OPINION

La subida de la luz y el maniqueismo energético

Cada cierto tiempo, coincidiendo con el incremento de los precios de la electricidad, nos ponemos a reflexionar sobre las causas que nos han llevado a esta situación. La sequía, el incremento de los costes de extracción de las materias primas, un mix energético basado en tecnologías cada vez menos eficientes… Todas son razones que pueden explicar un fracaso que encuentra su explicación en la falta de una visión técnica, razonable y consensuada sobre la energía en nuestro país.

En España la energía ni se crea ni se destruye, se politiza. Si hacemos una rápida encuesta entre nuestro círculo más cercano, descubriremos que en el subconsciente colectivo la energía nuclear es de derechas y las energías renovables de izquierdas. El autoconsumo es progresista y la generación centralizada conservadora. Este ilógica destructiva y maniquea se justifica por la inclusión de medidas y acciones de mera construcción técnica en los programas políticos, es decir, en lugar de legislar con base en una política energética, la energía se convierte en política.

El papel de la energía en la geopolítica es clave en el contexto político actual. Si echamos la vista atrás, en los últimos 30 años los escenarios bélicos se han repartido por el planeta con un nexo común: la energía. Irak, Kuwait, Ucrania, son claros ejemplos de crisis provocadas por el acceso a los recursos energéticos. Afganistán, Irán, Líbano, Siria,… encuentran su explicación por el difícil equilibrio vecinal y étnico que en el fondo tratan de asegurar el paso de los mismos recursos energéticos en los países vecinos.

El panorama energético de los próximos 20 años no ofrece una perspectiva muy diferente del actual. Con una demanda media contenida cercana al 2%, el crecimiento de la energía se centrará en los países en vías de desarrollo, mientras que en los industrializados la demanda se estabilizará en parámetros próximos a los actuales.

Por fuentes energéticas, y aunque parece que el siguiente argumento contradiga la tendencia popular, los hidrocarburos están llamados a jugar un importante papel, tanto como fuente de respaldo a la expansión de las energías renovables, como fuente energética de referencia en el transporte de personas y mercancías por las rutas comerciales terrestres, marítimas y aéreas. Así, el reparto de la energía mundial seguirá estando dominado por los combustibles fósiles, los cuales, según la Comisión Europea, representarán casi el 90% del suministro total de energía en 2030.

Las proyecciones apuntan al gas natural como el gran beneficiado de esta situación, alcanzando casi el 25% del suministro energético mundial gracias, en gran medida, a la consolidación de la generación eléctrica en los países desarrollados y sobre todo al incremento exponencial en los países en vías de desarrollo. En la UE se espera que el gas natural se convierta en la segunda fuente de energía después del petróleo. Por su parte, la energía nuclear y las energías renovables pasarían a representar, en su conjunto, algo menos del 20% del suministro energético.

Esta realidad no está reñida con un crecimiento, a menudo forzado, de las energías renovables. En Alemania, las centrales de carbón ofrecen el respaldo necesario para un crecimiento ejemplar de las energías verdes. Sin embargo, con el apagón nuclear decretado por el gobierno de Angela Merkel, las emisiones de CO2 a la atmósfera se han cuadriplicado, debido precisamente a la quema de este combustible. De nuevo una decisión política tiene efectos demoledores sobre el conjunto de la racionalidad energética.

No hay que olvidar que la utilización de la energía nuclear es cuestionable pero su emisión contaminante es cercana a cero. El accidente nuclear de Fukushima y una contestación social y política evidente hacen impensable que una de las opciones técnicas más factibles para garantizar el cambio de modelo energético, utilizando la energía nuclear como fuente de respaldo temporal a las renovables, haya sido abandonada por cuestiones políticas.

¿Y qué está sucediendo en España? En julio de este año el Gobierno decidió crear la Comisión de Expertos para analizar los posibles escenarios de transición energética. Su objetivo radica en analizar diferentes contextos para el cumplimiento de los objetivos europeos en materia de clima y energía. Aun tardía, es una decisión loable puesto que sólo desde el estudio previo de los cambios energéticos seremos capaces de que nuestro país pueda abandonar el maniqueísmo energético y poner la energía al servicio de la economía y la sociedad.

Si afirmamos que la política no debe formar parte de las decisiones técnicas podremos criticar, con razón, la composición de la comisión. Cabe recordar que la misma está formada por 14 miembros de los que cuatro son elegidos por el Gobierno, uno por cada grupo parlamentario, y tres más por los sindicatos mayoritarios y la patronal.

Ahora bien, en un tema tan politizado – y esto es un hecho – como la energía sería impensable que un grupo de expertos ajeno a la realidad política propusiera medidas únicamente de carácter técnico. Por ejemplo, ¿podríamos asumir la inversión en energía nuclear como respaldo a la expansión de las energías renovables en España?, o bien que ¿se planteará el incentivo a la energía eólica, quizá la más rentable de todas las renovables, en detrimento del resto de tecnologías? Desde un punto de vista técnico estas decisiones serían, quizá, las más acertadas, en términos de eficiencia en la asignación de recursos, pero estarían alejadas de nuestra realidad social y por lo tanto destinadas al más absoluto fracaso.

Seis meses, el plazo que tiene está Comisión para elevar su informe al Gobierno, parece a todas luces insuficiente, pero sí puede sentar las bases para que podamos renunciar a posiciones maximalistas en el campo de la energía. Con la composición de este grupo de expertos cualificados debemos encontrar una solución razonable y consensuada de la energía que queremos y necesitamos.

España no es diferente al resto de países. El debate energético en Alemania se remonta a 2002. En Francia la polémica sobre la progresiva reducción de su ingente aportación nuclear al mix energético lleva años protagonizando la vida pública. En este sentido, la Comisión no debería verse condicionada por un plazo temporal tan reducido para un objetivo tan ambicioso.

Todas las derivadas como la dependencia energética, el autoconsumo o la pobreza energética en nuestro país estarán condicionadas por el resultado de este informe. Es momento de olvidarse del profeta persa Mani y centrarse en los matices, en los espacios intermedios que pueden extraer los fundamentos positivos y negativos de diferentes teorías para dar una solución óptima a uno de los principales problemas de nuestro país: El maniqueísmo energético. Hagamos política energética, no política de la energía.

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