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Ayuso vs. Sánchez... ¿Quién manejará mejor la 'ilusión financiera' en 2023?

Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez se saludan durante su comparecencia conjunta
Ayuso vs. Sánchez: ¿Quién manejará mejor la 'ilusión financiera' en 2023?
EFE

Una de las reflexiones de la primera entrevista que tuve el privilegio de hacer al vicepresidente de una multinacional hace poco más de tres décadas me dejó mucho tiempo pensando. En la España de la crisis de los primeros noventa, con la inflación por las nubes, la peseta devaluada, un paro devastador y los tipos de interés en dos dígitos, aquel directivo me inquirió: “¿Sabe usted la inflación que genera en este país el mal estado de las carreteras y la falta de infraestructuras?”. Los empresarios de entonces lo sabían bien, por los costes que sufrían para colocar sus productos en el mercado y el incremento artificial de precios que suponía. Luego llegaron los fondos estructurales europeos, las autovías, el AVE y la T-4, y ahora se puede viajar de un punto a otro de España con más facilidad y seguridad, a buen precio, sin generar costes de más para los bolsillos de la gente… hasta 2023. Las vueltas que da la vida: treinta años después de aquella reflexión, no va a generar inflación la falta de carreteras dignas, como antaño, sino el exceso de radiales y lo elevado de su conservación, que nos obligará a pagar a todos por cada kilómetro que hagamos en unas autovías que se han hecho con nuestros impuestos, es decir, que también las hemos tenido que pagar antes. Es como el Impuesto del Patrimonio, que pagas cuando lo consigues después de una vida de sacrificios y trabajo duro, y luego cada año solo por haberlo logrado. 

Patrimonio, Sucesiones, impuestos indirectos, peaje en las carreteras, fiscalidad verde, tasas Tobin y Google, bonificaciones fiscales del IRPF y Sociedades… todo tamizado por la demagogia política de quien no sabe de lo que habla y la excusa europea que todo lo justifica, nos llevan a resucitar la teoría del hacendista italiano Amilcare Puviani sobre la ‘ilusión financiera’, en una versión moderna que consistiría en hacer ver a todos los ciudadanos que pagar impuestos sin rechistar es bueno porque todos vamos a vivir mejor, aunque la diferencia entre rentas altas y bajas siga siendo infranqueable. 

Hasta que llegue el primer trimestre de 2023, que es cuando el Gobierno se ha marcado la fecha para el boom impositivo, nos quedan dos años de discusiones sobre el impacto de cada una de las subidas fiscales encubiertas bajo los conceptos de la transición ecológica, la digitalización y la brecha de género que van a generar lo mismo que las carreteras llenas de baches de hace treinta años: más costes para las empresas, precios más altos, inflación y gasto público. Todo tapado por unos tipos de interés que seguirán bajos, por ahora, por la compra garantizada de deuda del Banco Central Europeo (¡bendito sea!), que evita que explote el coste de la deuda y nos salva de la debacle, y una lluvia de millones de ayudas europeas que van a generar crecimiento aunque no se quiera.

Nos quedan 24 meses de discusión política y social, en la que el PSOE se debe reponer del alcance nacional del varapalo de Madrid y el PP no va a parar de atacar a los flancos más débiles del sanchismo -léase Tezanos, Marlaska, Maroto- a la vista de que una reordenación, aunque sea dentro de cuatro o cinco meses, va a ser más que necesaria en las filas socialistas. Si va a caer pieza, habrá que apuntarse el tanto como sea. Eso lo tienen claro en las filas del PP, que cuentan además con que su nueva experta en ‘ilusión financiera y sanitaria’, Isabel Díaz Ayuso, también tiene dos años para convocar elecciones, como Sánchez, con lo que nos espera una larga campaña electoral velada y conjunta en la que es mejor no pensar por el momento por pura salud mental. Eso sí, hasta ahora, en el manejo de datos a conveniencia para justificar que ‘vivir a la madrileña’ es lo que necesitaban los votantes, hartos de las limitaciones de la Covid y de homilías oficiales sobre lo que nos conviene o no hacer, ha sido Ayuso la que ha arrasado a los estrategas de Moncloa, aunque no se haya leído los viejos análisis de Puviani.

Puestos a plantear una reforma fiscal sangrante en año electoral -por poco creíble que parezca la fecha-, obligará al Gobierno de coalición de izquierdas a poner sobre la mesa una serie de logros financieros creíbles e ilusionantes que estén más acordes con el sentir social que los que hasta ahora ha puesto. Lo de eliminar la bonificación de la declaración conjunta de la Renta por una cuestión de brecha de género no tiene nombre, aunque sea un proceso a 20 años vista. Y lo de subir los impuestos solo a los ricos, no se lo cree nadie ya, mucho menos a medida que veamos como la fiscalidad verde o la penalización del diésel demoniza a la mitad de la población por contaminantes, que además deberán pagar por usar las autovías públicas.

De lo contrario, todo será ‘ilusión financiera’, la que manejan mejor los populistas para llevarse los votos, como ha quedado claro en Madrid. Los expertos la definen como "un falseamiento de la realidad financiera que puede operar a través de procedimientos muy diversos, como el recurrir la deuda pública en vez de a los tributos, a los impuestos indirectos más que a los directos, a los gastos fiscales en lugar de a las subvenciones nominativas, la redacción de la normativa presupuestaria con una sintaxis ininteligible o confusa, la manipulación de los medios de comunicación, etc. Una miopía de la realidad que provoca indiferencia o resignación en la ciudadanía y que es inducida, precisamente, por quienes se benefician de ese comportamiento ‒ya que les permite continuar aprovechándose de la situación–". ¿De verdad que no suena todo eso a la más rabiosa actualidad?

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