Opinión

La templanza de una ‘derechita’ no tan cobarde

El líder del PP, Pablo Casado, durante su intervención en la segunda sesión del debate de moción de censura presentada por Vox, este jueves en el Congreso. EFE/Mariscal
El líder del PP, Pablo Casado, durante su intervención en la moción de censura de Vox.
EFE

Allá por las postrimerías del siglo XX se publicaba ‘Elogio de la templanza’ uno de los ensayos sociales más disruptivos de la historia del pensamiento político. Norberto Bobbio, el que era senador vitalicio de la República italiana, recogía una serie de escritos en los que trataba de ofrecer su visión en un mundo que afrontaba el nuevo siglo con temor ante la polarización de la vida política. No sabíamos por aquel entonces lo que se nos venía encima.

La eterna duda que presidió la vida del pensador italiano le llevó a un estado próximo a las Meditaciones de San Agustín, encontrando la virtud en la mera pregunta y la fruición en la simple reflexión. Trataba el turinés de evitar las dicotomías, el pensamiento maniqueo o los prejuicios que nublan la razón e introducen las vísceras en la batalla dialéctica. Un estado que no debía llegar al nocivo relativismo o a la cobardía de un intelectual al uso. Bobbio era luz sobre un terruño realmente oscuro.

En apenas dos líneas resume las principales virtudes de un político, entendido como un hombre dedicado al ‘bien de Estado’. El italiano afirma que "hoy en día son necesarias más que nunca prudencia y paciencia, y debe rechazarse la tentación del todo o nada". Pero para alcanzar este estado de espíritu, antes es necesario llegar inmaculado y, sobre todo, libre de cargas que puedan dejar hipotecada nuestra templanza.

Esta libertad de espíritu es la que parece haber abrazado Pablo Casado el pasado jueves cuando, contra todo pronóstico, pronunció uno de los discursos mejor articulados que se recuerdan en la autodenominada sede de la soberanía popular. Frente al todo o nada, derecha o izquierda, bueno o malo, el presidente del Partido Popular viró 180 grados su rumbo político, que hasta ese mismo momento se había caracterizado por una actividad timorata, cercana incluso a la pusilanimidad que acoge el servilismo.

Dominic Cummings, el que parece ser el gran spin doctor o gurú político de nuestro tiempo, siempre ha señalado que las elecciones se deben empezar a ganar en el mismo momento que uno pierde las anteriores. Tiene razón. Por mucho que los grandes gurús del marketing político se empeñen en destacar la importancia de las escasas dos semanas que duran las campañas oficiales, las elecciones se ganan años antes de ser convocadas. El jueves Casado empezó a ganar las suyas y lo hizo en el nuevo escenario político que surge en España: la batalla de las ideas.

La situación ha llegado a tal punto que la politización ha traspasado las barreras de lo racional, identificando la cotidianeidad con la polarización política hasta el más absoluto de los paroxismos. En este contexto nuestro país no es ajeno a los grandes movimientos intelectuales que se están viviendo en el mundo. La política, entendida como el arte referente al gobierno de los Estados, está próxima a la locura, extendiéndose peligrosamente a la sociedad que ya identifica el sentimiento político con los tecnicismos propios de las actuaciones sanitarias y epidemiológicas. Ponerse una mascarilla ya es de derechas o de izquierdas. Incluso apostar por la sanidad o la economía tiene connotaciones políticas en función de quién o cómo defienda sus argumentos.

En el estado actual del arte político el teatro de operaciones futuro será la denominada batalla de las ideas o la guerra cultural, si queremos realmente mantener el tono belicista en la política. Las ideas serán el próximo vector movilizador de la comunicación política. Al igual que en el pasado la movilización social se basaba en causas concretas, el presente busca ideas políticas que conceptualmente sustenten la batalla cultural. 

Surgen así de nuevo la derecha contra la izquierda, el comunismo frente al fascismo, Europa frente al aislacionismo o incluso la religión contra el Estado. Para evitar la confrontación que nos separa es imprescindible acudir a la templanza política. Aquella que permite evitar el exceso, renunciar a las expresiones bombástica, los enfrentamientos guerra civilistas, los españoles ‘buenos’ contra los españoles ‘malos’ y aceptar la llegada de la moderación, de una vez, a la vida política.

La templanza no debe ser confundida, ni mucho menos, con la cobardía o la pusilanimidad. Por el contrario, la virtud de Bobbio exige disciplina y firmeza para no dejarse llevar por la visceralidad y la entereza constante de quien defiende unos principios firmes ante cualquier adversidad que surja en su propósito. 

Todo aquello que suene a antisistema se caerá de la batalla de las ideas, puesto que en realidad renuncia a ellas. El antiglobalismo, el euroescepticismo recalcitrante, el negacionismo climático o incluso sanitario, cuando es defendido con las tripas en lugar de la razón, deja de ser una idea para pasar a convertirse en un peligroso fanatismo. Aquellos que apuesten por él se situarán en el mismo espacio político que su contraparte ideológica representada por la antiglobalización, el aislacionismo, el radicalismo ecologista o el revisionismo de la Alemania nazi o la España franquista.

No es fácil decir ‘no’. Por el contrario, la cobardía sería actuar en contra de la templanza y dejarse llevar por unos cantos de sirena que se pueden confundir fácilmente con las arengas previas a la batalla. Un combate que comenzó el jueves y en el que se demostró que hay una derechita que no es tan cobarde. La otra, la derechona, parece incluso tener una piel muy fina.

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