Opinión

Un virus, veinte Españas

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Un virus, veinte Españas.
EFE

Esta semana Ashish Jha, decano de la Escuela de Salud Pública de Brown, publicaba un interesantísimo artículo en Foreign Affairs sobre cómo la pandemia ha sometido a cada país a una prueba hercúlea, en la que las naciones más listas y preparadas han aprovechado la combinación entre ciencia y buena gobernanza mientras que otras, la mayoría, han fracasado estrepitosamente en la batalla por frenar la propagación de la Covid-19.

Se centra el autor en Estados Unidos, donde el coronavirus les ha dejado como líderes en gran parte de los indicadores más siniestros de esta lacra. Jha concluye que en este país siempre se ha defendido que el todo es siempre mayor que la suma de las partes. La Historia ha demostrado que este ha sido uno de los pilares sobre los que se ha construido la primera potencia del mundo. Para evitar un nuevo desastre, los americanos deberían creer no solo en cada uno de sus cincuenta estados, sino también en los Estados Unidos como ente único. Resume su pensamiento a la perfección cuando afirma que hay un solo virus y dos Américas: la de Washington y la de los estados.

Sin duda, dado nuestro elevado nivel de descentralización, Jha podría repetir ese artículo en España y llegar a una conclusión similar o incluso peor que la tesis que defiende, puesto que en el caso patrio podemos hablar de una lucha contra un solo virus y veinte Españas, que incluirían las diferentes respuestas dadas por las comunidades autónomas, Ceuta, Melilla y el Gobierno central.

La organización territorial de los estados es un parámetro idóneo para medir la capacidad de respuesta ofrecida ante la Covid-19. Europa, que cuenta con un nivel de descentralización elevado en forma de regiones, autonomías, 'landers', cantones, federaciones e incluso países, rivaliza con los Estados Unidos en cuanto a la mala gestión de la pandemia.

La sensación opuesta la podemos encontrar en otros países como China, Corea del Sur, Taiwán, Nueva Zelanda o Islandia. Estos países han triunfado con un modelo de toma de decisiones unitario. Incluso la República Popular China, superando su modelo territorial provincial, ha basado su éxito en la toma unilateral de decisiones a través del Partido Comunista de China. El PCCh se ha constituido como el eslabón y engranaje perfecto para poner en marcha una maquinaria tan autoritaria como efectiva. En resumen, parece que los países centralistas o en los que al menos existe un mando único capaz de imponer sus decisiones a los intereses particulares de las entidades territoriales que lo componen (Austria) han dado una mayor y mejor respuesta a la crisis.

China, Corea del Sur, Taiwán o Nueva Zelanda han triunfado con un modelo de toma de decisiones unitario

La política no es otra cosa que el arte de decidir bien y en esto a España le quedan aun muchas décadas para convertirse en una referencia en este oficio. El episodio surreal de la declaración de un estado de alarma a la carta, en el que cualquier autonomía o ciudad autónoma puede decidir cuánto, cómo y dónde aplicar las disposiciones amparadas por el artículo 116 de la Constitución, solo es un ejemplo de una anomalía estructural en un país reglado por un instrumento que no responde a las dos normas fundamentales de convivencia entre entes jurídicos territoriales: lealtad y unidad de acción.

Solo así se entiende que uno de los tres instrumentos más restrictivos de derechos que tiene nuestra Constitución pueda decretarse por seis meses, incluyendo la posibilidad de limitar el ejercicio de algunas de las libertades establecidas y garantizadas por la Carta Magna. Sin duda, el peor episodio vivido ha sido el de las dejaciones institucionales. El Poder Legislativo ha renunciado a ejercer la que quizá es la principal de sus funciones: el control de las actividades del Ejecutivo y lo hace al amparo de unas comparecencias periódicas que ofrecerá dadivosamente el Presidente del Gobierno al hemiciclo. Parece que el Parlamento desconoce la diferencia entre fiscalización y publicidad, que es a lo que estaremos abocados cada dos meses.

Pero no es la única renuncia. La abdicación por parte del Gobierno central a la gestión unificada de la crisis tampoco responde a lógica alguna. El confinamiento estricto y el mando único han sido los dos solitarios 'éxitos' en el haber de Moncloa. Renunciando a ellos el Gobierno ha dilapidado las únicas medidas que realmente han demostrado funcionar en la anterior ola sanitaria y lo hace en un momento en que las tasas de contagio y fallecimiento se están disparando en todas las comunidades autónomas. Es falso que estemos combatiendo esta plaga con los mismos medios que en la Edad Media. En 1347 a la incipiente España le bastaba con encerrarse en sus lúgubres castillos. Ahora ni siquiera parecemos capaces de hacerlo en nuestros pulcros hogares.

La diferencia en la gestión de la pandemia entre las veinte Españas deja bien claras las debilidades de nuestro sistema autonómico y lo hace en el momento más inoportuno, cuando la segunda ola amenaza con convertirse en un tsunami que puede poner en riesgo mucho más que la economía de un país empeñado en complicarse la vida.

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