OPINION

Tres grandes retos geopolíticos que Europa debe afrontar

Manifestante contrario al Brexit
Manifestante contrario al Brexit
EFE

Mientras nos miramos sorprendidos ante el carrusel de gags, memes, “zascas” y propuestas irrealistas que están protagonizando la campaña electoral, algo está pasando en Europa.

Las próximas elecciones al Parlamento Europeo, que se celebrarán durante los próximos 23 al 26 de mayo en todo el territorio de la Unión, serán especialmente importantes.

Quizá las más determinantes desde que en 1979 se instituyera la conveniencia de elegir unos representantes designados por sufragio a la cámara representativa de los países miembros de la Unión.

La razón para sostener este argumento no son otras que las amenazas inéditas que Europa deberá afrontar en los próximos años y que tienen como característica común la incertidumbre reinante en el presente y futuro de la Unión.

La primera de las amenazas es interna y no es otra que la proliferación de gobiernos populistas en las capitales de los Estados miembros. Alternativa para Alemania, el Partido de la Libertad austríaco, Nueva Eslovaquia, Verdaderos Finlandeses, Partido Popular Danés, UKIP… Son ejemplos claros de partidos claves en la gobernabilidad de los países más importantes de nuestro continente. Y juntos suponen un desafío a la configuración política y económica actual de la UE.

Por su parte, ya desde el Gobierno de Italia, Hungría o Polonia, podemos identificar claros planteamientos contra la supranacionalidad, aspecto que es inherente a la UE y que pone en serio peligro las principales libertades comunitarias, principalmente las de movimiento de personas y capitales.

La tendencia al alza de este tipo de partidos en otros países y su ascenso al poder es una realidad que está intrínsecamente relacionada con otro aspecto presente en los diferentes países de la Unión: la desaparición ideológica de los partidos tradicionales socialdemócratas y demócrata - cristianos.

Este espacio está siendo aprovechado por corrientes ideológicas populistas, radicalizadas tanto en el polo ideológico de la izquierda como en el de la derecha, con un tronco común compartido que no es otro que la desnaturalización de la UE.

En el caso del populismo de derechas, la principal amenaza a la seguridad de la UE es la devolución de competencias cedidas a Bruselas, es decir, el retorno de la preponderancia de la Nación frente a la Unión.

Por su parte, el populismo de izquierdas ataca directamente a la legitimidad democrática de las instituciones comunitarias, en detrimento de las políticas generales y en beneficio de las locales.

La segunda de las amenazas es externa y siempre ha estado latente. Es el estallido de una auténtica crisis fronteriza en el Este europeo. Este es un escenario factible en cuanto a la ampliación del conflicto entre Ucrania y Rusia por sus fronteras.

Las repercusiones del pasado muestran su efecto inmediato en la UE. La escalada de la tensión, concretamente en el estrecho de Kerch, reeditaría los graves momentos de la guerra vivida entre 2013 y 2015.

Las consecuencias del conflicto fueron muy graves para la Unión y pasaron por el endurecimiento de la política del Kremlin hacia Europa, la imposición de un limes físico y político a la ampliación de la OTAN hacia Rusia, la imposición recíproca de sanciones económicas entre Rusia, la UE y sus países miembros, la alineación de países cercanos a Rusia contra la UE (Irán, Venezuela, Cuba, Corea del Norte, Japón frente a China, India frente a Pakistán, etc.) y el cambio del sistema de provisión energética del Este europeo potenciando el gas y petróleo kazajo frente a la alternativa, por inestabilidad, de Libia.

Pero si hay que destacar un efecto realmente pernicioso para el sistema de integración europeo ese fue el resquebrajamiento de la política exterior común en grandes bloques. Entre ellos destacaban los partidarios de una política más activa, representada por Polonia y los países bálticos y un segundo grupo encabezado por Alemania que, junto a Austria y Eslovaquia, defendieron contemporizar una respuesta agresiva contra Rusia. El resto de países de la Unión permanecieron más pasivos, ya que incluso salieron beneficiados de la situación.

Por último, el aumento de la presión migratoria en la frontera Sur puede suponer uno de los principales factores de desunión en el entramado institucional comunitario. La falta de una política migratoria común ha puesto al descubierto la distinta respuesta que se está ofreciendo desde los países directamente implicados en el control de las fronteras.

Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones, 144.166 personas llegaron a Europa - en calidad de migrantes, como afirma la OIM - en 2018. Solo en Italia, con datos de 2017, 119.369 personas alcanzaron el país. En la frontera con Marruecos la situación no es mucho mejor. España recibió más de 65.000 personas en 2018, lo que sitúa a ambos países, junto a Malta, como los principales receptores de los flujos migratorios desde el norte de África.

En este contexto, la recepción de migrantes no sólo se queda en las costas sicilianas o andaluzas. Por el contrario, el destino final de gran parte de los inmigrantes (regulares o no) es París o Berlín. En el caso francés, el porcentaje de inmigrantes se sitúa en el 11,1% de su población frente al 11,9% alemán. En términos absolutos, ambos países están muy alejados de otras naciones como Estados Unidos, que alberga 43 millones de inmigrantes, aunque con una realidad y una política de fronteras radicalmente diferente.

El impacto de la inmigración, al margen de consideraciones políticas, es especialmente relevante en el caso europeo. El Estado del Bienestar se sustenta en la provisión de servicios públicos por parte de las Administraciones, y están dirigidos fundamentalmente a aquellos sectores sociales más desfavorecidos.

La garantía del cumplimiento de este papel del Estado recae en los ingresos del sistema. Estos pueden obtenerse bien vía impuestos o con la existencia de unas tasas de desempleo marginales que proporcionen recursos suficientes al Estado para sufragar los pilares fundamentales del sistema social europeo. Las pensiones, la sanidad, la educación pública y las herramientas clásicas de los Estados Nación, como la Defensa o las relaciones exteriores, no se pagan solas.

Europa no puede permanecer impasible ante la llegada de cientos de miles de personas dispuestas a cruzar un mar por encontrar una vida mejor, pero también es cierto que una integración o asimilación desordenada puede poner en riesgo el sistema político y social del que se vanagloria.

Las tres amenazas anteriormente enunciadas tienen un factor catalizador, o incluso detonante, del que dependen. Y que no es otro que la resolución del Brexit en uno u otro sentido.

Aunque sea crudo decirlo, un Brexit perjudicial para el Reino Unido sería el escenario más beneficioso para la Unión. Puede parecer paradójico, pero, a sensu contrario, un Brexit del que el Reino Unido salga beneficiado supondría un espaldarazo para las corrientes antieuropeístas y, por lo tanto, podría impulsar la aparición de movimientos nacionales contrarios al proyecto europeo por una simple razón: la falta de utilidad.

Además, la apuesta del Reino Unido por el atlantismo en detrimento del europeísmo podría lanzar una imagen de debilidad en la acción de seguridad y defensa europeas, lo que a su vez incentivaría aun más la mirada de Moscú hacia el Este europeo. Aquí sí nos jugamos realidades cercanas, como el aprovisionamiento energético o la escalada de precios de productos básicos.

La presión migratoria también puede verse afectada al imponerse una barrera fronteriza entre países miembros, algo que Reino Unido no ve con malos ojos a la hora de controlar los flujos migratorios provenientes del sur europeo. Este hecho provocaría una concentración de más de 55 millones de migrantes, cifra que, con matizaciones, fue ofrecida por el Banco de España en 2010.

El próximo domingo, España se juega su futuro. Como europeos tendremos que esperar al 26 de mayo para dar solución a estos tres retos que sólo podrán ser abordados desde una perspectiva amplia y supranacional, y alejada de la inanidad programática que nos acompaña.

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