OPINION

El futuro de las pensiones pasa por sacar el Pacto de Toledo del fango político

El rifirrafe entre PP y Ciudadanos por ponerse la medalla de las rebajas del IRPF prometidas para jubilados y rentas bajas, dentro del paquete de los Presupuestos para el año que viene, ha abierto una puerta a la parálisis legislativa que va a caracterizar esta legislatura, pero ha dejado caer unos síntomas muy preocupantes sobre el futuro de las pensiones. El mero hecho de que el presidente del Gobierno convocara un pleno monográfico, solo para advertir que cualquier reforma de las pensiones se debería supeditar al cambio de cromos político para aprobar el Presupuesto, echa por tierra la validez del Pacto de Toledo, creado hace más de dos décadas precisamente para sacar de ese juego peligroso el futuro de la jubilación

“Hasta hace dos meses, ni Montoro ni Rajoy querían oír hablar de tocar las pensiones ni el IRPF ni nada, pero la calle y las presiones políticas les han obligado a ello”, comentaba esta misma semana fuera de micrófono uno de los negociadores directos de las reformas fiscales que se han anunciado. Aparte de la sensación de improvisación política que generan este tipo de afirmaciones, lo que evidencia el momento político que vivimos es que salir a la calle con reivindicaciones justas (mujeres, jubilados, profesores, funcionarios, policías y guardia civiles…) tiene su resultado y el juego político precario en el que se mueve el Gobierno permite llegar a cambios tangibles. Una versión eufemística amable lo calificaría como gobernar a golpe de pacto, aunque la realidad sea aquello de que “a la fuerza ahorcan”.

Pero esta tendencia a restregar por el barro político algo tan importante como la reforma del modelo de reparto de las pensiones que tantos años de cotización y sacrificio han costado, es un juego muy peligroso. El Pacto de Toledo empezó con 15 recomendaciones, algunas de ellas muy útiles, y ahora ya son 22, pero con una situación enquistada que no augura nada bueno. Tampoco se ha sabido salir por el momento de cuestiones como el aumento en la edad de jubilación, el cambio en la fórmula de cálculo de las pensiones en menos años, para que se acorte su importe, o el planteamiento de traspasos de gasto que ahora se carga en la Seguridad Social (vía cotizaciones) a los Presupuestos (vía impuestos).

Revisar la fórmula de cálculo de las pensiones está muy bien, pero nadie se atreve a decir cómo ni cuánto. Es la mera aplicación de un coeficiente de actualización por el aumento lógico de la esperanza de vida, que debe entrar en vigor en enero del año que viene (establecido en su día sin el consenso político que exige el Pacto) y ya se han desatado todas las alarmas por el recorte que puede suponer a futuro, hasta el punto de que hay quien postula ya que unas pertinentes protestas en la calle pueden hacer que la decisión se eche para atrás el próximo verano. Por si acaso, miles de funcionarios han adelantado su jubilación en lo posible para evitar el recorte de enero próximo.

De una forma o de otra, la política ha lanzado un tema tan trascendental como las pensiones a la visión cortoplacista del momento político precario que se vive, más que a tratarlo como lo que es, un tema trascendental para el futuro de una sociedad inmersa en una serie de cambios sociales que, en muy poco tiempo van a dar al traste con cualquier parche que se plantee. La mera observación de las nuevas generaciones advierte que ya no se termina de estudiar y se empieza a trabajar (y cotizar), como antes. Los valores, las pretensiones profesionales, la situación familiar, la convivencia con la tecnología, el trabajo colaborativo (y sus supuestos derechos sociales) o la simple visión del mundo desde una base de progreso mayor que tienen las nuevas generaciones, obligan a que los planteamientos que se analicen en instituciones como el Pacto de Toledo se olviden de la miseria del momento político y vayan más allá de lo cotidiano. De lo contrario, todo será un cúmulo de improvisación política y pasos en falso, hasta el momento en que a la hora de cobrar una pensión por la que hemos cotizado toda una vida no haya de donde tirar.

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