OPINION

Talasocracia, o cómo el control de los mares determinará nuestro futuro económico

El portaaviones clase Nimitz USS Carl Vinson en Da Nang, Vietnam, el 5 de marzo de 2018. / US Navy
El portaaviones clase Nimitz USS Carl Vinson en Da Nang, Vietnam, el 5 de marzo de 2018. / US Navy

Talasocracia. Con esta palabra los griegos definían la superioridad política y económica basada en el dominio de los mares. Si hay algo consustancial a un imperio es la predominancia en el líquido elemento marino. Si en la antigüedad este principio era inexorable, más aún lo es en la actualidad.

Y es que siempre ha sido así. Dominar el mar implica el control de las vías marítimas y, por lo tanto, de las rutas comerciales en el planeta. Mas del 90% del comercio mundial es marítimo. En la era de Internet, de las redes sociales y de las transacciones electrónicas, el mar continúa siendo el eje sobre el que pivota la base del comercio mundial. El porcentaje de toneladas desplazadas por barco aumenta año tras año. A mayor producción industrial, mayor es el crecimiento de transporte marítimo.

El desarrollo del mar, como medio de transporte de mercancías, siempre ha estado ligado con la economía. Sin embargo, esta condición también está cambiando con los tiempos. Si en el pasado siempre se establecía una correlación entre el incremento del PIB mundial y el aumento del comercio marítimo, hoy es necesario tener en cuenta otras variables como las políticas fiscales o las ambientales, los costos del transporte y las diferentes regulaciones, y es que el mar es, paradójicamente, el campo en el que se juegan La Liga los países más importantes.

Los Estados no son indiferentes a la importancia que juega el control de los mares en la geopolítica. Si quieres ser alguien en la escena internacional debes contar con una Armada lo suficientemente potente como para proyectar poder en el mar.

Vean si no los esfuerzos ingentes de las dos grandes naciones de nuestro siglo. EEUU cuenta con 11 portaaviones, teniendo previsto incorporar otras dos nuevas piezas de la clase Gerald Ford, los más avanzados de la poderosa Navy. Son conscientes de que una parte importante de su fuerza militar - y sin duda intimidatoria - reside en el mar. Son capaces de desplegar cientos de aviones y misiles, de medio y largo alcance, gracias a estas fortalezas flotantes y eso les hace realmente poderosos para cualquier país.

Por su parte, China cuenta con dos portaaviones en activo, pero tiene aprobado un programa que va a suponer un auténtico contrapeso al poder estadounidense. En proyecto está la construcción de otras dos ciudades flotantes. Si esto de por sí ya es sustancialmente importante, más aún lo es el coste económico de la operación. El gigante asiático lo hará reduciendo casi en un 50% el coste original, lo que, conociéndolo, puede suponer el principio de otro programa de clonación o producción de este tipo de buques a gran escala.

Rusia, Francia o Reino Unido han adquirido recientemente las mismas capacidades, pero en un número menor debido al condicionamiento presupuestario. Las grandes potencias mundiales saben de la importancia de contar también con el dominio o la presencia de capacidad real en los océanos para proteger sus intereses.

Un ejemplo claro de esta tendencia lo encontramos en la relación directa estratégica entre el mar y la energía. Es quizá el campo en el que más claramente se puede visualizar la geopolítica. En un enfrentamiento ya nada larvado, como es el del Estrecho de Ormuz, el control del paso del 30% del comercio mundial de petróleo se ve amenazado.

Ningún país puede permitirse dejar al azar su abastecimiento de petróleo. Cada uno de los países en conflicto mueve sus piezas y estas no tienen forma de caballos, alfiles o torres. Tienen forma de fragatas, submarinos o corbetas.

El objetivo iraní pasa por asegurar de una manera fáctica que el Estrecho es suyo. El principal motivo de disputa pasa por garantizar el paso de los petroleros. Para ello, aprovechando el terreno, cuenta con sus cañoneras y sus minas. Una combinación de ambas puede poner en serio peligro el acceso y circulación por este enclave estratégico a los buques civiles que se aproximan a los puertos árabes.

La situación es tan preocupante que incluso los Emiratos Árabes se han reunido con las autoridades iraníes por primera vez en seis años. Lo han hecho, únicamente, para dialogar sobre la seguridad marítima, dejando al margen otros aspectos espinosos de su relación. Un tema en el que todos los Estados del Golfo Pérsico tienen mucho que perder.

EEUU busca apresuradamente el establecimiento de una coalición internacional que asegure el tránsito de petroleros por la zona. A la posible adhesión de Reino Unido - también con el envío de buques de guerra a la zona - se une la inquietante posibilidad de que Israel pueda desplegar parte de su pequeña pero altamente preparada Armada.

Tanto sus corbetas como sus submarinos pueden suponer una seria amenaza al equilibrio de poderes existente en la zona. Pero si su presencia militar puede ser determinante más aun lo es su dimensión política. Si Israel decide unirse a la coalición anglo-americana, tanto Arabia Saudí como el resto de monarquías de la zona podrían matizar su postura que, de momento, pasa por un apoyo tímido a las tesis americanas.

Si hasta ahora Mohamed bin Salman se ha mostrado como el peor de los enemigos para los iraníes, la presencia israelí en la zona podría cambiar las tornas y obligar a los saudíes a optar por una vía más diplomática, máxime teniendo en cuenta los derroteros que está tomando la guerra en Yemen con la toma, por parte de la facción separatista del sur, de Aden. Este hecho seguramente suponga la ruptura de la coalición árabe contra el grupo de los hutíes apoyados por Teherán.

Siempre se ha mantenido que para ganar una guerra era imprescindible mandar botas sobre el terreno, pero en este caso en lugar de botas se necesitarán proas que aseguren el tránsito de otro líquido, este en forma de oro negro, en el complejo escenario de Oriente Medio.

El mar sigue siendo determinante en la configuración de las relaciones económicas y diplomáticas internacionales. Si en el pasado el control del Mediterráneo y el Atlántico era vital para romanos, británicos o españoles, hoy el Mar de China o el Arábigo lo son aun más para estadounidenses, chinos o iraníes. Cambian las naciones, pero los mares y océanos siguen siendo los mismos que hace 3.000 años.

En estas circunstancias, ¿alguien se acuerda hoy de Europa? Luego nos preguntaremos por las razones políticas y sociales del Brexit.

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