OPINION

La revolución que está por venir... y el futuro del brazo mediático del Estado

Fotografía Pablo Iglesias
Fotografía Pablo Iglesias
L.I.

Antes de comenzar a leer este artículo debemos dejar una cosa clara: aquí, los que de verdad saben hacer política son la gente de Podemos. Me refiero a la política estratégica; la de los grandes planes y análisis, que van más allá del aspecto táctico u operativo, y que se centra en la designación del objetivo y los medios para alcanzarlos.

No es que sean supermentes visionarias capaces de realizar un pronóstico indubitado de las tendencias sociales más allá de cuatro años vista. No, simplemente son buenos porque aplican las ciencias sociales a esta materia. En cierta manera son los mejores exponentes de la materialización de la política. Retorciendo el argumento, son los auténticos profesionales del sector.

Saben perfectamente que en el análisis político no todo es apostar en función del olfato del gurú de turno. Más allá de esto, cuentan con buenos equipos de asesores demoscópicos, juristas, sociólogos, economistas, periodistas, etc., que interpretan los movimientos de la sociedad y que son las claves para dotar de solvencia académica a sus teorías políticas.

Los análisis y las reflexiones son algo fundamental a la hora de diseñar una acción que lleve a alcanzar el poder. Algo que, no se nos olvide, es consustancial a la misma esencia del ser político.

Fotografía Pablo Iglesias
El líder de Podemos, Pablo Iglesias. / L.I.

Recuerdo cuando hace ya algunos años, uno de sus dirigentes relataba cuáles eran sus previsiones sobre el futuro electoral en España. Su diagnóstico nos pareció absurdo en un primer momento. Se producirían unas elecciones que depararían un resultado exiguo para todos los partidos. Sería inviable realizar cualquier tipo de iniciativa legislativa, por lo que se convocarían unas segundas elecciones. Una vez celebradas éstas se produciría un empate técnico a cuatro, en el que la deriva lógica sería que Podemos alcanzaría el poder gracias al acuerdo con un PSOE renovado. Así, juntos, podrían “desalojar” del poder al Partido Popular y comenzar un gobierno de regeneración democrática y económica en España.

Claro, como se imaginarán, nadie daba crédito a esta teoría absurda hace unos años. ¿La repetición de elecciones en España? ¿El fin del bipartidismo? ¿Un PSOE que fuera de la mano del 15M? Pues sí, ocurrió tal cual, menos la llegada de Podemos al Gobierno. Y no lo hizo por una razón: el miedo a la revolución.

España ha sufrido numerosas guerras civiles a lo largo de su historia. La falta de diálogo o la ruptura de los cauces de comunicación entre los grandes polos políticos que mueven nuestro país ha desembocado en enfrentamientos, muchas veces armados, entre las siempre definidas dos Españas.

Somos también uno de los pocos países que no han sufrido una revolución. Dejen que me explique. Guerras internas y externas todas, pero revoluciones – entendidas como un cambio rápido y profundo de un sistema – sean económicas, culturales, industriales, sociales o políticas, ninguna. Tampoco las corrientes modernizadoras han pasado mucho por nuestra península. Los movimientos “europeizadores” a menudo se han quedado en el "afrancesamiento" de nuestra clase dirigente, pero ni mucho menos han alcanzado a la base de la sociedad hasta casi acabado el siglo XX.

Siendo conscientes de ello, en el planteamiento político de la formación morada siempre ha estado presente la idea de una revolución en las estructuras fundamentales del Estado. Entiéndase de nuevo la utilización de la palabra revolución como ese cambio profundo en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional, sin necesidad de que se produzca de manera violenta. No se asusten que no estamos hablando de la quema de iglesias.

Podríamos identificar varios pilares del Estado imprescindibles para acometer un cambio radical de nuestra configuración política. La economía, la educación, el Estado del bienestar, la seguridad, los medios de comunicación… Todos ellos son claves a la hora de emprender una empresa como la mencionada anteriormente. Recordemos aquella rueda de prensa que Pablo Iglesias, el secretario general de Podemos, ofreció nada más salir de su audiencia con Felipe VI en 2016, apenas unas semanas después de las elecciones generales del 20 de diciembre del año 2015.

En la misma anunciaba la propuesta de formación de un gobierno de coalición con el Partido Socialista, en el que Pedro Sánchez sería el presidente del Gobierno, él mismo ostentaría la vicepresidencia y reclamaba para su partido ciertos ministerios de especial relevancia. A saber: Economía, Educación, Sanidad y Servicios Sociales, Interior, Defensa y la televisión pública.

Estos son exactamente los instrumentos señalados para que se produzca un cambio radical en la deriva política de un país. El primero de ellos es la televisión. El gran medio por antonomasia de comunicación social. Sobre el papel la mayor o menor audiencia de un canal de televisión debería ser la base para valorar la importancia estratégica de un medio. En el caso que nos ocupa, la televisión pública no ofrece, salvo en algunos tramos, un valor definitivo que justifique la importancia que está cobrando en los últimos días.

Sin embargo, hay otra variable llamada a ser la razón última para que el control de la televisión pública se sitúe al frente de la batalla política: la institucionalidad. No hablamos de objetividad, ni siquiera de credibilidad, únicamente es el aura de la oficialidad que puede rodear los contenidos ofrecidos por una televisión pública. Es el brazo mediático de un Estado.

Al igual que la RAI forma parte de la Marca Italia, la BBC es un claro exponente de la británica o TF1 simboliza la visión francesa de la realidad, RTVE transmite por sí unos valores determinados tanto al interior como al exterior. Una herramienta imprescindible, sea cual sea su audiencia, en la determinación de la agenda política de un país.

Junto a la institucionalidad, su independencia, la función social y la transmisión de principios democráticos son los grandes valores que se juegan en la elección del nuevo consejo de RTVE y son también los intangibles necesarios para llevar adelante una revolución cuyo calificativo añadiremos dentro de unos años. Como diría Luis Miguel, si nos dejan…

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