OPINION

¿Nos deben gobernar robots? La robotización de la toma de decisiones

El robot 'BionicSoftHand' en la Feria Industrial de Hannover. / EFE
El robot 'BionicSoftHand' en la Feria Industrial de Hannover. / EFE

Tomamos decisiones en todo momento y ante cualquier situación. El ser humano se caracteriza por decidir, incluso, a veces, racionalmente. No actúa únicamente por instinto, como los animales. La toma de decisiones está presente en toda nuestra vida. No incluye solamente los aspectos personales de  me compro una casa, un coche o me caso con alguien en concreto. Tiene su reflejo en todos los ámbitos de nuestra vida.

En el campo empresarial, cualquier aspecto relativo a la actividad económica requiere de la toma de decisiones. No hablemos del campo militar o de seguridad, en el que este aspecto significa, en su vertiente operativa o táctica, la diferencia entre la vida y la muerte.

El campo de las ciencias empresariales siempre se ha caracterizado por la sistematización y organización de los procesos industriales y de gestión profesional. La automatización de los flujos de trabajo son ya una realidad en todas las organizaciones que se precien, pero hasta ahora, siempre se había circunscrito a procesos más o menos rutinarios, automáticos o incluso en las que la labor humana quedaba en la sombra ante la eficiencia y capacidad de un ordenador, de un robot o de una herramienta de gestión laboral.

El caso es que la tecnología avanza y la optimización de los procesos empresariales está tomando un nuevo giro de tuerca hacia la búsqueda de la ansiada eficiencia en todos y cada uno de los rincones, tanto de la fuerza de trabajo, como de la gestión pura y dura.

La justificación es clara. Si admitimos que el objetivo fundamental de una empresa es maximizar los beneficios y reducir los costes, cabe preguntarse qué ocurrirá cuando la famosa robotización llegue a todos los estamentos de una empresa, incluido el principal, el dirigido a la élite ejecutiva: a la toma de decisiones.

Este hecho constituirá una auténtica revolución económica, por encima incluso de las anteriores. El silogismo es claro. Las máquinas ya han alcanzado tal nivel de desarrollo y perfección, gracias entre otras muchas cosas a la Inteligencia Artificial, que estarían en condiciones de plantear las mejores soluciones de cara a decidir qué es lo más conveniente para una organización.

Hablamos desde el punto de vista de las cuestiones más estratégicas y fundamentales para una empresa. La selección de personal, otrora el máximo exponente de la soberanía de una organización, empieza a ser reemplazada por la selección automática de perfiles (no personas) alimentados en función de las variables que se introducen en las bases de datos de gestión de personal.

Con base en los algoritmos que introduzcamos en nuestra base de datos obtendremos los candidatos más eficientes para desempeñar un puesto de trabajo. A medida que avanza la tecnología, el algoritmo se hace cada vez más “listo”, más eficiente, y presenta candidatos más ajustados a los requerimientos idóneos.

Sin duda, obtenemos un resultado más objetivo, incuestionable si me apuran, gracias a que eliminamos en todo momento el sesgo humano, aquel capaz de condicionar una decisión en función de otros parámetros más sociales, como la impresión que crea el candidato al entrevistador o mil otros aspectos. Será el más objetivo, pero no por ello el más justo.

La selección de personal no es el único proceso que está viéndose afectado por la robotización. En el mundo de la inteligencia, las decisiones están muy condicionadas por las hipótesis. Optamos por una u otra decisión en función de las probabilidades de éxito de una hipótesis que manejamos y esto, obviamente, condiciona nuestra decisión de una manera notable.

Existen herramientas informáticas que ayudan en el proceso de toma de decisiones. Reducir la incertidumbre es uno de los objetivos de la inteligencia, tanto en su vertiente militar como económica. El cálculo probabilístico del éxito o fracaso de una decisión tiende a condicionar la elección del decisor por una u otra opción. Es la máquina la que ofrece la mejor opción posible, o si lo prefieren, dicho de una manera más técnica, la hipótesis con más probabilidades de ser cierta.

Pongamos un ejemplo. Si alguien en 2007, gracias a la aplicación del Real Decreto 661/2007, hubiera advertido a los miles de inversores, grandes y pequeños, de la improbabilidad de que un Gobierno pudiera afrontar pagos de más de 6.000 millones de euros al año en forma de primas a la producción fotovoltaica, probablemente los más de 50.000 pequeños inversores que apostaron por esta tecnología no se hubieran visto abocados a la quiebra.

Si en ese proceso de toma de decisiones, hubiera existido alguna herramienta capaz de pronosticar con rigurosidad matemática, la inviabilidad de un proyecto de esa magnitud, quizá y solo quizá, el decisor empresarial o personal hubiera optado por otra iniciativa económica; pero claro, eso sucede cuando entre todos convertimos un producto industrial en uno financiero y, cuando eso ocurre, pasa lo que pasó.

Aplicado a la política o a la gestión pública, la robotización de las decisiones supone el mayor ataque contra una profesión en sí misma. Si la robotización nos va a ofrecer las mejores soluciones técnicas, matemáticamente probadas, para decidir entre una u otra ley, entre una u otra decisión administrativa, la siguiente pregunta que nos haremos es: ¿para qué sirve el decisor?

Si reducimos el margen de error, si obviamos el sesgo humano del proceso de toma de decisiones, si optamos por las soluciones objetivamente más beneficiosas para el conjunto de la economía o la sociedad, ¿no nos deberían gobernar los robots?

No se preocupen. Todo llegará, pero aún queda mucho para que podamos prescindir del decisor y no será por un tema técnico, puesto que la tecnología ya podría ofrecer esta solución. Es por un tema humano, de responsabilidad personal, que en realidad es el elemento sustancial, social y diferenciador del proceso de toma de decisiones. También influye mucho que normalmente el decisor es el que manda y este no va a dispararse en su propio pie. Es quizá la nueva línea de separación entre el nuevo proletariado y la clase dirigente y es que los cambios productivos normalmente afectan en exclusiva al primero.

Un notario podrá trabajar más o menos, pero tiene el poder y la carga de la decisión en sus manos. Su valor no es tanto decidir o dar fe de una operación. Su valor reside en la responsabilidad que asume en su decisión. En caso de que no haya advertido un error formal en, por ejemplo, una transmisión inmobiliaria, tendrá que responder por ella.

El valor en la toma de decisiones es la responsabilidad inherente que esta conlleva y esto, por el momento, es solo una cuestión de humanos.

Además, ¿a quien podríamos responsabilizar de una legislación mal aplicada o una decisión empresarial mal planteada? Al final, el componente humano siempre será necesario. Aunque sea para saber a quién hay que echar la culpa de algo.

Mostrar comentarios