OPINION

¿Quién cree que ganará las elecciones?

Urna electoral
Urna electoral
Europa Press - Archivo

El asunto está en el aire desde que el pasado 15 de febrero el presidente del Gobierno anunciara la convocatoria de Elecciones Generales para el próximo 28 de abril. Queda menos de un mes para la cita y esta pregunta se ha convertido en el tema de conversación más manido de los mentideros de la Villa y Corte y, por desgracia, también en los hogares de España.

Los que nos dedicamos a esto del análisis político tenemos que dar una respuesta. Se nos presume cierta intuición para meternos dentro de la mente de ese colectivo informe llamado ciudadanía y saber exactamente los resultados por los que casi 37 millones de españoles elegirán la composición de las Cámaras en la XIII legislatura.

Responder al título de este artículo es fácil. El PSOE, según todas las encuestas realizadas hasta el momento y si no ocurre algún tipo de cataclismo demoscópico, será el ganador de la contienda. Sus resultados, pase lo que pase, mejorarán los paupérrimos 84 escaños obtenidos en los comicios de 2016. Su victoria supondrá un espaldarazo al actual y efímero paso por el Gobierno de Pedro Sánchez y sancionará, al menos democráticamente, el veredicto con que los ciudadanos juzgarán al Partido Popular de la primera parte de la XII legislatura. Esto sí supondrá el "fin de la cita" de la era Rajoy.

Es evidente que nada en política es como antes. Han cambiado los líderes. Han cambiado los partidos. Han cambiado los discursos e incluso las formas de movilización social. Lo único que parece inamovible son las encuestas y su correcta interpretación.

Probablemente, dentro de unas semanas estaremos asistiendo a un aquelarre de empresas demoscópicas por no haber calcado los resultados políticos exactos de 38 millones de personas.

Las encuestas no son las elecciones. Debemos partir de esta premisa para no llevarnos a equivocación el 28 de abril. Es una perogrullada, pero muchas veces nos olvidamos de lo que realmente son las encuestas. No son más que fotografías de la intención de voto de un universo muy concreto en un tiempo determinado. Ni más ni menos.

Por esto mismo, las encuestas son siempre reales y veraces. Reflejan la intención política declarada de un número exacto de personas de emitir su voto en un día y hora concreto. Las encuestas no fallan. Su interpretación y la extrapolación de sus resultados a todo el universo electoral en una fecha distinta de la realizada es lo que lleva a error.

Para que se hagan una idea, entre el 30% y el 40% de los españoles llamados a las urnas decidiremos nuestro voto dos semanas antes del 28-A. Casi un 60% de los jóvenes lo harán en el mismo momento de depositar su papeleta. Este factor, el generacional, es precisamente el que caracteriza nuestro pensamiento político e incluso nuestro comportamiento social, más allá de regiones, afiliaciones o estatus económico.

Los estudios demoscópicos, basados en las encuestas, tienen en cuenta este margen. Somos nosotros, a la hora de interpretar la realidad, los que erramos en nuestra valoración.

El análisis erróneo y de las encuestas genera caos. En cierto modo, al generar inseguridad, suponen un alejamiento científico entre política y sociedad. Es la famosa desafección, otro de los mantras de la sociología española.

Y es que quizá nos equivocamos a la hora de medir la intención de voto. Si asumimos esta desafección, podríamos concluir que la sociedad contemporánea no se moviliza en función de uno u otro partido político. En realidad, la movilización responde a causas concretas, sean estas la igualdad entre sexos, el cambio climático, la independencia, la soberanía, la libertad de empresa o la tauromaquia.

No por casualidad, la movilización social extiende sus efectos a la política. No votamos políticos. Votamos causas, estén reflejadas en un programa, discurso, alegato o incluso en un tuit. Si la política puede llegar a aburrir (sobre todo cuando llevamos casi tres años hablando de lo mismo), la movilización emociona. Es capaz de llamarnos a la acción, aunque sea desde el activismo de sofá mandando un SMS a determinada organización.

La movilización es, por definición, acción. La política parece más un campo destinado a la reflexión. Mareas, corrientes, plataformas, foros…. Son solo manifestaciones claras de la movilización social. Cada una surge como el instrumento más apropiado de canalización de los intereses legítimos de un colectivo.

La convergencia y suma entre ellas dan lugar al proyecto, y este será el as en la manga de aquel que gobierne tras el 28-A. Esta sí que es la pregunta realmente difícil de responder. Si podemos asegurar que el Partido Socialista será el partido más votado, no podremos decir lo mismo respondiendo a la pregunta de quien gobernará.

La respuesta encuentra su explicación precisamente en el párrafo anterior. Será la suma de causas la que presente un proyecto político y a su vez, este será la piedra angular sobre la que pivoten las conversaciones y coaliciones a las que se debería llegar una vez que el Jefe del Estado autorice al candidato a entablar conversaciones para formar Gobierno.

En el pasado hemos afirmado que el bipartidismo había muerto en España. A tiro pasado podríamos matizar esta afirmación, pero lo único claro, lo único realmente palpable y demostrado, es que este país no sabe gobernarse a sí mismo en un sistema diferente al bipartidismo. La producción legislativa ha sido cuando menos irrisoria debido a la carencia de un Parlamento capaz de encontrar los puntos medios de acuerdos entre formaciones.

Ningún país puede permitirse estar tres años sin apenas gobernar. Una vez más hemos hecho historia y lo peor de todo es que podríamos demostrarnos a nosotros mismos que podemos estar otros tres años más sin hacerlo. Esto es lo que realmente debería llamar a movilizarnos.

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