El niño que murió porque se negó a matar (y la foto que lo hizo inmortal)

    • Esta es una de esas historias donde convergen el drama con el heroísmo. La protagoniza un niño de 12 años: Ángel Escalante.
    • Sucedió en Guatemala, donde los pandilleros imponen su ley, una ley de fuego y sangre que corre todos los días por las calles.
Miembros de la 'Mara 18' bajo custodia
Miembros de la 'Mara 18' bajo custodia

He leído una noticia sobrecogedora, pero que merece la pena relatar. Una de esas historias donde convergen el drama con el heroísmo. La protagoniza un niño de 12 años: Ángel Escalante. Y sucedió hace unos meses en Guatemala.

Como saben, hace años que la mayoría de las calles de Guatemala, Honduras y El Salvador se han convertido en el reino de los pandilleros. En los barrios, ellos son la ley. La imponen a sangre y fuego todos los días.

Las filas de las pandillas se nutren de personas muy jóvenes. Muchos de ellos nunca llegan a la edad adulta. Mueren antes. Engrosan esas estadísticas que avergüenzan, o al menos deberían, a sus gobiernos. Y con ellos a la Humanidad entera.

La crueldad de las pandillas no conoce límites. No hay vida que consideren respetable.

Tampoco la de Ángel Escalante."O matas o mueres"

Seis pandilleros le capturaron y le exigieron, ¡a sus doce años!, que matara a un conductor de autobús. ¿Por qué? No cabía preguntarse el motivo. El conductor estaba sentenciado y los pandilleros no querían cargar con el crimen esta vez. Así que escogieron al verdugo. Al verdugo más débil de todos. Y le plantearon una disyuntiva diabólica: "O matas o mueres".

Ángel se negó. Prefirió morir a matar.

Sus captores cumplieron las amenazas. Pero no lo hicieron de cualquier manera. Escogieron una especialmente cruel. Para que sirviera como aviso a navegantes.Desde 125 metros de altura

Tomaron el frágil cuerpecillo de Ángel y lo lanzaron al vacío desde un puente que tenía más de 125 metros de altura. Era un lugar que Ángel conocía bien, pues estaba cerca del colegio donde cursaba sexto de primaria.

Quiso el destino que el cuerpo de Ángel no impactase primero contra el suelo. Lo hizo antes contra unos árboles que amortiguaron su caída. Pero no se libró de fracturarse las dos piernas, amén de sufrir gravísimas heridas.

Cuando llegaron los bomberos, acompañados de su padre, alguien captó el trágico momento del encuentro en una foto que se volvió inmortal.

Ángel luchó con toda sus fuerzas para mantenerse vivo. Su sufriente país, sobrecogido por la historia, contuvo la respiración y elevó oraciones para que, esta vez, la Parca fuera indulgente. Aunque fuera solo por esta vez.

No hubo suerte. Tras quince agónicos días, falleció en el hospital.

Leo la historia de Ángel y me acuerdo de muchos niños de su edad que conocí cuando viví en El Salvador. Aún me parece verlos, con sus mochilas, sus loncheras, sus uniformes de camisas blancas y mangas cortas. Muchas veces los veía caminar en aceras despedazadas, o subirse a autobuses desvencijados, que escupían bocanadas de humo negro y venenoso.

Pero siempre estaban alegres. O al menos, esa es la imagen que tengo grabada de ellos, no por casualidad. Sonreían mucho.

Pienso que a veces el mundo se llena de generaciones mártires. Pienso en los jóvenes que lucharon en las guerras mundiales, o en aquellos que han sufrido grandes epidemias como la del ébola en África. Pienso en los sirios, o magrebíes, o subsaharianos, que se juegan el todo por el todo en el mar.

América Latina vive en estos tiempos su guerra particular. Llegará el día en que los historiadores recordarán a esos inocentes como Ángel, que sembraron los cementerios de vidas agostadas demasiado temprano.

Sigue @martinalgarra

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