OPINION

La guerra tibia de Trump: cuando los intereses de Irán y EEUU convergen

El presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, hace una declaración sobre Irán. /EFE
El presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, hace una declaración sobre Irán. /EFE

Hace apenas unos días los escenarios bélicos que se cernían sobre Oriente Medio eran poco menos que catastróficos. La idea de una confrontación directa entre Estados Unidos e Irán aparecía en el horizonte como un mantra que arrastraría al mundo a una nueva guerra en la zona más tórrida del planeta.

Sin embargo, en la madrugada del 8 de diciembre, Teherán decidió lanzar un tímido ataque de respuesta a la muerte de Qasem Soleimani. Al menos una veintena de misiles balísticos alcanzaron dos bases aéreas iraquíes en las que operan efectivos estadounidenses. El ataque estuvo precedido por un aviso del régimen iraní a sus homólogos iraquíes, lo que da una idea del limitado efecto que las Fuerzas de la Guardia Republicana iraní buscaban.

En realidad, el auténtico poder destructor deseado por Teherán no era otro que calmar a sus ciudadanos, hoy en día convertidos en las bases que legitiman el poder chií en el país. Tras la que se puede calificar como exigua respuesta militar, el Gobierno de Jamenei no dudó un segundo en publicitar su arremetida como un "éxito aplastante" y una "bofetada en la cara", acompañada de la parafernalia habitual de quema de banderas americanas y disparos al aire.

Durante unas horas vivimos expectantes, esperando la comparecencia del presidente americano Donald Trump y cruzando los dedos para que entre los cascotes no apareciera ningún parche de velcro con la bandera de las barras y estrellas. Y así fue. En una declaración controlada, Trump marcó claramente las dos velocidades de su política de comunicación. Una huracanada, en forma de tuit matutino, y otra convencional, en forma de comparecencia sin preguntas en las que rebajaba la tensión hasta unos niveles ignotos en él.

¿Esto es todo lo que puedes hacer? Esa parecía la pregunta que Washington dirigía a Teherán, para después tomar la sensatez por bandera y casi contentarse con el bombardeo de las bases aéreas. A fin de cuentas, con su ataque, Irán ha demostrado que no es lo suficientemente poderoso para plantar cara a los Estados Unidos y ha 'quemado' uno de sus principales medios de defensa: los misiles balísticos Fateh 313 y Qiam, conocidos por su alcance y también por su poca precisión. El lanzamiento supone una microscópica fisura en el sistema de seguridad de las tropas americanas sobre el terreno.

A continuación, Donald Trump recordaba que el poderoso brazo estadounidense no es solo militar. El Departamento del Tesoro tendrá que redoblar sus esfuerzos para aumentar las sanciones contra Irán y vigilar el cumplimiento de las mismas por aquellos países que osen vulnerar las barreras económicas contra Teherán.

En clave política, es probable que el presidente americano quiera dejar las cosas así (sin duda sería una buena idea). La proximidad de las elecciones en Estados Unidos le obliga a comparecer ante la ciudadanía sin una guerra a sus espaldas y cumpliendo sus promesas en materia de política exterior y entre ellas, que no se olvide, está acabar con las "guerras eternas" de su predecesor en el cargo.

Y es precisamente aquí donde los intereses de Teherán y Washington convergen. Irán desea expulsar a las tropas americanas de Oriente Medio y Estados Unidos aspira a retirar a sus efectivos de un escenario que le ha dado quebraderos de cabeza en el pasado, pocas esperanzas en el presente y ningún rédito para el futuro.

Donde dos intereses internacionales convergen, lo normal es que se fusionen en un aguerrido acuerdo, aunque pueda ser a la yugular del enemigo. Los apenas 5.000 soldados estadounidenses que actualmente operan en Irak tienen todos los visos de ser repatriados o enviados a otras zonas menos calientes y en las que exista un Estado en el que se sientan más reconocidos por su gobierno. Washington trataría así de reaccionar ante un nuevo escenario caracterizado por la guerra tibia: una mezcla de confrontación de baja intensidad y guerra fría. La espada de Damocles quedará pendiente de nuestras cabezas, pero siempre sustentada por un hilo en el que las operaciones encubiertas, la inteligencia y la guerra cibernética serán las protagonistas.

Para muestra un botón. Aunque ha pasado desapercibido, mientras los iraníes celebraban las exequias por el general Soleimani, Estados Unidos incluía a Asa'ib Ahl al-Haq (AAH), con representación en el Parlamento iraquí, como Organización Terrorista Internacional. Este grupo recibe financiación directa por parte del régimen de Jamenei y es una realidad constatada que se han atribuido cientos de ataques contra efectivos americanos desde hace más de 10 años en todo el territorio iraquí.

A la par que revelaba la nueva condición de Asa'ib Ahl al-Haq, el Departamento de Estado americano señalaba a sus líderes como objetivos prioritarios, una condición milimétrica que también se dio, con ciertos años de diferencia, con el general Soleimani y la organización que lideraba.

Este paso no es un mero trámite. Puede suponer el paso previo o legitimador para poder atacar en Derecho -el estadounidense- a esa organización, sumando así un nuevo objetivo en caso de que el régimen iraní escale algo más su respuesta.

No fue el único aviso americano. Trump reiteró que la orden de ejecutar a Soleimani fue suya y solo suya, un mensaje que puede pretender recalcar que EEUU no está en guerra con Irán, pero sí su presidente, que mantendrá la presión contra los ayatolás hasta que cedan, se queden quietos o EEUU pueda retirarse con la cabeza alta de Irak.

Si el poder militar de Estados Unidos es contundente, no es menos cierto que necesita aliados. Trump dirigió su mirada inquisidora a una OTAN de escaso recorrido en Oriente Medio, pidiendo una implicación directa de la misma en Irak. Olvidó apuntar que hace apenas unos meses decidió unilateralmente replegarse en el escenario sirio, dejando compuestos y sin aliados a Reino Unido, Países Bajos y Francia, países también pertenecientes a la OTAN.

Tras terminar su declaración, Trump telefoneó al Secretario General de la Organización para exigirle más 'implicación atlántica', algo que calmaría las exigencias norteamericanas en materia presupuestaria a una OTAN que necesita encontrar un propósito en el siglo XXI. No le resultará fácil a Stoltenberg convencer a sus socios para desplegar su radio de acción a miles de kilómetros de distancia y, en cualquier caso, fuera del espacio europeo.

La guerra tibia es parte de una guerra de pequeña intensidad, pero igualmente peligrosa para los intereses económicos de Occidente y los humanos de Oriente. Ahora la pelota vuelve a estar en el tejado iraní, que se encuentra en una difícil situación. Aumentar las hostilidades podría provocar la ira americana en un enfrentamiento directo desigual. Contemporizar la respuesta provocará que su pueblo exija una respuesta más contundente.

¿Qué opción tomarán? Los indicadores de seguimiento de esta crisis serán los grados de temperatura de un enfrentamiento de una guerra que, no por tibia, deja de ser guerra.

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