OPINION

Ponga un relator en su vida... que algo queda

Carmen Calvo comparece en Moncloa
Carmen Calvo comparece en Moncloa
Emilio Naranjo/EFE

La primera vez en mi vida que escuché la palabra relator sentí miedo. Creo recordar que fue por 1995. Las Naciones Unidas, a través de la Corte Penal Internacional, desembarcaron en Ruanda. Comenzaron a investigar un conflicto que provocó un millón de asesinados a manos del gobierno y del Frente Patriótico Ruandés. En tan solo cien días el infierno se desencadenó en todo el país. Asesinatos, violaciones, mutilaciones por doquier se adueñaron de la mente tanto de hutus como de tutsis.

Incluso el Kaláshnikov, ese arma de destrucción masiva en África y medio mundo, se sustituyó por el machete, en lo que posteriormente se conocería como el mayor genocidio de la historia de África.

Una de las primeras medidas de la CPI fue designar un relator. Se trataba de René Degni Ségui y sería el encargado de escribir el relato de tanto horror sufrido en tan poco tiempo. Sus conclusiones pasaron a la historia por dos razones. La primera por escribir el informe de Naciones Unidas más trágico y descarnado de la historia del siglo XX; y la segunda, por suponer un gran avance en la justicia penal internacional, al reconocer la violación sistemática como genocidio. Su labor fue ingente. Más de 3.000 testigos pasaron por su atribulada mente relatando historias de odio, tortura y muerte.

Todo esto nos lleva a reflexionar sobre la figura del relator. ¿Qué hace? ¿De qué se encarga realmente un relator?

La primera acepción que encontramos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua española es que refiere un hecho, es decir, que hace honor a su nombre: relata. Hasta cierto punto es una profesión. Los especialistas, expertos o aficionados a esto de la comunicación sabemos de la importancia del relato. El relato lo es todo y más en política.

Es la parte que da coherencia y sentido a la comunicación. Narra la normal sucesión de decisiones sin sentido. Normalmente, el relato lo elaboramos a posteriori. Si lo hacemos con anterioridad a las acciones de comunicación política lo llamamos estrategia. Cuando ésta se desarrolla de forma ineficaz solemos transformarla y corregirla en forma de relato.

El relato siempre es razonado y razonable. Trata incluso de sobreponerse a la realidad, adaptándola y haciéndola suya. Los hechos encuentran su explicación en el relato y si no lo hacen es fácil, se modifican u obvian. El relato es lo importante puesto que tiende a permanecer en el tiempo y sentar cátedra. El relator es el que escribe la historia.

La segunda acepción de nuestro diccionario no es menos preocupante. El relator es la persona que en un congreso o asamblea hace relación de los asuntos tratados, así como de las deliberaciones y acuerdos correspondientes. Ojo con esta denominación, puesto que se diferencia notablemente con la de secretario. Este extiende las actas de una reunión, es decir, transcribe lo sucedido, mientras que el relator lo construye de lo vivido. El secretario es escriba, mientras que el relator es, en cierta medida, un autor.

En ciertos tribunales el relator es incluso un letrado, puesto que es el encargado de hacer relación de autos o expedientes. Goza pues de fe pública y sus documentos no admiten prueba en contra. Son, en verdad, ley procesal.

La última acepción de nuestro diccionario es la, a mi juicio, más preocupante para el caso en el que todos ustedes están pensando. Pese a estar en desuso, el relator es un refrendario. Es la persona que, con autoridad pública refrenda o firma, después del superior, un despacho. La situación está empeorando puesto que un despacho, en derecho administrativo e internacional público, no es otra cosa que una comunicación escrita entre el Gobierno de una nación y sus representantes en las potencias extranjeras

Hasta hoy pocos empleábamos el término relator, pero dado el papel que jugará en el futuro nos tendremos que habituar a él. Las palabras tienen una importancia suprema en política y en la política nacional más aún.

Si hay algo que caracteriza a un país, a un Estado, es el relato. La aceptación común y compartida de su destino como nación y como entidad que engloba a todos sus ciudadanos. Ir contra el relato es ir contra la realidad, al menos contra la realidad asumida y convertida en verdad.

Con todos estos mimbres se plantea la situación en Cataluña, donde el relato es la razón de ser del problema o, como le llaman los que no comparten el relato, “el conflicto”.

La última parte de este artículo girará alrededor de la necesidad de contar con un relator. En derecho internacional, el relator comienza a trabajar cuando el problema, el conflicto, la situación o como lo queramos llamar, ha terminado. Su trabajo precisamente es construir lo sucedido.

En el momento actual su desempeño es cuando menos fútil, puesto que no hemos encontrado solución a la situación. Una parte de España vive de espaldas a otra y la otra vive en una situación casi de interinidad política, esperando la viabilidad parlamentaria de unos presupuestos que parecen poner precio a la convivencia futura y pacífica del país.

La mera existencia de este relator pone en cuestión la conciencia de lo que pasó, de lo que está pasando y de lo que pasará. No es éste su papel o, al menos, no lo es en el momento actual de las cosas, donde el Estado de Derecho únicamente intenta delimitar las responsabilidades derivadas de unos hechos que pusieron en un estado de nervios brutal a todo un país.

Son las consecuencias lógicas de llevar la política a las calles y de enfrentar a una parte de la ciudadanía contra otra, en un ejemplo sin igual de irresponsabilidad. El siguiente episodio de esta tragicomedia será dilucidar quien será nuestro René Degni Ségui. Ya se puede anticipar que no será un cualquiera, puesto que un relator, como hemos visto y se empeñe quien se empeñe, no es cualquier cosa.

El tiempo dirá, pero lo cierto es que casi 25 años después se vuelve a sentir miedo e incertidumbre al escuchar el término relator. Ojalá su relato coincida con la realidad, pero de momento da la impresión de que a alguien le han colado un buen gol por la escuadra.

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