OPINION

¿Por qué lo llaman Brexit cuando quieren decir 'Goodbye'?

Boris Johnson, en su toma de posesión como primer ministro de Reino Unido
Boris Johnson, en su toma de posesión como primer ministro de Reino Unido
EFE

Reino Unido es una gran nación. Eso está fuera de toda duda. Su contribución a la historia de la Humanidad está plagada de éxitos, descubrimientos y tomas de decisión que en parte nos han condicionado a todos, seamos o no súbditos de la Reina Madre.

La decisión de Boris Johnson de suspender la actividad del Parlamento británico es un ejemplo de esta determinación sajona. El problema es que a menudo la resolución racional puede convertirse en cerrazón suicida.

En términos políticos, la jugada puede permitir al 'premier' británico cumplir su promesa de salirse de la Unión Europea sin un acuerdo. Parece una jugada maestra de Dominique Cummings, que se ha convertido en el estratega político más avezado de los últimos tiempos. Su capacidad para dominar los tiempos políticos y los golpes de efecto se ha convertido en una seña de identidad de la 'new age' británica.

Con el Parlamento cerrado y estirando las fechas al límite, Westminster apenas tendrá una semana y media para pronunciarse sobre la decisión más importante de Gran Bretaña en los últimos 50 años. Es un plazo tan exiguo que pone en cuestión al propio parlamentarismo británico, antaño ejemplo de buen hacer legislativo.

La salida de la UE puede poner punto y final a una relación jurídica por la que europeos y británicos hemos convivido durante más de medio siglo. Sin duda, una decisión así necesita de más tiempo de debate y discusión puesto que sus efectos se extenderán hasta el último rincón de la UE.

Reino Unido no puede entenderse sin Europa. Es un silogismo que a la inversa tampoco plantea dudas. La historia europea del siglo XX, especialmente durante la IIGM, le debe mucho a esa pequeña isla que ahora parece querer convertirse en un muro impenetrable para la influencia económica y social continental.

¿Pero qué lleva a todo un pueblo a cumplir la palabra dada aun a costa de casi un suicidio? En el ADN británico está su coraje y osadía. No hay decisión más democrática que cumplir aquello que los votantes mandan. El pueblo habló y ahora hay que asumir y cumplir lo adoptado. Es una máxima democrática ineludible. En algunos lugares lo llaman soberanía y en otros locura, pero en cualquier caso es un principio que debemos respetar e incluso del que deberíamos aprender.

Y es que hay algo que los británicos entienden bien y que quizá solo puede ponerse en cuestión desde una visión más mediterránea. Cumplir con la palabra, y concretamente con la dada por un país, es algo sagrado. Las decisiones podrán ser o no equivocadas pero su cumplimiento y ejecución diferencia las declaraciones políticas de las jurídicas. Aunque pueda resultar paradójico, la determinación británica dará tranquilidad a los mercados, una vez que estos descuenten sus efectos en el corto plazo.

Boris Johnson, entre manifestantes proBrexit
Boris Johnson, entre manifestantes proBrexit. / EFE

Así, el Reino Unido es uno de los países modelos en cuanto al cumplimiento del derecho comunitario. Europa es, ante todo, una comunidad de Derecho. La mayor parte de las Directivas, Reglamentos, Circulares, etc. que continuamente se aprueban y debaten en Bruselas no serían nada si detrás no hay un país capaz de trasponer lo acordado.

El roaming, la posibilidad de llamar por teléfono móvil cuando te encuentras en territorio UE sin que tu cuenta corriente se acuerde de ello, la reducción de cuotas de diésel, la eliminación de fronteras físicas entre países, son claros ejemplos de la importancia que tiene cumplir con las normas que nos damos. Sin el cumplimiento de la palabra dada por un Estado, el derecho decae y los logros políticos no serían más que papel mojado.

En este sentido, Reino Unido se ha caracterizado a lo largo de la historia de su pertenencia a la Unión Europea por cumplir con el derecho. El deterioro de la relación entre la UE y el Reino Unido también se ha visto afectada por este indicador. Es un signo evidente de la pérdida de confianza en un proyecto nacido para unir y que hoy en día está en cuestión.

Si en la década de los años noventa del anterior siglo los británicos encabezaban el ranking de mejores cumplidores con las obligaciones comunitarias, en la actualidad sus estadísticas han descendido notablemente. De los sesenta y cinco procedimientos abiertos contra el Reino Unido por violación del derecho comunitario, veintisiete se corresponden con infracciones por no trasponer a tiempo la legislación europea. Una cantidad que ha aumentado considerablemente en los últimos 4 años. Esta es una de las primeras y más duras consecuencias del Brexit.

Sin embargo, el compromiso del Reino Unido con el core del Derecho de la Unión, Tratados fundacionales, Reglamentos y Decisiones se mantiene en los niveles más bajos, siendo tan solo 14 los procedimientos abiertos ante el Tribunal de Justicia.

España no tiene mucho que objetar a estas cifras, máxime cuanto tenemos el dudoso honor de liderar la clasificación de incumplidores con 97 procedimientos abiertos, un tercio más que Londres y el triple que otros países más serios como Dinamarca o Finlandia.

A Reino Unido se le podrán achacar muchas cosas durante el Brexit. Su infidelidad - que no deslealtad - hacia el proyecto europeo es patente, como también lo es su falta de empatía con todo un Continente que ha adoptado su idioma como base lingüística para hacer posible que un rumano pueda hablar con un estonio en el habla de Shakespeare sin despeinarse.

Habrá que esperar a octubre para ver si Johnson cumple su órdago, que en muchos foros tachan de suicidio económico. Incumplir su palabra supondría su segura muerte política. Y es que ésta no conoce de plazos. Solo sabe de resultados. Si hay algo que los británicos no perdonan es traicionar la palabra dada.

Si París bien vale una misa, hoy en día, Londres ya cotiza a precios de funeral.

Mostrar comentarios