Luz de cruce 

La canonización de 'un tal González' (II)

El 6 de octubre salió a la venta en las librerías españolas 'Un tal González' Alfaguara), un “mix” literario con pretensiones de ensayo histórico del que es autor Sergio del Molino.

El expresidente del gobierno Felipe González dirigiendose al público en el acto organizado por el PSOE para conmemorar el 40 aniversario de la primera victoria del PSOE.
La canonización de 'un tal González' (II). 
Francisco J Olmo / CONTACTO vía Europa Press

1.- Los hechos

Todos los hechos narrados son ciertos, con las excepciones puntuales (y muy graves) que luego detallaré. El autor es veraz cuando dice: “`Un tal González´ se basa en un trabajo de estudio e investigación exhaustivo: he vaciado la abundante bibliografía sobre la época y el personaje (bibliografía, memorias de políticos, libros de crónicas, historiografía y ensayos académicos de politología, sociología y economía), he consultado hemerotecas y archivos (sobre todo, el de la Fundación Felipe González, he viajado a los escenarios históricos, en Francia y en España, y he conversado con decenas de testigos y protagonistas de aquellos años, incluido el propio Felipe González, que me han proporcionado impresiones y testimonios de primera mano que no pocas veces se contradicen entre sí, pues la memoria es frágil y está hecha de ficciones tanto o más que la literatura” (pág. 14).

Los orígenes familiares de Felipe, su paso por la universidad, el ejercicio de la profesión de abogado laboralista, su ingreso en el PSOE, los acontecimientos vividos en Toulouse, sede del partido en Francia, su batalla contra “los históricos”, el Congreso de Suresnes, el primer congreso del PSOE en la España posfranquista, la moción de censura contra Adolfo Suárez, la victoria apoteósica en las elecciones de octubre de 1982, la huelga sindical de diciembre de 1988… Todo responde a la realidad. Otra cosa es su interpretación, sobre todo -luego lo veremos-, la del contexto en el que el PSOE tomó la decisión de acabar con Adolfo Suárez mediante la interposición de una moción de censura. La moción se presentó en mayo de 1980.

Los errores fácticos son de menor cuantía. Tal es el caso del uso del gentilicio “vizcaíno” en referencia a Enrique Mújica (pág. 34), que en realidad era más donostiarra que la playa de La Concha. O la equivocación sobre el órgano político que en 1976 incluyó a Adolfo Suárez en la terna sometida al rey para designar al sustituto de Carlos Arias Navarro en la presidencia del Gobierno (que en ningún caso pudo ser el Consejo de Estado, como sostiene del Molino, sino el Consejo del Reino, pág. 141).

2.- Los juicios de valor personales

Mucho más graves son la impugnaciones ad hominem realizadas por del Molino, a diestra y siniestra del espacio político donde se movió como pez en el agua el joven Felipe González. Es demasiado manido el “truco arquimedeano” de hundir a una persona para, de forma indirecta pero automática, elevar al Olimpo a su rival. Este, desgraciadamente, es el modo de proceder de don Sergio.

La imprudencia de Sergio del Molino se ceba a destajo con la figura del socialista Luis Gómez Llorente: “…el pesado de Luis, famoso en el partido por alargar las reuniones de la dirección con apostillas, ruegos, preguntas y párrafos de letra pequeña en los que constaban minuciosamente sus desacuerdos (…) una mosca cojonera y fumadora…” (pág. 79). González: “…nunca ayudas, Gómez, es que nunca ayudas…” (pág. 84). “Con unas notas de rencor, sin ahorrarse reproches, [Felipe] aludió varias veces a la ética y a la moral. Era un disparo directo al corazón de quienes se sentían ideológicamente puros, los Castellano, lo Gómez Llorente, los Bustelo”. (pág. 134).

Como soy hijo adoptivo de Luis Gómez Llorente (1939-2013) -más en el papel de aprendiz de sus lecciones de filosofía que como seguidor de su línea política- me es imposible mirar para otro lado cuando hablan mal de Luis. Y vomito si alguien lo hace de manera ofensiva, injusta y bastarda. El Gómez Llorente ridículo y atrabiliario que pinta del Molino nunca existió. El perfil biográfico de Luis que dibuja el madrileño de corazón vacío es, sencillamente y dicho con lengua de plastilina para no acusar al autor de un delito de injurias, falso. La caricatura de Luis que dibuja don Sergio procede realmente del protagonista de su relato o de una fuente muy cercana a él porque “el natural” del dibujo intervino en una serie de reuniones privadas celebradas en pequeño comité cuyos miembros, en su mayor parte, ya habían desaparecido cuando don Sergio aprendía los rudimentos de su oficio.

Todos fueron protagonistas de la política española en un periodo -1976-1979- en el que don Sergio no había nacido o, en el mejor de los casos, chupaba los pezones de su mamá. La intención de este “novelista de no ficción” es una muestra suprema del referido “truco arquimedeano” que ensalza, a costa de otros, la visión, pragmática e instrumental, del político chino-sevillano que un buen día proclamó solemne: “gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones”, una caza que es el origen del populismo y la falta de ciudadanía democrática de los españoles contemporáneos. González ha prestado (espero que solo temporalmente) a su ayuda de cámara los colmillos abrasivos que hicieron de él en fecha muy temprana el gatazo que nunca ha dejado de ser. En un almuerzo segoviano datado en el verano de 1983, el gran Luis Gómez Llorente me confesó que, aún siendo su objetivo personal la toma pacífica del poder político, las urgencias precipitadas del PSOE de González de asaltar la Moncloa eran prematuras y le llevarían inevitablemente a realizar una política “transversal”, a la que afluiría un alud de oportunistas de ocasión. Una recua de indiferentes, cínicos y ambiciosos sin escrúpulos. Y no nombro a nadie porque mi padre adoptivo, a diferencia de Felipe, me enseñó que era una descortesía señalar a alguien con el dedo que sirve para hacer una peineta.

¿Qué significa la historia contemporánea para Sergio del Molino?

En la corriente molinista flota, de forma natural y sin necesidad de una ayudita adicional del SPD alemán, la moción de censura presentada por el PSOE en mayo de 1980 para desalojar a Adolfo Suárez de la presidencia del Gobierno, que el fino olfato retrospectivo de don Sergio –a la sazón un bebé de un añito- detecta con un fuerte aroma a “rearme moral del parlamentarismo” (pág. 143). He aquí el desmelene total del autor de “La piel”: “Si los disparos del teniente coronel Antonio Tejero la noche [sic] en que [sic] investía presidente al sucesor de Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, sólo [sic] rompieron la escayola de la bóveda, sin derrumbarla sobre la democracia, en parte fue porque esta tenía ya cimientos fuerte, fraguados en tardes como las de la moción de censura de mayo de 1980” (pág. 146). ¡Menos mal que solo fue “en parte”, admirado Sergio!

Tamaña majadería la desmintió implícitamente el propio Felipe González después del “Tejerazo” y de la convocatoria a elecciones realizada, el 27 de agosto de 1982, por Leopoldo Calvo-Sotelo (tan injustamente despreciado por Sergio del Molino), cuando afirmó que lo importante no era el partido ganador (el suyo, que acabaría arrasando en los comicios del 28 de octubre), sino la misma celebración de las elecciones legislativas, muy cuestionadas por “el ruido de sables”. Dicho esto, me callo. No sin antes invitar al autor de “Un tal González” a la lectura (o relectura con mayor provecho) de Javier Cercas –“Anatomía de un instante”-, con un detenimiento especial en el capítulo que el escritor extremeño de Gerona titula “la placenta del golpe”. Sobre la posición de Felipe y su moción de censura contra Suárez, véase, por todas, las págs. 62-66, y también las págs. 278 y 279 de “Anatomía de un instante” (“Debolsillo”, 2009).

También Sergio del Molino patina cuando mistifica la, según él, ausencia de participación del PSOE en uno de los golpes de Estado (el promovido por el general Armada) que confluyeron en el Congreso de los Diputados durante la tarde del 23 de febrero de 1981. Tras las elecciones del 28-O (la de los famosos 202 diputados del PSOE), “…Enrique Mújica rabiaba en su casa, sin creer que nadie lo llamase por teléfono para ofrecerle el ministerio que merecía”. “A Mújica le habría bastado […] leer la prensa para entender los motivos de su caída: durante la investigación del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 se descubrió que pocos días antes había almorzado en Lérida con el general Alfonso Armada, cerebro de la insurrección. Todo el complot le había pasado por la cara y no lo vio porque estaba ocupado chupando los caracoles que le servía el general. Un político que compadreaba con golpistas no podía dirigir el ejército. Felipe lo descartó en cuanto tuvo noticia de aquel almuerzo…” (pág. 165) tan “placentero”, en el sentido que le da al vocablo Javier Cercas. Increíble pero cierto (la negativa a reconocer la participación de Felipe en el proyecto de “golpe blando” de Armada y también la ingenuidad de don Sergio sobre los chismes interesados que halagan sus oídos inmaculados, bendita sea la Purísima Concepción). De nuevo reenvío a del Molino a “Anatomía de un instante” (pág. 281).

Además, sostiene del Molino que Felipe González tardó en ser valorado como el caballo ganador del posfranquismo por el SPD de Willy Brandt. Si en el certificado de nacimiento de Sergio del Molino figurara el año 1949 como el de su nacimiento, y treinta años después hubiera sido el enlace de la ejecutiva del PSOE con el exterior, reconocería –aunque ni siquiera es mencionado en su libro- que el verdadero héroe de la Transición española fue Dieter Koniecki, nombrado director de la Fundación Friedrich Ebert en Madrid tres años antes del nacimiento real del mayor hooligan de Felipe González.

En cualquier caso, le debo a Sergio del Molino y a su fantasía filipina que me hayan abierto el apetito para releer “Los reyes taumaturgos” y recordar a su autor, el inolvidable medievalista Marc Bloch.

Erotismo y seducción

Felipe, en las vísperas del referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, “…habló por la tele y por la radio e hizo que su voz llegase a todas partes, porque mucho más importante que lo que decía era cómo lo decía.” (pág. 225). A propósito de una reunión celebrada, el 8 de abril de 2019, en el domicilio del “Grupo Prisa” que contó con la asistencia de don Sergio y don Felipe, la pluma del primero escribe: “…me intimidaba aquel personaje” (pág. 262). Aunque nadie se lo había pedido, he aquí una confesión íntima del autor de “La España vacía”: “¿Por qué diablos, de pronto, quería caerle bien?” (pág. 263). Don Sergio, el de los misterios de Eleusis, es testigo de un fenómeno de histeria colectiva, como las apariciones marianas: “Esto tiene que ser magia, me dije, no es normal que tantos adultos hechos y derechos, la mayoría de los cuales lleva cuarenta años vistiendo traje y sentado a mesas de juntas como esta [la del “Grupo Prisa”], sufran la ilusión de agradar a un político retirado al que muchos no votaron y del que, en frío y en otros foros (?) no tendrán una opinión buena” (pág. 263). Ítem más: el carisma de González. Y, por encima de todo, el éxtasis místico de la unión con Dios: “Al lado de Felipe, quieres gustarle, es un efecto común que causan los grandes seductores. Sobre todo cuando no hay pantalla ni escenario que ponga distancia con los seducidos” (pág. 264).

El evangelista San Sergio no ha abandonado el terreno de la crítica histórica porque nunca ha entrado en él. Lo suyo es la fantasía, los juegos malabares y la imaginación frenética. Sufre visiones y alucinaciones rodeado por una niebla rasgada por un haz de luz divina y mitopoyética. Felipe bien vale una misa negra.

A la hora de rematar su libro, Sergio del Molino se pone otra vez estupendo (y sincero, para desgracia de su presunta objetividad): “…no es fácil narrar la historia con ecuanimidad cuando la propia historia toma café contigo y te cuenta chistes” (pág. 360). “Tal vez sea parte de su hechizo. No puedo negar que me afecta, pero de fondo hay una afinidad inefable en la que ambos nos reconocemos ciudadanos de un mismo país, más allá del pasaporte” (361).

Comprendo el ánimo militante del señor del Molino a la hora de defender y recoger el testigo de la Transición. Le honra esa pulsión a medio camino entre lo sentimental y lo político. Pero la verdad, sobre todo si se trata de la verdad de un político tan importante y tan vivo como Felipe González, exige unos instrumentos muy diferentes a las emociones personales y a la cercanía con la “prima donna” de un relato dirigido a la opinión pública. Concluyo citando a Félix Ovejero: “La conversación entre dos se da siempre a la altura del más tonto”.

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