Opinión

Inversión pública y transición energética

Energía solar energía renovable
Inversión pública y transición energética. 
Liu Lei / Xinhua News / ContactoPhoto

Las consecuencias de la emergencia climática, cuyos efectos estamos sufriendo cada vez con mayor frecuencia e intensidad en forma de fenómenos atmosféricos extremos, y la, desgraciadamente, prolongada guerra de Ucrania, han provocado una unánime voz de alarma de todos los gobiernos sobre nuestro comportamiento energético poco responsable y sobre el riesgo de desabastecimiento. Así, se ha puesto en evidencia y se refuerza la necesidad de cambiar drásticamente nuestro modelo energético, erradicando los combustibles fósiles y apostando por nuevas inversiones que implanten y desarrollen el ahorro, la eficiencia y las renovables.

La transición energética exige acelerar el ritmo de nuevas inversiones, tanto en instalaciones con el objetivo de incrementar las renovables, para acometer y generalizar iniciativas de mejora de la eficiencia energética, como en la expansión de la digitalización y la promoción de la automatización de las infraestructuras que unen la generación con el consumo.

Estas inversiones, en la mayoría de los casos se deben analizar y llevar a cabo con un horizonte temporal de muy largo plazo, no solo porque son procesos intensivos en capital, sino también porque van a implicar riesgos o costes asociados que tendrán que sufragar las generaciones futuras, que ni participaron en la decisión ni esta se tomó pensando en sus intereses.

Seguir apostando por nuevas inversiones en iniciativas que no son sostenibles, como pueden ser el incremento de las infraestructuras actuales de gas, la puesta en marcha de instalaciones de carbón o la construcción de nuevas centrales nucleares, no es razonable si lo vemos con los ojos de quienes van a tener que pagar las consecuencias económicas y medioambientales de dichas decisiones. Por otro lado, no se puede confundir entre la necesidad de mantener en funcionamiento las centrales contaminantes actuales, motivada por la crisis de suministro energético, y acometer nuevas inversiones que cuando finalicen no serán necesarias si verdaderamente apostamos por un modelo de suministro energético sostenible.

Tampoco podemos olvidar la necesidad social para acometer, obligatoriamente, el desarrollo de algunas inversiones que faciliten el acceso a la energía y disminuyan la pobreza energética de las familias vulnerables, aunque estrictamente con criterios de economía financiera privada carecen de atractivo, porque el retorno puramente económico no tiene una visibilidad clara. No sería muy lógico que la cobertura de una necesidad básica se tratara exclusivamente desde el punto de vista de la oportunidad de negocio, entre otras razones porque los beneficiarios de las iniciativas a llevar a cabo no tienen recursos económicos para pagarlas.

Nos hemos acostumbrado, a pesar de estar viviendo un periodo de disponibilidad de financiación ajena abundante y a coste de dinero prácticamente cero, a que los criterios retributivos del capital estén bajo el prisma que dicta la tasa de descuento de los flujos de caja esperados con el fin de retribuir los fondos propios empleados, por encima de dos dígitos, una situación que difícilmente se puede compaginar si pensamos en el futuro o en la componente social.

El economista Nicholas Stern, autor del Informe Stern, publicado en 2006, reflejaba que para poder luchar contra el cambio climático debíamos avanzar en la consideración de inversiones sin perder de vista la componente intergeneracional o social y emplear tasas de descuento en torno al 1,4%, con el fin de que los sucesos futuros pudieran tener consideración en la adopción de decisiones en el presente. Es importante tener en cuenta que con las tasas de descuento que se utilizaban por la inversión privada, antes de la pandemia y del periodo en el que estamos de alta inflación, no estaríamos otorgando valor a nada que pueda suceder más allá de 15 años, porque la aportación de estos ingresos, descontados a fecha de inicio, es prácticamente cero.

Pensar en el largo plazo es contradictorio con el cortoplacismo inherente a la actualidad, sobre todo si esta se ve agravada por una inflación en torno al 10%, ya que conlleva el incremento de los tipos de interés y una mayor avidez de los inversores para obtener retornos económicos a corto plazo. Si algo define a un periodo de alta inflación es que el futuro deja de tener valor.

Por esta razón, y dado que no podemos ni debemos parar el proceso de transición energética que exige la puesta en marcha de nuevas y grandes inversiones, necesitamos que el Estado asuma un papel primordial y basal en su desarrollo. Es urgente que actúe creando un valor de futuro y considerando como inversión pública las instalaciones de eficiencia energética, de autoconsumo, de comunidades energéticas y la digitalización y modernización de las infraestructuras eléctricas. Es decir, estar presente la inversión pública en todo lo que produzca y regenere el valor social que se está dejando de lado por las iniciativas privadas o que no introducen criterios de inversión socialmente aceptables.

Tenemos la oportunidad histórica de utilizar los fondos Next Generation EU, que además soportarán las oportunidades que suponen la estrategia europea definida por el REPowerEU y por la Solar Strategy, para llevar a cabo aquellas inversiones que las iniciativas privadas no pueden acometer, bien porque necesitamos plasmar nuestro compromiso con el futuro para revertir la inacción en la cobertura de las necesidades de carácter social y en la desigual social creciente o porque, simplemente, existen un claro conflicto de interés en las empresas energéticas al tener que desarrollar inversiones que claramente ponen en peligro su negocio futuro.

Ahora, que estamos viendo que la ambición y la necesidad de adopción de decisiones son obligadas, no podemos seguir con los mismos parámetros en los que se basa una economía de carácter neoliberal en la que se antepone el rendimiento financiero de las inversiones a la necesidad y la idoneidad pensando en el futuro de estas.

Luchar contra el cambio climático desde una perspectiva de corto plazo, o sin considerar la componente intergeneracional, es dejar fuera del análisis de viabilidad el compromiso y el legado que como sociedad tenemos y que de forma meridiana refleja el proverbio “no heredamos la tierra de nuestros antepasados, la tomamos prestada de nuestros hijos”.

Mostrar comentarios