Luz de cruce 

Los bajos instintos (políticos) de Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la presentación del certificado verde digital en el stand de Turespaña en la feria internacional de turismo Fitur 2021, a 21 de mayo de 2021, en Madrid (España). El certificado verde digital, es un pasaporte sanitario en el que trabaja la UE para reactivar el turismo internacional. Hoy se celebra la tercera jornada de la Feria Internacional del Turismo, Fitur 2021 'Especial Recuperación Turismo'. Se trata de la primera feria en formato híbrido del circuito internacional de grandes eventos y es la gran apuesta estratégica del Gobierno español para la recuperación del turismo. Organizada por Ifema Madrid del 19 al 23 de mayo, la feria reúne a más de 5.000 participantes de los cinco continentes, con presencia de todas las comunidades autónomas y de empresas y destinos de 55 países. 21 MAYO 2021;SANCHEZ;FITUR;VERDE DIGITAL; E. Parra. POOL / Europa Press 21/5/2021
Los bajos instintos (políticos) de Pedro Sánchez. 
Europa Press

A Pedro Sánchez le pasa como a mí: no valemos para dirigir un país. Naturalmente, por razones harto distintas en cada caso. Como mi persona es insignificante y además nunca he pretendido ejercer un cargo público, no tiene sentido aburrirles con disquisiciones sobre la etiología de mi impotencia política. Sin embargo, las patologías “antípoliticas” de Sánchez son, por el contrario, del máximo interés público. El madrileño lleva el timón del Gobierno desde 2018 y, lo que es más importante, quiere seguir llevándolo en el futuro (y sin fecha de caducidad voluntaria). La vocación política y el deseo de prolongarla hasta un horizonte que, cuanto más se camina hacia su encuentro, más se aleja de su perseguidor, no es una tara. Pero exige una gran destreza si al gobernante le rodean unas circunstancias objetivas que dificultan la gestión de su magistratura. El acoso de una epidemia mortífera, la catástrofe económica inducida por la peste del siglo XXI y la continua amenaza de insurrección, así como la estrategia de poner palos en la rueda que practica la Generalidad catalana desde la época de Rajoy (una figura próxima en el tiempo que, no obstante, ya nos parece abducida por la niebla de la Historia) demandan la aparición de políticos capaces de dominar esas circunstancias ominosas.

Creo que Sánchez no es un político dotado para capear el temporal, aunque el meteoro –sanitariamente- ya esté en sus horas de bajamar. Sánchez carece del “vitalismo” orteguiano. No siente la delicia suprema que acompaña al esfuerzo frenético que destinan los buenos políticos para organizar el Estado. La naturaleza del gran político, según Ortega, “es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación”. Sánchez es el negativo de dicha imagen. Su indiferencia y falta de interés hacia todo lo que no sea saciar su sed personal de poder le descarta como hombre de acción. Únicamente segrega sueños, es decir, imagina que hace algo sin hacerlo.

Ortega creía en “la sanidad nativa de los instintos”. Los buenos instintos fructifican en ideas que mueven la máquina del Estado en beneficio de la nación, que es un fin en sí mismo. El carácter instrumental del Estado confiere una misión a la sociedad. Sánchez es completamente ajeno a dicho lenguaje. A mi modo de ver, Sánchez no tiene ideas políticas, solo el deseo perturbador (para los ciudadanos, incluidos sus votantes) de permanecer al frente del Gobierno el mayor tiempo posible. Ya he dicho que esta voluntad no es criticable salvo que no trascienda al exterior y constituya el único objetivo, la única finalidad del político. Precisamente por esa voluntad sin propósito de servicio, el principal enemigo de Sánchez es el Estado de Derecho, que es un muro de contención frente al delirio potencial de cualquier gobierno. La máquina del Estado es un obstáculo para los aventureros de la política. Si las instituciones se pliegan a los bajos instintos de un político como Sánchez, pueden acabar en el cesto de la guillotina. Sánchez no es socialista, comunista o anarquista. Sánchez es, simplemente, un militante de sí mismo.

Sin el instinto de hacer justicia –afirma el filósofo madrileño- “no puede nadie ser un gran político”. Se trata de un instinto activo: “O se viene al mundo para hacer política o se viene para hacer definiciones”. Da la impresión de que a Sánchez el interés público le resbala y, en cuanto a sus definiciones, ¿qué quieren que les diga que ya no sepan ustedes de primera mano?

En un ensayo memorable –'Mirabeau o el político'-, Ortega subraya la cuestión nuclear del aristócrata francés: “No somos salvajes recién llegados de las riberas del Orinoco para formar una sociedad. Somos una nación vieja”. También España, con sus fallos y altibajos, es una gran y vieja nación. Y a pesar de las fuerzas centrífugas que quieren destruirla, la organización política española no es la de un Estado fallido. Por mucho que se empeñe una brigada de zapadores en minar sus cimientos. Pero como es patente la fatiga de sus materiales, el Estado necesita reforzar su sistema inmunológico. Solo un Estado sin aluminosis puede servir eficazmente a la nación.

Concluyo con otra advertencia de don José: “Cabría decir que un Estado es perfecto cuando, concediéndose a sí mismo el mínimo de ventaja imprescindible, contribuye a aumentar la vitalidad de las ciudadanos”. En una crisis nacional sin precedentes cercanos, los españoles hemos enfermado de anemia. ¿Le preocupa a Sánchez la vitalidad de sus súbditos? Me da que no mucho. Quizás su conducta sea un reflejo de la fotografía política tomada por el gran filósofo alemán Rüdiger Safranski: “El poder quiere más poder. Solo se hace consistente por la acumulación y el crecimiento. El poder vive de la usurpación y se alimenta del avasallamiento. El poder se convierte en una exigencia incesante”.

Los instintos no son rocas de granito. Forman parte de nuestra herencia biológica pero cambian y se adaptan a las exigencias de la cultura. Sánchez no tiene el monopolio de los bajos instintos. Él y otros políticos jóvenes, como Iglesias, Errejón y Rufián desprecian lo que llaman el “Régimen del 78”. Con ello satisfacen una necesidad “natural”. En el “Régimen del 78” participaron bastantes sabandijas, pero la mayoría de sus protagonistas sintieron la llamada de una “misión”. Lo que nos conduce a la famosa taxonomía de Max Weber: la política como “vocación” o la política como “profesión”. Sánchez y muchos otros profesionales de la política (de cualquier signo y aunque no renieguen expresamente del “espíritu del 78”) necesitan pasar por los gabinetes de belleza y las operaciones de cirugía estética para disimular su “falsa conciencia”. Sánchez es un tendero de la política (con todos mis respetos a los comercios de ultramarinos) que oculta sus triquiñuelas disfrazándose de arúspice de la “España de 2050”. Quien no ve lo que sucede en el patio de su casa juega a ser el Nostradamus del siglo XXI. Patético.

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