Opinión

La pandemia en Oriente Próximo

Coronavirus, Egipto El Cairo
La pandemia en Oriente Próximo
EFE

En Oriente Medio nada es lo que parece. Lo ha demostrado, una vez más, la pandemia de la Covid-19. A primera vista, nadie hubiera apostado un céntimo por la salud de millones de personas hacinadas en grandes urbes, con unos niveles de higiene manifiestamente mejorables, unas bolsas enormes de miseria y unos sistemas públicos de salud que no pertenecen al mundo desarrollado. Pues no, los mayores destrozos de la Covid-19 han ido por derroteros muy distintos a la sanidad, como veremos enseguida. Esta afirmación no es incondicional, porque la información sobre la epidemia procede, en su mayor parte, de regímenes autoritarios. 

Los datos médicos

El país más castigado es Egipto (cien millones de habitantes en 2019, de los que la décima parte residen en El Cairo). La curva de la enfermedad sigue en aumento. De la cifra de fallecidos a comienzos de junio (735), el país del Nilo pasó, con fecha de 13 de junio, a lamentar la muerte de 1.422 personas y a tener más de 40.000 infectados. Los datos no son buenos, pero constituyen casi un grano de arena respecto a otros estados cercanos, aunque no pertenecen estrictamente a la región. A 15 de junio, la cifra de positivos en Irán era de 189.876, y el número de fallecidos por la Covid-19 estaba cerca de los 9.000. Turquía arrojaba, el 12 de junio, 175.218 infectados y 4.778 fallecidos. 

Pero no olvidemos la advertencia del párrafo anterior: todos los países citados son dictaduras 'estadísticas' (y algo peor) más o menos encubiertas, por lo que las cifras reales seguramente son mucho más altas que las oficiales que acabo de registrar. No obstante, en ningún país de la región la enfermedad ha hecho, ni de lejos, los estragos que han sufrido Europa, Estados Unidos y, ahora, Iberoamérica. Incluso a pesar del fuerte rebrote de los contagios que está causando la reapertura de las mezquitas (con excepción de la situadas en La Meca) en Arabia Saudí, Pakistán (Asia Central) y el antiguo país de los persas.

Se atribuye la (relativamente) baja tasa de letalidad a los siguientes factores:

a) La influencia positiva de un clima desértico. 

b) La inmunidad desarrollada por gran parte de la población después de la epidemia MERS 20/2-15.

c) La gran caída del turismo extranjero durante los últimos años, por la inestabilidad política y el terrorismo yihadista.

d) La detección, precoz y masiva, efectuada por los Estados prósperos de la región (Bahréin, Qatar y los Emiratos Árabes).

Los destrozos en la economía

Frente a la debilidad relativa de la pandemia en cuanto a la salud pública, la economía de Oriente Próximo se ha desplomado, en gran parte por causas exógenas. El parón de la actividad empresarial en los países desarrollados ha hundido las ventas del 'oro negro', la principal riqueza de la región (aunque en las últimas semanas han repuntado los precios del crudo). Oriente Medio ha sufrido indirectamente la gran expansión del virus en Europa y Estados Unidos y la clausura de la actividad económica durante las etapas más críticas de la epidemia. Igualmente, el cierre de las fronteras ha destruido el ya maltrecho sector turístico en Egipto y Jordania. Y, ya en el Magreb, Túnez y Marruecos, que han trazado un cordón sanitario frente al exterior, han renunciado provisionalmente al turismo, que constituye su principal industria.

Falta de cohesión interna

Los trastornos y desbarajustes que sufren los países de la región han quebrado su articulación interna, siempre más teórica que real. El valor tradicional (y muchas veces retórico) de la “umma” (comunidad islámica) ha sido pisoteado por la desbandada centrífuga de los Estados, que se están enfrentando individualmente a los graves problemas que padecen. ¿Los principales damnificados? Los palestinos, que ya no están en la agenda pública de ninguno de sus supuestos hermanos. Netanyahu ha encontrado un aliado internacional imprevisto en la Covid-19, en un momento en el que el 'premier' israelí y sus 'halcones', auxiliados por Donald Trump, amagan a los palestinos con la posible anexión de Cisjordania a Israel.

Geopolítica

Dos jefes militares de Israel, el Coronel Dan Gottlieb y el Teniente Coronel Mordechai Kedar pronosticaron, al extenderse los efectos de la Covid-19, una gran inestabilidad política en toda la región. En este capítulo, para su desgracia, el papel estelar debe ser asignado al Irán de los ayatolás, en su faceta interna y también respecto a sus ramificaciones en el exterior. Irán es en la actualidad una luna menguante.

La República Islámica emite síntomas de agotamiento. Está paralizada, además de por la cada vez más activa oposición doméstica, por las consecuencias sanitarias y económicas de la pandemia, así como por el asedio norteamericano y su látigo de acero en materia de sanciones. Algunas organizaciones pueden ser desestabilizadas por la presión 'ambiental'. En Siria acampan numerosas tropas de Irán para intervenir en la guerra civil iniciada en 2011, a favor del presidente Bashar al Assad. Al mismo tiempo, Damasco presta cobertura a los iraníes para amenazar con sus misiles de alta tecnología a Israel. Al oeste de Siria, los ayatolás están también activos en Líbano, por mano intermedia, con el mismo propósito de atacar el territorio que se extiende al sur del Golán. Opera en el país de los cedros a través de su organización hermana Hezbollah, su correa de transmisión en la zona y enemiga irreconciliable de Israel.

El Líbano no está lejos de una implosión social. Su economía no da señales de vida, Beirut no puede pagar su abultada deuda pública, su nivel de inflación es alto, lo mismo que el desempleo. En este caos nacional, al estado dentro del Estado que es Hezbollah le falta el preciado 'combustible' de Irán.

El destino de Libia es más incierto que nunca. La gran potencia regional que pretende ser Turquía, también 'tocada' por una grave recesión económica y continuas revueltas internas, ya no tendrá las manos tan libres como hasta ahora para inmiscuirse en el conflicto que opone a las dos fracciones armadas del país. Rusia es el cuarto actor en la tragedia que asola ese territorio de la ribera sur del Mediterráneo. Pese a los problemas internos de Turquía, por el momento el ejército turco sigue muy activo en medio de la guerra civil libia. A Erdogan no parece importarle mucho un enfrentamiento armado con Rusia, su contraparte en el avispero libio. 

En dicho contexto, Israel (si el fuerte rebrote actual del virus se lo permite) tiene tres bazas importantes que jugar, todas relacionadas entre sí. Por una parte, los israelíes podrían liquidar definitivamente las bases militares de Irán en Siria y acabar con la amenaza de los ayatolás al norte de su territorio. Recordemos que, a principios de este año, el general iraní Qasem Soleimani fue abatido por disparos norteamericanos en el aeropuerto de Bagdad. Y que, durante el primer semestre de 2020, la fuerza aérea israelí ha reforzado sus incursiones en Siria, matando a numerosas tropas de la Guardia Revolucionaria, incluidos varios jefes de alto rango.

Paradójicamente, Jerusalén podría contribuir a la estabilización del Líbano, a cambio de que el gobierno y las fuerzas armadas del país se desvinculen efectivamente de Hezbolla”. Y, “last but not least”, Israel, Egipto y Jordania deberían aprovechar la oportunidad para dar por concluida la 'paz fría' que mantienen los árabes y los judíos, y ceder el paso a unas relaciones diplomáticas y económicas mucho más estrechas. ¿Por qué no?

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