OPINION

El éxito del turismo más allá de un dato ‘sospechoso’

Un somero repaso a los datos sobre el sector turístico que se acaban de publicar delata algunas incógnitas que no terminan de resolverse en el sector, por más que sea uno de los más avanzados e innovadores de la economía española. Todo el mundo considera un gran éxito que se haya cerrado el año pasado con casi 82 millones de turistas extranjeros, un notable crecimiento del 9%. Pero tan rotundo hito histórico no deja de ser sospechoso: es nada menos que un 40% más que hace apenas cinco años o, lo que es lo mismo, a España ha llegado la friolera de 24 millones de turistas más que en 2012, una progresión que no es normal en los últimos ejercicios (es el doble que en 1998). La explicación la centran los diferentes expertos, lobbies del sector y organismos internacionales en que esas cifras tienen entre 10 y 14 millones de turistas extranjeros “de prestado”, que llegan a nuestro país porque es más seguro que los destinos emergentes del norte de África y el Mediterráneo oriental (Egipto, Túnez y Turquía, principalmente). Siempre se ha dicho.

En una tesitura de crecimiento así, cabe preguntarse si habrá tocado techo el turismo español, o seremos capaces este año de ir a más todavía, pase lo que pase. Lamentablemente, eso va a ser algo de lo que muy poca gente se preocupe, porque el turismo no deja de ser la gallina de los huevos de oro en España (11,1% del PIB y 13% del empleo). Han venido más turistas que, además, se han gastado más dinero, y su efecto económico se derrama sobre muchos otros ámbitos del sector servicios, de forma que en muchos casos puede llegar al doble de lo que marcan los datos oficiales. Uno de los ‘mantras’ de este año en Fitur ha sido que por cada euro que un turista extranjero se gastaba en España, en nuestra economía se generaban casi dos (1,96).

Nadie duda del pilar económico del turismo en la economía española, pero lo que no debe ocurrir es que un espejismo en los datos nos haga perder el norte de una industria que siempre ha estado muy pendiente de su mejora. Si se dejan a un lado las cifras cegadoras, se podrán poner sobre la mesa con más claridad los problemas de futuro que acucian al sector. Cuando la llegada de turistas estaba en el entorno de los 50-60 millones (en la década 2003 y 2013), la cuestión a debatir en los foros turísticos se centraba en mejorar la oferta en calidad y precio, diversificar el monoproducto de sol y playa (más del 80%) y abrirse al mundo de la cultura, el turismo local y el turismo rural, con nuevos paquetes más atractivos para un turista que evoluciona deprisa de la mano de internet. Todo eso ha ido tan rápido que ya se da por superado, y la innovación parte de que un 45% de la oferta se gestiona a través de internet y hay que aprovechar las ventajas que dan las nuevas tecnologías para ofrecer valor añadido real que puedan comprobar unos clientes cada día más informados y exigentes.

Hasta ahí y mientras todo se mueva en términos economicistas de producción y costes, la innovación está clara y el sector seguro que tiene el tiempo y el dinero suficientes como para posicionarse bien frente a la competencia que llegue de cualquier otro destino, y para quedarse con una buena parte de los turistas que se supone que son prestados. Pero quedan otros vectores a tratar en los que a lo económico se une una vertiente social y que pueden hacer saltar las costuras del sector turístico español, por puro exceso de éxito.

El primero de ellos es el de la sostenibilidad. Llevamos años hablando de la necesidad de que la vorágine turística no maltrate las costas ni convierta en guetos vacacionales sus pequeños municipios. Es un problema con doble vertiente: por un lado, la puramente medioambiental, lógica y que se va a convertir cada vez más en un dato a valorar por el cliente joven, más concienciado socialmente, que viaja todo el año y desecha opciones que no respetan el entorno o nos son capaces de salir de lo monótono. Y por otro lado, la sostenibilidad es clave en las grandes ciudades y el turismo urbano. El respeto a los residentes y a la vida cotidiana en ciudades que reciben millones de turistas cada año, se está convirtiendo cada vez más en un clamor, cuyo resultado más pernicioso es la turismofobia. Se puede ordenar el turismo urbano sin matarlo y que sea algo bueno para todos, sobre todo si se deja de ver como un éxito político local o puro negocio generador de ‘cash’, y se aprovecha como un motor económico cuyos beneficios reviertan en propiciar un desarrollo urbano inteligente y valorado por todos los que sufren, viven y disfrutan las grandes ciudades. Menos tasas y más inversión.

El segundo gran punto de avance socioeconómico, muy relacionado con el anterior y que también afecta a la convivencia, es el control del negocio de la vivienda turística paralela que se ha generalizado en España al albur de las nuevas tecnologías y la economía colaborativa. De nuevo aquí la realidad va por delante del ordenamiento jurídico y las miles de ofertas que hay para pernoctar (con casi ocupación plena en en el alojamiento reglado) necesitan un control que vaya más allá del enfrentamiento entre políticos locales y autonómicos para ver quien se pone la medalla o quien se come la patata caliente, según los casos.

Y un tercer pilar importante que demostraría un grado de compromiso social del sector turístico de gran impacto en la actualidad, sería lograr una mejora real en todo lo relacionado con el empleo y los salarios en hoteles, operadores, hostelería, servicios, etc. Estamos en plena recuperación económica y con las miras puestas en una subida de las rentas salariales que ha pedido hasta el Gobierno. Sería un impulso tremendo ver como el sector que es acusado siempre de tener mas sueldos y empleos en precario, da el primer paso adelante para garantizar una mejora de la calidad en su base de trabajadores (temporales, fijos, a tiempo parcial, etc…) que sirva de ejemplo y sea reconocida por toda la sociedad. El respeto a la legalidad y una mejora real del empleo en el sector turístico puede ser muy complementaria a todos los avances que hay que hacer en sostenibilidad y en economía colaborativa, y una acicate que permitiría que el avance de uno de los fundamentos de la economía española sea algo más que el éxito de un dato puntual sospechoso.

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