OPINION

¿Se acabará el petróleo? Arabia Saudí tiene en sus manos la respuesta

Corrían los años ochenta y ya entonces se hablaba del final del petróleo para 2010. Este era uno de los mitos que circulaban por la entonces crédula sociedad española y que corrió como la pólvora por los parqués bursátiles mundiales. Los movimientos especulativos no son ajenos a estos rumores y lo cierto es que miles de pequeñas y medianas empresas sufrieron el coste de afirmar que habíamos tocado fondo en una economía basada, principalmente, en el carbono.

El fin del petróleo no llegará o al menos no tal y como lo concebimos o lo creemos concebir. No debemos olvidar que, al margen de su evidente utilización en el transporte, su aplicación en carreteras, plásticos, materiales conductores, etc., hace que sea cuando menos aventurado afirmar que la economía internacional dejará de tener su fundamento en esta materia prima.

Además de esta razón, existe una máxima que se repite año tras año y es la relación entre unos precios altos del petróleo y los esfuerzos de las compañías de exploración y extracción en invertir en un acceso más rentable y simplificado al petróleo, lo que tiende en primera instancia a asegurar su existencia ad infinitum.

El lunes pasado el director de www.lainformacion.com, Daniel Toledo, apuntaba a la salida a bolsa de Aramco, la petrolera saudí, como uno de los factores que estaban condicionando la geoestrategia mundial relacionada con la energía. Efectivamente, este hecho está condicionando en gran medida el desarrollo normal del mercado del petróleo y, lo que es más importante, contiene gran parte de la respuesta a la pregunta que da título a este artículo.

Las cifras son mareantes. Hablamos de un monstruo cuyo valor se estima en dos billones de dólares. Las autoridades saudíes han manifestado su intención de sacar a bolsa “sólo” un 5% de su capital, lo que supondría aproximadamente unos 100.000 millones de dólares, una cifra que cuadruplica la mayor operación realizada en la historia, la de Alibaba, que alcanzó los 25.000 millones de dólares.

En términos geoestratégicos, entrar en Aramco supondrá el control sobre el futuro del petróleo por dos razones. La primera es que supone la confirmación de la recuperación y estabilización del mercado del petróleo tras años de incertidumbre, y que llevó a gran parte de las petroleras de todos los rincones del planeta a revisar sus planes estratégicos, situando el precio del mismo en valores próximos a los 50 dólares.

La segunda es que pondríamos, en parte, fin a una de las empresas más opacas de la economía mundial. Conoceríamos realmente cuál es el estado de la empresa, sus auténticas dimensiones y sobre todo, desvelaríamos su secreto mejor guardado que no es otro que calcular correctamente las reservas de petróleo saudíes. Este dato provocará a buen seguro un punto de inflexión en la economía mundial puesto que pondrá fecha (o no) a una economía basada principalmente en el carbono.

En cualquier caso, lo sustancial de las reservas del Reino de la Casa de Saud, no es tanto su número como su acceso y extracción fácil y barata. Este hecho supone el auténtico contrapeso, al menos por el momento, al 'shale oil'. Pese a que observamos como día a día el coste de la extracción baja, aun presenta un abismo para situarse a precios competitivos que rivalicen con el petróleo saudí.

La salida a bolsa de Aramco no es un hecho puntual. Este movimiento está enmarcado en una estrategia general de apertura del reino en sus relaciones exteriores, su sociedad y su economía. La intervención saudí en Yemen, Siria, Líbano o Qatar, todos de dudosa eficacia, la ha situado como el contrapeso a Irán en la zona, reflejando el secular enfrentamiento entre suníes y chiíes que trasciende lo social para convertirse en un motivo de disputa por el dominio político en Oriente Medio.

En este sentido, su implicación directa en Yemen está siendo cuestionada internamente por su eficacia. El papel del heredero Mohammed bin Salman es de especial relevancia. La intervención militar y su contestación con el lanzamiento de misiles por parte de los huthíes, seguidores del chiísmo y con lazos directos con Irán, ha provocado casi 10.000 muertos en lo que supone la más importante intervención militar, liderada por Arabia Saudí, en su historia.

La apertura del régimen también tiene su manifestación en el papel de la mujer. Mediante la aplicación del plan Visión 2030, las autoridades facilitarán el acceso de las mujeres al trabajo, que en la actualidad ronda unas paupérrimas cifras inferiores al 30% y que puede suponer un relajamiento en el tutelaje masculino que se ejerce desde Riad. Son medidas loables, sí, pero de todo punto insuficientes para el compromiso adquirido por el príncipe heredero y cuyo objetivo es ofrecer una cara más amable de la monarquía saudita.

En último lugar se sitúa la apertura económica. Es cierto que, ya desde casi un lustro, Arabia Saudí se está preparando para una transición tranquila de una economía basada principalmente en el petróleo a otra en la que tanto las energías alternativas como modelos económicamente más sostenibles cobren protagonismo. Este es un factor que puede hacer pensar que las reservas saudíes de petróleo no sean tantas como se esperan o como se desean.

Arabia Saudí ya ha admitido que con el capital que obtengan de la venta del 5% del capital de Aramco realizarán una inversión directa en la diversificación de sus industrias, la utilización de fuentes de energías renovables, reforzará su sector gasístico y químico y todo con miras a reducir la masiva dependencia del crudo.

Lástima que en este caso la transformación de una sociedad como la saudí se realice desde las clases dirigentes a la sociedad en lugar de al contrario, como ocurrió en las diversas primaveras árabes. Arabia Saudí está dando ejemplo de cómo debe planificarse la economía desde el Estado. El hecho contrasta con las economías europeas, más partidarias de abrazarse únicamente al mercado como salvación. Mientras tanto, al petróleo le queda mucho tiempo por delante. Lejos de agotarse el escenario será de convivencia entre diferentes energías sin olvidar el fin al que sirve la energía: permitir que la sociedad progrese.

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