OPINION

Cuando se resuelvan los pactos políticos ya habrá llegado otra crisis

Nadia Calviño bolo
Nadia Calviño bolo
EFE

Mientras los políticos electos en nuestro país se devanan los sesos para ver que combinación es la más enrevesada para quitar de en medio al contrario, la economía sigue su curso y las amenazas sobre el crecimiento en España y en la UE son cada día más palpables. El Banco de España ha leído esta semana la ‘cartilla’ a una clase política borracha de poder tras las elecciones, con un informe en el que junto a las medidas concretas y llamativas sobre pensiones o alquileres, deja ver una situación mundial que corrobora lo que muchos ya han advertido: de la misma manera que España ha logrado superar la crisis con un tremendo esfuerzo de sus empresas en salir fuera a vender a vida o muerte, va a ser la tormenta perfecta que se prepara sobre ese mismo sector exterior para el próximo invierno lo que puede hundir de nuevo los soportes del crecimiento y volver a la caída de las ventas y los ajustes de empleo.

El Banco de España corrobora lo que algunos economistas ya califican como una situación única en la historia económica reciente de nuestro país: la actividad económica se sustenta en unas empresas que han sabido producir con valor añadido y entrar en un mercado global a buscar los ingresos que necesitaban para salir del endeudamiento en que estaban sumidas. El mismo camino doloroso han seguido las familias, tras un tsunami inmobiliario que primero les encumbró como nuevos ricos y después les destrozó el patrimonio y las cuentas corrientes, con el paro y los salarios ínfimos como espada de Damocles. Y como colofón, los bancos, que daban vida a unos y otros con sus créditos, primero, y la puntilla con el cierre de grifo, después, también han ido saliendo del fango del ‘ladrillo’ que heredaron y se han hecho un lifting financiero brutal, con el soporte del Banco Central Europeo a base de tipos bajos y recompra de deuda.

Pero como la economía fluye y no para, todo eso es ya pasado y la única manera que existe de evitar que vuelva a azotarnos es saber verlo venir (cosa que no hicimos en 2008), aunque ahora la ministra Calviño y su Autoridad Macroprudencial vigilan de cerca los riesgos de los que nos hablaba esta semana el Banco de España, y que vienen sobre todo del sector exterior. A golpe de tuit y de aranceles contra China y contra el mundo, Donald Trump ha logrado ya que se resientan los índices de impagados del comercio exterior mundial de su propio país, y del resto de las grandes zonas económicas mundiales. Los expertos en riesgo económico internacional ya han advertido que el caos del Brexit británico y la descontrolada política italiana han hecho que, de una tasa de impagos de apenas centésimas en las relaciones comerciales de esos países con su entorno, se camine ya cerca del punto en algunos casos, un dato que parece poca cosa, pero que aplicado a los cientos de miles de millones del comercio exterior en la UE supone multiplicar por más de diez su riesgo internacional en apenas tres años y es un indicio muy claro de que vienen nubarrones. Alemania ha salvado por muy poco la recesión, pero la pelea arancelaria y ecológica que pesa sobre su sector del automóvil no va a frenarse y el comercio exterior, base de su poder económico, también se ha resentido.

Son hechos que no deben pasar desapercibidos en España, sobre todo porque se están cebando en nuestra principal clientela exterior y, más pronto que tarde, dejarán su huella en actividades industriales básicas, como el propio automóvil, la máquina-herramienta y hasta el turismo. De hecho, hace tiempo que el sector exterior ya no hace una aportación positiva al PIB español y la necesidad que la economía tiene de que entre financiación externa pueden complicar mucho las cosas para que las empresas españolas puedan seguir siendo la que sustenten el crecimiento y la actividad. El sector público, a merced de las guerras políticas y la languidez económica del verano, va a dar el año casi por perdido, por lo que poco se puede confiar en grandes planes de inversión, máxime sin haber sabido todavía reducir el déficit como se debiera y la deuda en cerca del 100% del PIB. Al contrario, todo apunta a una subida de impuestos que, a costa de financiar políticas de justicia social, puede retraer aún más la actividad económica, en un escenario a final de año en el que la subida de tipos del BCE, ahora congelada, parece inevitable.

En este contexto, es lógico que la ministra Calviño, bien conocedora de lo que se cuece en Bruselas y en el devenir económico de los socios comunitarios, dejará bien claro que hablar ahora de revanchas política como la derogación de la reforma laboral, es perder un tiempo precioso que no tenemos para poner en marcha las reformas básicas para afrontar lo que se nos viene encima. El Banco de España le daba la razón en su informe anual, al reclamar “reformas que incrementen el crecimiento potencial, sin revertir las ya existentes”. Siempre será mejor sentar las bases de un nuevo Estatuto de los Trabajadores que garantice más calidad al empleo, que perderse en guerras pasadas más a modo de venganza sindical más que otra cosa.

Si no podemos evitar que Trump ponga tuits ni ser determinantes en la guerra comercial con China, preparemos las cosas a nivel interno para que la gente sufra lo menos posible por una caída de la demanda y el consumo importada del exterior, que va a ser inevitable. Y eso supone atajar tanto problemas macroeconómicos y europeos, como la reducción del déficit o la armonización fiscal y financiera en la UE, como mucho más domésticos, como el descontrol de los precios alquiler, la reforma de las pensiones, la precariedad del empleo o un modelo educativo mejor orientado a lo que necesita el país, en lugar de perdernos con los pactos políticos, las coaliciones de gobierno y el conflicto catalán.

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