OPINION

Siria: Bellum interruptus

Duma, destrozada por los ataques / EFE
Duma, destrozada por los ataques / EFE

Hace una semana los tambores de guerra redoblaron su estruendo en Siria. Durante la madrugada del viernes al sábado, 103 misiles lanzados desde buques y aeronaves francesas, británicas y estadounidenses sobrevolaron el cielo sirio para destruir tres instalaciones militares destinadas a la fabricación de agentes químicos. El régimen de Bashar al-Asad había cruzado la línea roja que Occidente se ha conjurado para defender, y que no es otra que la utilización de armas químicas contra la población civil.

Washington está obligado a responder de esta manera puesto que en el juego de las relaciones internacionales la acción siempre requiere una reacción. De otra manera el espacio estratégico siempre será utilizado por un tercero y esto, en Oriente Medio, no es una opción.

Las razones por las que Damasco decidió atacar a sus propios ciudadanos, aunque fueran calificados como rebeldes, pueden resultar cuando menos extrañas, puesto que en el pasado siempre se ha actuado de la misma manera: bombardeos selectivos de la fuerza aérea y naval estadounidense a objetivos estratégicos sirios con un resultado siempre a favor de los americanos, como no puede ser de otra manera.

A este hecho se une, evidentemente, el deterioro de la imagen exterior del mandatario sirio, en un momento en el que parece haber eliminado a gran parte a las fuerzas opositoras al régimen. Resumiendo, poco que ganar y mucho que perder, y esto no acaba de entenderse.

Duma, destrozada por los ataques / EFE
Duma, destrozada por los ataques / EFE

El único factor diferenciador con respecto a otras situaciones vividas en el pasado ha sido la aparición de un tercer actor, Rusia, que advirtió claramente a EEUU de que no permitiría ningún tipo de intromisión o represalia contra el régimen sirio al margen de Naciones Unidas.

Incluso, después del ataque, describió los bombardeos como un acto de agresión, recalcando, a través de su Embajador en Estados Unidos, que “tales acciones no quedarán sin consecuencias”. Ante tales advertencias, señalando explícitamente a Washington, París y Londres como los únicos culpables de la situación en Oriente Medio, el nerviosismo se adueñó de las cancillerías mundiales.

Dejando al margen los efectos mediáticos y diplomáticos de la crisis, el resultado de las acciones de los aliados solo puede calificarse como previsible, a la par que decepcionante. En la lógica del presidente Trump, hasta cierto punto Estados Unidos se ha visto forzado a atacar al régimen de Damasco. América no podría permitirse otra cosa.

En primer lugar, por mera continuidad, en lo que se ha denominado política de tolerancia cero con las armas químicas. En 2017, el mandatario americano ya bombardeó, mediante el lanzamiento de 59 misiles, dos instalaciones sirias en represalia por la utilización de componentes químicos contra población civil.

En esta ocasión, Trump se ha visto obligado a reaccionar de la misma manera, pero casi doblando el número de proyectiles, en el único gesto simbólico ofrecido en su respuesta.

En segundo lugar, la utilización de misiles de precisión lanzados a distancia es otro de los elementos diferenciadores con respecto a ataques anteriores. Si en 2017 aviones estadounidenses y británicos entraron en el espacio aéreo sirio, aumentando considerablemente el riesgo de derribo por parte de las múltiples fuerzas terroristas, rebeldes y estatales que proliferan en Siria, en esta ocasión se ha optado por ataques íntegramente externos al terreno de operaciones.

¿Cual puede ser la razón de esta actuación? Hace apenas unos meses, un SU-25 ruso fue derribado en Idlib por un sistema portátil de misiles antiaéreos mientras realizaba una misión de reconocimiento en la zona. El piloto, un veterano comandante de la fuerza aérea, tras eyectarse de la aeronave fue acorralado por fuerzas rebeldes y posteriormente, según la versión rusa, detonó una granada para evitar caer en manos enemigas.

Ejemplos como éste ponen de manifiesto que la escalada militar en la zona conlleva un aumento de las capacidades de combate de todos los contendientes. Trump es consciente de esta situación y ha tratado de reducir al máximo la posibilidad de que su respuesta pueda tener un coste en vidas americanas que le ocasione un empeoramiento de su percepción pública en Estados Unidos.

En este sentido, Rusia se apresuró a destacar la peligrosidad del espacio aéreo sirio al afirmar que 71 de los 103 misiles lanzados el viernes por los aliados fueron interceptados por la fuerza antiaérea siria.

La guerra no sólo se libra en el terreno físico, también en el mediático. El presidente de los Estados Unidos fue consciente de esta realidad y, personalmente, desmintió al ministerio de Defensa ruso asegurando que ninguno, de su más de un centenar de misiles, fue derribado y que, por el contrario, todos impactaron contra sus objetivos.

Si admitimos que América no puede permitirse ninguna baja humana, mucho menos puede ser cuestionada la eficacia de los ataques selectivos, aunque sean desde fuera del teatro de operaciones. El presidente de los Estados Unidos es plenamente consciente de esta cuestión y por ello no le temblarán los dedos para desmentir, una y otra vez, vía Twitter, a la propaganda rusa.

El mensaje del presidente de los Estados Unidos
                        

El resultado final del ataque, desde el punto de vista político, deja a un Trump fortalecido en el sentido que ha marcado los límites a los que no está dispuesto a renunciar; la utilización de armas químicas contra población civil. Mientras, la retirada de las fuerzas americanas sobre el terreno continúa produciéndose, ya que Estados Unidos hace mucho tiempo que decidió que su nueva zona de influencia no sería otra que aquella en la que más se juega política y militarmente. El eje Asia – Pacífico es el nuevo vértice geoestratégico mundial.

Sobre Oriente Medio surgen otras potencias regionales que, poco a poco, ocuparán el espacio que deje el gigante americano. Arabia Saudí, Egipto, Irán, Israel, Turquía, … son poderes contrapuestos que están llamados a ejercer de equilibrio en esta zona tan convulsa.

Sin ellos, y con un vacío estratégico por parte de las fuerzas armadas americanas, nos adentraremos en un escenario aterrador de la ya de por sí complicadísima situación en Siria y por extensión en toda la zona. Arabia Saudí, que parece de todos el más determinado a la hora de asumir su papel de potencia local, ha retomado la idea de liderar una coalición árabe capaz de desplegar botas sobre el terreno.

Egipto parece reacio a involucrarse en esta fuerza internacional que encuentra precedentes de cuestionado resultado, como en el caso de Yemen en la actualidad y que Israel, con el precedente de la Guerra de los Seis Días, no permitiría a escasos metros de distancia de su propio territorio.

La cuestión es saber de qué país o países serán esas botas, sin las cuales será absolutamente imposible poner fin a una guerra que dura ya más de 7 años y que amenaza con convulsionar, más si cabe, una zona que no sabe qué es vivir en paz desde tiempos inmemoriales.

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