OPINION

Una desescalada por autonomías: se abre el medallero político del virus

Pedro Sánchez y Pablo Casado, durante su reunión en Moncloa
Pedro Sánchez y Pablo Casado, durante su reunión en Moncloa
EUROPA PRESS

El tristemente famoso ‘desescalaje’ que se avecina y que permitirá suavizar poco a poco el confinamiento al que toda la sociedad española esta sometida no ha empezado por el buen camino. Las dudas sobre la eficacia y el control de los datos y las decisiones del mando único de la crisis y su corte de expertos, han abierto una grieta muy peligrosa por la que se puede introducir la avaricia política de unos y otros, en busca de las medallas de ser los primeros en abrir las puertas de las casas e inaugurar el nuevo orden social, algo que puede dar al traste con todo lo conseguido hasta ahora en la lucha contra el virus. Corremos un riesgo similar al de la buena reputación, que se tarda años en conseguir y se puede evaporar en minutos, todo por tener un momento de gloria en el que echar algo en cara al Gobierno a la oposición o a cualquier contrincante político y quedar como el (falso) modesto salvador de la pandemia.

Desde el mundo nacionalista e independentista de comunidades como Cataluña o el País Vasco ya se han lanzado advertencias serias a Sánchez sobre la opción de hacer por su cuenta y riesgo la apertura de comercios, la salida controlada de los menores, la necesidad de hacer deporte o la vuelta gradual a la actividad, sin tener en cuenta que todavía estamos en un estado de alarma (hasta el 9 de mayo) sin el cual no se podría haber doblado la curva de la pandemia, que obliga a que todo se haga de forma coordinada y, mal que les pese, centralizada. Es cierto que el Gobierno ha demostrado, aunque sea por pura necesidad e incapacidad, que poco puede hacer sin la colaboración de las comunidades autónomas para casi todo, y ya ha reconocido que la desescalada tendrá que ser asimétrica, no solo por autonomías, sino a todos los niveles. Pero esa opción no justifica el afán político del Torra de turno se pretenda erigir en el ‘salvador’ de los todos los suyos, después de una gestión de la crisis más centrada en combatir el centralismo de la España que nos roba, que de colaborar en una salida conjunta para todos. Es evidente que la pandemia no es igual en todos los puntos de España, pero abrir la puerta a que cada político se pueda poner la medalla que busca en ese proceso, es muy peligroso, sobre todo cuando el virus todavía sigue dejando medio millar de muertos en España.

A una semana de iniciar la recta final del confinamiento, aunque se mantenga el estado de alarma (como es lógico y necesario todavía), resulta que el riesgo al que nos enfrentamos ahora son los ‘desescalajes’ a varias velocidades, según las necesidades de colgarse medallas que tengan tanto el Gobierno central, como los autonómicos o los locales. Es más, puede que la incapacidad para contar datos o para comprar EPIs que ha demostrado el Ministerio de Sanidad con Illa a la cabeza, haga que éste sea el primero que se olvide de que el proceso debe ser ordenado y controlado -"cauteloso y progresivo", en palabras de Sánchez- y el hecho de que se haga de esa manera no sirva de excusa 'tapavergüenzas' cuando vengan mal dadas, como ha ocurrido ya.

Esa tentación de dejar todo en manos autonómicas bajo un paraguas central poco definido, que es el escenario de salida que se maneja, puede ser la puntilla para el Ejecutivo en un balance de gestión de la crisis que, antes de cerrarse, hace aguas por demasiados sitios. No es solo una cuestión de que cada comunidad hace con los datos que envía sobre muertos y contagios lo que le da la gana, es que la población está todavía a favor de mantener las medidas duras y nunca perdonaría un desescalaje demasiado apresurado y al albur de los intereses políticos partidistas (recordemos que hay elecciones pendientes en País Vasco y Cataluña, y puede que haya más cuando todo el virus se diluya). Eso es algo que se ve en todas las encuestas que se han hecho, incluido el traje a medida de Tezanos al Gobierno en la del CIS. 

El problema que tenemos a estas alturas de la crisis es que, salvo honrosas excepciones como la del alcalde de Madrid y algunos ediles más como él, los políticos españoles, sean del signo que sean, no tienen nada que echarse en cara unos a otros. No es que el “y tu más” sea una lacra dialéctica para evitar el debate constructivo e insultar a la inteligencia de la gente, es que desde Madrid a toda la periferia del territorio nacional, eso es lo único que se saben hacer la mayor parte de ellos.

Sánchez no hace más que hablar de unidad, pero eso es lo que menos se ve en el día a día. El PP teme y ve cada vez más cerca un paseo triunfal de Sánchez y su equipo de propaganda en la recta final de la crisis; Torra sigue como empezó, intentando aprovechar el momento para demostrar la insensatez de que Cataluña se cuida sola; Urkullu, siempre ambigüo y más sutil, pero con el mismo objetivo y las urnas a la vista; y comunidades como Murcia, Madrid o las dos Castillas dando palos de ciego y amagos sobre desescalaje, y aprovechando cualquier resquicio para entorpecer, sin entender que no es a Sánchez a quien hacen daño, sino a todos los españoles, que toman nota desde sus casas ahora con más tiempo que nunca.

Pensar que con este plantel se puede llegar a un acuerdo de reconstrucción, que supone siempre que todo el mundo tiene que ceder en algo para que avance el conjunto, es un ejercicio que, por ahora, solo se le ocurriría 'al que asó la manteca', que por más empeño que le ponía siempre se quedaba sin nada que comer y sin nada que ofrecer. 

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