OPINION

¿Por qué la guerra vuelve a Ucrania por Navidad?

Angela Merkel, Petro Poroshenko y Vladimir Putin / EFE.
Angela Merkel, Petro Poroshenko y Vladimir Putin / EFE.

Uno de los factores más importantes en la configuración de la geoestrategia es la energía. Todos y cada uno de los elementos que hacen posible el milagro de que alguien en Bucarest caliente su casa con gas extraído de la estepa siberiana, son objeto de un difícil equilibrio. En ese juego están presentes las grandes corporaciones multinacionales y, por supuesto, los gobiernos de los países más poderosos del mundo.

El conflicto en Ucrania no es nuevo. Los enfrentamientos en el Donbass (este de Ucrania) en 2014 derivaron en un puñetazo sobre la mesa de la Federación Rusa. Se terminaron las contemplaciones y miramientos diplomáticos. Era el escenario perfecto para una potencia que, militarmente, juega con ventaja con respecto a su vecino ucraniano. La anexión de Crimea y Sebastopol fueron las consecuencias lógicas de un conflicto que ha permanecido latente durante todos estos años y que, curiosamente, entra en erupción cada vez que el General Invierno hace presencia en las frías tierras del Este de Europa.

Esta vez el teatro de operaciones es el mar de Azov, un espacio en el que conviven rusos y ucranianos y que supone el único paso posible al mar Negro a través del estrecho de Kerch. Gracias a él, Moscú puede ejercer su influencia y poder naval en las costas de Rumanía, Bulgaria, Turquía o Georgia y acceder libremente al Egeo.

El valor estratégico y político de este enclave es indiscutible, pero no lo es menos la riqueza energética que alberga. Por un lado, gran parte del carbón y metales localizados en la región del Donbass sólo encuentran su salida al mercado a través de los puertos de Mariupol y Primorsk, localizados en este mar. Pero, además, se estima que en el fondo marino de Azov hay importantes recursos energéticos, explorados y por explorar, en forma de gas y petróleo. Desde sus orígenes, el conflicto, en realidad la guerra en Ucrania, siempre ha tenido como telón de fondo la energía y concretamente la necesidad del este europeo por calentarse en invierno.

Los planes de la Unión Europea pasan por terminar con la dependencia del gas ruso a través del gasoducto Nabucco, que será capaz – esto está por ver – de conectar con los yacimientos de Azerbaiyan, Georgia o Irán, a través de Turquía, entrando precisamente por Bulgaria hasta Alemania. Rusia perdería así una importante baza en sus negociaciones energéticas con la UE.

No hay que olvidar que, también curiosamente, la postura alemana en las disputas entre rusos y ucranios es cuando menos tibia. Esto no debería extrañarnos ya que Berlín mantiene estrechos lazos con el gigante ruso Gazprom que, adivinen, también provee de materia prima a Alemania.

La diferencia, y esta es la razón que justifica la actitud germana, es que lo hace mediante otro gasoducto, concretamente el Nord Stream, que sortea esta zona tan convulsa y desde donde Rusia exporta el 60% del gas que suministra a la UE. Es una poderosa razón para mantener un discreto silencio. El 40% restante de las exportaciones rusas a la UE lo hacen a través de Ucrania, suministrando gas a Rumania, Bulgaria, Eslovaquia o Hungría.

De nuevo las diferencias energéticas son las responsables de la distinta actitud de los países miembros de la Unión Europea para dar una respuesta unívoca a problemas geoestratégicos. La energía y concretamente el gas y la electricidad son dos componentes con un importantísimo valor sociológico y político. Sentir el frío o la oscuridad en el crudo invierno nos ha dado múltiples ejemplos, a lo largo de la historia europea reciente, para que la sociedad exija soluciones a sus representantes políticos.

En agosto de este mismo año, las calles de Rumanía se llenaban de manifestantes reclamando el fin de un sistema que favorecía la corrupción y los elevados precios de la luz. En febrero de 2013 el gobierno búlgaro tuvo que reaccionar ante las protestas por el incremento del precio de la luz y el gas, forzando la dimisión del titular de Hacienda. Francia, Hungría, Polonia son otros ejemplos claros del factor sociológico de la energía. Ante este contexto y precedentes, sólo cabe preguntarse cuales serán las acciones que tanto Ucrania como Rusia podrían tomar si, como es previsible, el conflicto escalara.

Moscú y Kiev tienen la llave para presionar a sus vecinos europeos a través del gas. Ucrania podría tratar de restringir el paso de gas ruso a través de su territorio para conseguir que el grupo de países más afectados de la Unión Europea pueda exigir algún tipo de respuesta o llamada de atención ante la situación en el mar de Azov.

Por su parte, Rusia podría cerrar el grifo al mismo gas del que se beneficia Ucrania argumentando razones de seguridad nacional y que tendría el mismo efecto, pero en sentido contrario hacia la Unión. Alemania se vería así obligada a retratarse y, probablemente, mantener una equidistancia entre sus intereses nacionales y la solidaridad para con sus vecinos. Un equilibrio que históricamente ha beneficiado siempre a la Federación Rusa.

Mientras tanto, el invierno se adentra en Europa y, tristemente, hará más factible la adopción de este tipo de medidas que se repiten año tras año en las mismas fechas. El desarrollo del conflicto es incierto y peligroso. Incierto, debido a la inestabilidad en la región, donde la OTAN tiene encima de la mesa una petición del presidente Poroshenko para desplegar buques de guerra en la zona, ante la que se tendrá que pronunciar.

Peligroso, por la extensión del conflicto en el tiempo, con la amenaza del corte de suministro al sureste europeo que puede provocar un aumento de la respuesta social en unas calles donde el nacionalismo ha prendido fuerte y que puede reclamar acciones a los gobiernos europeos. Lamentablemente estos tienen poco o nada que decir o hacer ante un enemigo en forma de estado gaseoso.

No sólo el turrón vuelve a casa por Navidad. También lo hacen los intereses geoestratégicos que saben muy bien de la importancia que tiene elegir el lugar y el momento adecuado para la batalla.

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