OPINION

La OTAN ha muerto, larga vida a la OTAN

Cumbre OTAN
Cumbre OTAN
EFE

Las efemérides tienden a suponer un hito en la pertenencia de los países a las instituciones internacionales. La OTAN cumple 70 años y tal fecha da pie a repensar sus fundamentos y, sobre todo, la misión para la que fue concebida.

Es evidente que una organización que nació para defender a Europa de las garras del comunismo soviético de la segunda mitad del siglo XX debe rehacer sus estructuras básicas en el final del primer cuarto del XXI. La situación geopolítica ha cambiado y, con ella, los actores y las amenazas. En estos 70 años, hasta los socios han mutado, pasando, en muchos casos, de dictaduras a democracias plenamente integradas en los núcleos de decisión internacionales.

No es de extrañar que Londres haya sido la ciudad escogida para la celebración de este aniversario. No es una elección baladí. La ciudad del Támesis fue la primera sede de la organización y siempre ha sido el nexo entre Estados Unidos y Europa. Dicho de otra manera, Reino Unido es el pegamento de contacto entre la cara Atlántica y la Continental de la Unión. Quizá, junto a la histórica diferenciación Norte - Sur, supone el rasgo diferencial entre los socios comunitarios.

La OTAN, la de 1949, ha muerto. Probablemente lo hiciera en 1991 con la disolución de la URSS y ahora nos estamos dando cuenta de que el Tratado de Washington está enterrado en sus formas, aunque en su contenido y concretamente en su artículo 5, que garantiza la respuesta colectiva en caso de ataque a uno de sus socios, sustenta gran parte de la seguridad en este lado del mundo.

La historia ha querido que sea en Londres donde los 29 socios hayan proclamado el muy británico “El rey ha muerto, larga vida al rey”. Una frase diseñada para evitar el vacío de poder que se produce cuando una institución pasa a mejor vida en favor de otra nueva. La Alianza del siglo XXI parece autoafirmarse con el compromiso hacia la Carta de las Naciones Unidas. Una obligación que, al menos en el caso de Siria, no ha sido respetada. La intervención de tres de los socios de la OTAN: Estados Unidos, Reino Unido y Francia, no contó con el beneplácito de la ONU, aspecto que no fue óbice para que la OTAN, a través de su secretario general Jens Stoltenberg, afirmara su “total apoyo” a la intervención.

El segundo aspecto, quizá el más importante para el staff político de la Alianza, no es otro que los dineros. Es realmente preocupante que la organización militar por excelencia se esté centrando más en el cuánto que en el qué armamento deben comprar sus socios. La mejor sinergia entre ejércitos es que puedan realizar cualquier operación con las máximas garantías de éxito. La existencia de diferentes capacidades y sistemas de seguridad entre socios provoca una pérdida de eficiencia en la proyección de la fuerza.

Estados Unidos es consciente de ello. Detrás de su exigencia - que se ha cuidado muy mucho de dejar por escrito en la Declaración de Londres - de que todos los socios alcancen el 2% del PIB destinado a Defensa, descansa también su deseo de que este presupuesto se destine, al menos en un 20%, a programas armamentísticos. De esta forma, la OTAN corre el riesgo de desnaturalizar un sistema de protección mutua, convirtiéndolo más en un mercado que en una comunión de intereses occidentales. La cifra de este peaje son 360.000 millones de euros a repartir entre los presupuestos de defensa de los 29 socios hasta el año 2014 y a invertir en material y equipamiento, principalmente americano.

El estigma soviético continúa vigente. Rusia es la razón de ser de la OTAN, pero su abrazo no es tan grande como hace 70 años. Es cierto que su aliento se siente con fuerza en aquellos países fronterizos, que son los que han sufrido de primera mano una escalada militar en Ucrania. Tener a escasos kilómetros de la frontera este europea a miles de tanques y efectivos rusos no debe ser precisamente tranquilizador. Este empuje es percibido con distinto temor entre la casi treintena de socios. Hablar del peligro ruso en Madrid o Lisboa no suena igual que en Varsovia o Tallín y mucho menos en Ankara, que parece más dispuesta a jugar de abogado del diablo de Vladimir Putin que de comprometerse firmemente en una lucha contra el terrorismo coordinada en el marco de la OTAN.

Junto los 70 años de vida de la Alianza Atlántica, hay otra efeméride no menos importante. Francia cumple una década desde que está plenamente integrada en el mando militar de la OTAN. Si me apuran es más importante este segundo aniversario que el primero, y es que algo huele a podrido en París. Emmanuel Macron tiró de gruesa ironía al comparar a la OTAN con un enfermo que sufre de “muerte cerebral”. El presidente lanzó el mensaje en una plataforma ajena a los foros de discusión tradicionales, una fórmula que enerva tanto a los burócratas europeos como a los americanos. El Elíseo se suma así a la Casa Blanca y a Downing Street en la escenificación pública de las desavenencias diplomáticas.

Macrón realizó esta comparación en una entrevista publicada el pasado 7 de noviembre en The Economist, en la que, además de apostar por la relación estratégica de la Unión Europea con Rusia, cuestionó el papel de la OTAN en el mundo. Evidentemente, unas declaraciones tan altisonantes no responden a los requisitos básicos de los pronunciamientos diplomáticos, pero sí reflejan una clara preocupación gala por el que, de facto, es el brazo armado de Occidente en el mundo.

Históricamente, Francia siempre ha mirado con recelo a la OTAN. Pese a ser uno de los socios fundadores, en 1966 se retiró del mando militar integrado de la Alianza. Una decisión que suponía la reafirmación del compromiso “diferente” de los franceses en la relación transatlántica.

Sobre el terreno, independientemente de no formar parte del Mando Militar, París estuvo presente en las operaciones más comprometidas y emblemáticas de la organización. Kósovo, Libia y Afganistán, entre otras, pusieron de manifiesto la necesidad de contar con el quinto ejército más poderoso del mundo, según el índice Global Fire Power. Así, desde 2009, Francia es el segundo país europeo que más dinero aporta a la OTAN, contribución que se ve recompensada con una gruesa representación de París en los puestos de mando de la Alianza en Bruselas.

Cuando Francia se reincorporó a la estructura militar atlántica puso como condición su libertad para participar únicamente en aquellas operaciones que considerara adecuadas a sus intereses. De esta manera, se aseguraba el poder de decidir cómo y en qué momento la OTAN podría contar con ella. Es este el contexto en el que deben entenderse las declaraciones del presidente francés. No hay que olvidar que tanto Estados Unidos como Turquía y Francia son miembros de la OTAN y que los tres se han dedicado a ponerse zancadillas continuas en Siria. Francia se ha visto abandonada en este frente que, junto al Sahel, componen la espina dorsal de su acción militar exterior.

La OTAN y la UE son claros exponentes de la dificultad de avanzar en los procesos supranacionales. Ambos comparten un número similar de socios. 29 los primeros frente a 28, en breve 27, de los segundos. Un ejemplo de que las políticas de profundización institucional son más convenientes que las de ampliación geográfica. Como se suele decir en el mundo militar, ser dos es ser uno y ser uno es nada. En el caso de la OTAN, 29 también puede tender a cero.

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