacar de la “zona de confort” a aquellos privilegiados trabajadores que han conseguido reducir su nivel de incertidumbre en aras de la productividad y la eficiencia. Hoy en día acomodarse es morir.

En la economía tampoco es que las cosas vayan mejor. Hemos pasado de una situación de soberanía monetaria, en la que las decisiones, buenas o malas, dependían únicamente de nuestras autoridades, a otra en la que tenemos que poner una vela de agradecimiento al santo Draghi por todo el maná pecuniario con el que nos regó y riega.

En el ámbito empresarial las macroempresas y multinacionales ya no son las que eran. Pese a que en España la lista de empresas en el top 10 de la economía sigue siendo más o menos la misma que hace 20 años, en el escenario mundial las cosas han cambiado.

¿Se acuerdan de Messenger, IRC, Telnet, Yahoo, Sega, Atari, Napster, Nokia? Todas surgieron de la nada, arrasaron el mercado y, tan pronto como apareció otro competidor, fueron sustituidas por otras como Twitter, Facebook, Playstation, Spotify, Apple, etc.

La incertidumbre también es compañera de las triunfadoras. Quizá dentro de unos años o incluso meses la tecnología nos preste otro servicio o producto más adecuado para comunicarnos.

También es compañera de la infidelidad. Si el usuario encuentra otro servicio más barato, útil o simplemente distinto, se irá encantado. Es el precio del éxito, que siempre es temporal hasta que llega la dolorosa derrota.

La virtualización de la economía y de los servicios es una realidad incontestable. Por supuesto tiene sus aspectos positivos, con mucho más que los negativos, pero también nos han traído una “temporalidad en el éxito”. El surgimiento de las empresas digitales ha reducido sustancialmente el empleo intensivo en industrias como la tecnológica o la digital. Utilizamos redes y herramientas digitales que expiran al poco de surgir, con un tremendo éxito inicial pero un declive tan rápido como su creación.

El aspecto más novedoso de la incertidumbre de nuestra época es la política y concretamente las convocatorias electorales. La seguridad ya no se estila. Parece que el electorado prefiere la incertidumbre a la certeza, bien sea en los líderes o en la estabilidad de los gobiernos.

No solo encontramos ejemplos de esta realidad en nuestro país. Los ucranianos parecen haber apostado por líderes sin experiencia política previa, frente a la élite tradicional. Los italianos prefieren la imprevisibilidad de un gobierno a la secular 'inestabilidad segura' de su sistema. Francia opta por líderes políticos nuevos, en lugar de la personalidad altiva de sus exdirigentes. Reino Unido elige el '¿qué pasará?', al espacio de seguridad económica y comercial que ofrece la UE. Israel otorga por la mínima la victoria a Netanyahu, a cambio de una coalición entre la derecha y partidos religiosos.

En 2016, los americanos, que suelen ser pioneros en todo, eligieron un mandato presidencial ignoto frente a la seguridad del 'establishment'. En nuestro país la situación no es mucho mejor. Hemos pasado del bipartidismo a la bipolaridad atomizada en forma de cinco partidos que se disputan la hegemonía política. Las mayorías absolutas ya son una quimera. Son el recuerdo de un pasado en el que un Ejecutivo podía gobernar sin más miramientos que el bien común, en lugar de procurar el interés particular a uno u otro partido.

El panorama puede resultar desolador, quizá incluso frustrante. Por ello es necesario, más que nunca, aprender a gestionar la incertidumbre. Asumir que las decisiones son por definición inciertas, aunque deben estar basadas en argumentos racionales para tratar de rebajar el peso tan bestial que genera vivir en un mundo en el que ya nada es seguro.

A lo largo de la historia de la humanidad, la adaptación ha sido la clave de la supervivencia. No sobrevivía el más rápido, ni siquiera el más fuerte, sobrevivía el que mejor se adaptaba a un entorno cambiante, inseguro, fortuito en realidad.

Quizá lo novedoso no es la incertidumbre que nos acompaña desde que nos erguimos en pie para otear el desconocido horizonte. Lo realmente novedoso sería llegar a crecer en un mundo en el que todo fuera planificación, seguridad, protección y certezas.

A los dos verbos que dieron inicio a este artículo, estudiar y trabajar, habría que añadir la acción de adaptarse. Al menos así habría muchos que no se sentirían extrañados con lo que les prometieron y la realidad.

Mostrar comentarios