Luz de cruce

“Los europeos” (una historia del primer capitalismo)

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“Los europeos” (una historia del primer capitalismo).
DPA vía Europa Press

El modo de producción capitalista es un concepto acuñado por Karl Marx. Para el filósofo de Tréveris, el capitalismo es el acelerador del proceso de desarrollo de las fuerzas productivas. Esas fuerzas materiales son instrumentos necesarios para lograr los resultados de la producción humana, como la tierra, el trabajo o la naturaleza en su conjunto (el aire, el agua, la electricidad…). La clave de bóveda de la organización que administra las fuerzas productivas para conseguir su eficacia, de la que se apropia la sociedad humana, es la ciencia. La ciencia nunca es un conocimiento ciego o neutro porque depende de las relaciones de unos hombres con otros.

El modo de producción capitalista, en su versión original, fue aceptado como un préstamo intelectual oportunamente reelaborado para sus propios fines por otras escuelas de pensamiento contrarias al materialismo histórico. Aunque las diferencias metodológicas eran notorias entre unas escuelas y otras, su afán común era destruir la roca viva del marxismo. Para algunos pensadores liberales, por ejemplo, el capitalismo (la propiedad privada de los medios de producción) es un sistema estrictamente económico, o casi. Sin embargo, para los primeros marxistas (anteriores a Lenin) el modo de producción capitalista constituía un sistema integral, un complejo dentro del que se relacionaban la economía, la cultura, las artes y la revolución tecnológica, todas ellas interdependientes.

Orlando Figes (Londres, 1959) es un historiador británico muy apreciado por su amplia obra académica sobre Rusia y otros países eslavos del centro y este de Europa. Los trabajos de Orlando son de una calidad extraordinaria y abarcan desde la revolución bolchevique de 1917 hasta nuestros días. Su aportación resulta imprescindible para comprender en toda su dimensión el Euromaidán (la revolución en Ucrania a finales de 2013, la guerra entre las distintas facciones del país del Don, la intervención rusa y la anexión unilateral de Crimea por Moscú). Desde la capital de Rusia a París, siempre fiel y enamorado de la musa Clío. En el año 2019, Figes cambió radicalmente de registro con la publicación de un ensayo, extraordinario por su calidad, que se lee casi como una novela sin perder por ello un ápice de rigor histórico. Su título lo dice casi todo: "Los europeos. Tres vidas y el nacimiento de la cultura cosmopolita" (edición española de Taurus, junio de 2020).

El “casi” es la falta de identificación en el título de las “tres vidas” que devanan el hilo conductor del que tira Orlando Figes para desarrollar su historia del capitalismo industrial. Un triángulo dibujado por el escritor ruso Iván Turguénev y el matrimonio franco-español formado por Louis y Pauline Viardot (nacida García). El aristócrata Iván Turguenev, poeta y novelista excepcional, viajero incansable por todos los caminos europeos, lanzó al estrellato occidental a la literatura de su país con Relatos de un cazador, publicados en 1847. Louis Viardot, veinte años mayor que su mujer, fue un notable escritor y periodista de sesgo radical-democrático, especialmente activo en su oposición al Segundo Imperio de Napoleón III. Pauline fue la prima donna de la ópera europea durante los decenios centrales del siglo XIX. Los tres fueron amigos íntimos y confidentes (y de “algo más” puede adjetivarse la “estrecha” relación que unía a Pauline con Iván, y viceversa).

Como verán enseguida, Figes no es un historiador materialista pero aprovecha los filones del humanismo marxista (el primer Marx), tan denostado –como el resto de la obra del profeta judío de la revolución proletaria- por demasiados charlatanes de feria, aunque lancen sus soflamas desde una cátedra universitaria. Orlando Figes refunda la tríada ruso-franco-española, que era de carne y hueso, en el símbolo dorado de los efectos desplegados por la Revolución Industrial.

El mercado, libre de trabas irracionales, es la estación terminus del desarrollo continuo de las fuerzas productivas. Las primeras embarcaciones de vapor (decenio de 1820), la inauguración del ferrocarril (decenio de 1840), las mejoras en la imprenta (la sustitución de los tipos móviles por la estereotipia) o la creación de la litografía (que poco después mandaría al desván a los viejos -y carísimos- grabados en planchas de cobre) establecieron los fundamentos de la sociedad cosmopolita (un fenómeno al que Figes, con su talento y erudición, da una gran vuelta de tuerca en relación con su concepto tradicional). 

El cosmopolitismo fue abriendo su abanico social al compás de las aplicaciones prácticas de la máquina de vapor y la aparición continua de innovaciones tecnológicas. Antes del siglo XIX, los cosmopolitas eran un grupo de elementos muy diversos pero reducido: los miembros de la nobleza, los altos funcionarios de la Monarquía Absoluta (pienso especialmente en los embajadores), los militares de los ejércitos imperiales (las guerras de religión son un imán para el mantenimiento de las relaciones internacionales). Incluso un estúpido conde español calificó a los soldados de leva como “turistas con macuto”. Después de la Revolución industrial, algunos izquierdistas de madera (la mayoría) creyeron que el cosmopolitismo era un monopolio de la burguesía, la segunda piel de los grandes industriales, los especuladores y los comerciantes fríos y crueles.

Ese planteamiento es demasiado rígido, reduccionista y esquemático. Gracias al primer capitalismo –a la revolución tecnológica que acompañó a su nacimiento y al ánimo de lucro que la hizo posible-, bajaron los costes de producción y distribución de libros y periódicos, se difundieron las partituras y los arreglos musicales de la Gran Ópera a precios asequibles que muchas familias populares pudieron disfrutar en el pequeño salón de sus casas modestas. Gracias al ferrocarril, los artesanos, los obreros y, sobre todo, las familias de clase media pudieron alejarse de sus localidades (algo impensable 50 años antes) y esas personas se bañaron por primera vez en el mar o veranearon en las montañas. Fue la epifanía del turismo popular. En Alemania, Francia o Gran Bretaña.

Eso y no otra cosa fue el dividendo que repartió la organización institucional del mercado. ¿El capitalismo como fuente de igualdad ciudadana? En absoluto. Sin embargo, su desarrollo en la primera mitad del siglo XIX proporcionó bienes y servicios hasta entonces inalcanzables para, como se decía en Gran Bretaña, “el público de un chelín”. Exhausta hoy la izquierda real por el agotamiento de su discurso, su relevo por la izquierda posmoderna del “giro lingüístico” se estrella una y otra vez contra el muro de sus lamentaciones y sus prejuicios, y se ciega voluntariamente para desconocer el pasado histórico. Pena, penita, pena. Porque todos debemos rastrear el tiempo pretérito para sacar de su interior las instrucciones, aunque no sean suficientes por sí mismas, para salir del laberinto social en el que, voluntariamente o no, estamos encerrados. Más trabajar y menos memorizar una fantasía, política, económica y social, que nunca existió. “Dejad que los muertos entierren a sus muertos” (K. Marx, La nueva gaceta renana).

En los últimos años de su vida y en estado de paranoia por la “sospecha” de que sus médicos judíos querían asesinarle, Stalin organizó una oleada de terror masivo contra los judíos de la Unión Soviética. El ilustre georgiano intoxicó a la opinión rusa, tradicionalmente antisemita, denunciando la “conjura” judía contra su persona y el comunismo, a la que, imitando a los zares, puso el nombre de “cosmopolitismo”. Stalin tenía razón. Después del Brexit, el judío Orlando Figes pidió y obtuvo la ciudadanía alemana. El artículo 116 de la Constitución de la República Federal otorga la nacionalidad alemana a los descendientes de los judíos germanos -¡qué bien suena!- privados de su ciudadanía por los nazis. Es el caso de la familia Figes. Es un símbolo muy hermoso de reconciliación y un reproche antinacionalista a los brexiters jingoístas de todo el planeta, juntos y revueltos en contra de la bella apuesta por el hombre que es el cosmopolitismo. Actualmente, Figes reside en Italia y es una guía de la ciencia histórica en todos los confines del globo.

Los europeos es un ensayo que hará época. Es un libro maravilloso. Contra el positivismo histórico y la fría lógica de los datos, Figes nos ha lanzado un reto epistemológico henchido de un talento audaz. Los europeos es una enmienda a la totalidad de la historia económica convencional. La economía no es una ciencia lúgubre. La historia no es un todo numantino, la historia no es nada sin el protagonismo de los matices.

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