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¿Habría sido mejor para todos fusionar Caixa y Bankia hace nueve años?

Fotografía de Luis de Guindos con Rodrigo Rato / EFE
¿Habría sido mejor para todos fusionar Caixa y Bankia hace nueve años?.
EFE

Es curioso recordar ahora aquellas palabras de Pedro Sánchez cuando presentó su ‘Manual de Resistencia’ y en una entrevista con mercedes Milá soltó aquello de “los empresarios, a la empresa; y los políticos, a la política”. Habría que preguntarse ahora que parte de esas dos que tan bien diferenciaba el presidente ha primado a la hora de ponerle la alfombra roja a la fusión de Bankia y Caixabank. A falta de conocer los detalles de la ecuación de canje y la letra pequeña de la operación, la justificación económica de la fusión es inapelable, de la misma manera que ya lo era hace nueve años, cuando los entonces responsables de la entidad madrileña y la catalana, Rodrigo Rato e Isidre Faine, la pusieron sobre la mesa.

De una forma o de otra, la integración de ambas entidades ha estado ‘in mente’ de ambas partes desde hace casi una década, varada más por las conspiraciones políticas palaciegas de Madrid y Barcelona, que por razones financieras o de mercado. Ni Artur Más, líder de la burguesía catalana en aquel entonces, ni Esperanza Aguirre, la ‘jefa’ de la comunidad capitalina y aliada de Rajoy, veían con buenos ojos la pérdida de poder económico y político que para sus intereses particulares podía suponer una unión de las dos cajas. Se podían repartir las presidencias por turnos entre Rato y Fainé, como habían previsto, pero no se podía duplicar la sede ni establecerla por temporadas, de forma que aquel proyecto empresarial sucumbió ante las conspiraciones de Palacio, en plena crisis financiera mundial, y dio paso al calvario judicial que está pasando el exvicepresidente económico del Gobierno del PP. También es curioso ver como el flamante vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, mueve ahora los hilos para que los pretendientes se ‘casen’, cuando hace nueve años, como ministro de Economía de Rajoy, no veía con tan buenos ojos que su ‘amigo’ Rato lo hiciera.

El cuento ha cambiado radicalmente. Pedro Sánchez y Nadia Calviño han dejado las conspiraciones políticas de lado para anunciar una fusión cantada, mascada y bendecida, a sabiendas incluso de la rabieta que iban a coger sus socios de Gobierno ‘podemitas’, ávidos de tener una banca pública para su revolución social y que todavía creen en el cuento de que la banca va a devolver las ayudas que en su día le dio el erario público para evitar una masacre financiera mayor de la que se produjo en la llamada ‘Gran Crisis’.

Cuando la fusión se lleve a cabo y aunque se conserve la denominación catalana para la nueva entidad (que está por ver), Sánchez habrá logrado lo que Rato no pudo hacer: convertir al ‘nacionalismo español’ una de las vacas sagradas del catalanismo burgués. Un banco con el negocio centrado en las dos principales capitales españolas (la cuarta parte de la población de todo el país), junto con Valencia y Levante, que ya no será una entidad catalana vinculada al ámbito nacionalista, sino la primera enseña bancaria del país. Todo ello después de que la convulsión independentista del ‘procés’ dejase muy claro a los responsables de la entidad barcelonesa lo poco rentable que es mezclar la pasión política radicalizada con los negocios. Con la sede fuera de Cataluña y el anclaje capitalino, ya no se irán los fondos ni los clientes en masa a la comunidad de al lado cuando vean quemar contenedores de forma absurda en las calles de la suya.

Se puede decir que ahora encajan a la perfección todas las piezas básicas para que las dos partes se unan, con la ventaja para Caixa de que su eterna rival vale ahora mucho menos (en proporción) de lo que valía hace nueve años. Tampoco hay reticencias por quien la va a presidir, más allá de los quejidos absurdos de alguna formación política catalana nacionalistas anclada en el siglo pasado. Y no nos engañemos, el 15% de la nueva entidad tiene mucho más potencial económico que el 62% del banco madrileño en solitario. Desde el lado puramente económico queda por resolver el fleco de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), que dirige la abogada Cani Fernández, sobre el exceso de oficinas y la situación de dominio que puede darse en Baleares y algunas zonas del Mediterráneo, pero eso es un proceso de adelgazamiento lógico que ambas partes ya tenían iniciado (les sobran más de 2.000 oficinas) y cualquier arenga que ahora les llegue, bajo la vigilancia de Moncloa, será bienvenida, porque servirá para justificar un ajuste que hay que hacer sí o sí, y que se puede camuflar con bajas incentivadas y prejubilaciones, como siempre se ha hecho en ese sector.

Tal vez sea más compleja de manejar la papeleta política que tiene sobre la mesa Sánchez, tanto de cara a Cataluña como al resto del país. En el caso catalán, con este golpe maestro, que firmaría cualquier formación de la derecha española, ha demostrado a los Torra, Puigdemont, Aragonés y Rufián de turno que su nacionalismo económico no es tan suyo como parece, y no entiende de fronteras ni de quimeras independentistas. Por si no se habían dado cuenta ya de que el dinero no tiene patria. Pero habrá que ver como se presenta una mesa de diálogo en Cataluña más a cara de perro que nunca, en la que además de la infidelidad con ERC por el cortejo presupuestario a Inés Arrimadas, a los independentistas les han tocado donde más les duele, en el bolsillo y su sagrada Caixa.

A nivel nacional, va a ser cuando menos interesante y hasta gracioso, ver como se estructura desde Moncloa la leyenda de que las ayudas a Bankia (y a todos los bancos si hacemos caso a Podemos) hay que devolverlas. Un rescate como el que se aplicó tras la crisis financiera pasada, por más culpables que se quiera buscar, es un dinero que no se aporta para ser devuelto, sino para evitar una debacle aún mayor que la que había. Se podía haber dejado caer Bankia y, con ello, tirar por la alcantarilla los ahorros y el futuro de miles de personas, no solo de esa entidad, sino de otras muchas (sobre todo cajas de ahorros politizadas al estilo Iglesias) que con esa misma medicina habrían caído como chinches. Si el dinero de todos sirvió para frenar la riada que venía detrás, está bien que se recupere ahora lo que se pueda, pero exigir hasta el último céntimo y hacer de ello un ‘casus belli’ de justicia social contra los ricos, es no entender nada sobre como funciona un sistema financiero que, aunque nos pese, permite que todos podamos ahorrar, comprar coches, pisos, irnos de vacaciones y pagarnos cosas que, sin los bancos, jamás tendríamos. Seguro que muchas de ellas no nos hacen falta, pero siempre gusta tenerlas y disfrutarlas, incluso a los de Podemos.

Visto así y a la espera de los acontecimientos políticos y empresariales que cierren esta especie de ‘fusión de España’, solo hay una duda que nadie puede resolver y sobre la que no se si merece la pena volver. ¿Qué habría pasado si hace nueve años le hubieran dejado a Rato y Fainé dar este paso? ¿Habríamos ganado tiempo, nos habríamos ahorrado trances como el del procés y juicios mediáticos como todos los de Bankia? ¿Habría sido mejor o peor para todos los españoles? 

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