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Hospitales, juzgados, residencias... fondos de pensiones responsables y 'verdes'

Dos jubilados.
Hospitales, juzgados, residencias... fondos de pensiones responsables y 'verdes'
Imagen de Gundula Vogel en Pixabay.

Si tenemos en cuenta que los mercados que mueven las grandes inversiones de un lado a otro del mundo funcionan sobre todo por expectativas, no es difícil advertir que lo que está ocurriendo ahora en las bolsas anticipe lo que va a ocurrir en la economía, más o menos, dentro de seis meses. Eso es lo que suelen decir los expertos que gestionan ese tipo de inversiones y que están siempre buscando a los valores y activos “campeones”, que han superado la pandemia sin amenaza de quiebra y prometen rentabilidades a largo plazo. Lo sencillo en ese escenario es pensar en los sectores a los que les ha ido medianamente bien en la crisis (farmacéutico, sanitario, logística, alimentación, telecomunicaciones, comercio electrónico, etc…) y olvidarse de poner, por ahora, el dinero en todo lo que tenga que ver con el turismo, las aerolíneas, la hostelería o todas las actividades azotadas por el parón doméstico y de consumo que provoca el virus.

Lo curioso cuando te sientas con media docena de expertos en inversión a largo plazo, que pueden dar una idea de cómo van a cambiar las cosas el año que viene, es ver que se está abriendo paso (tal vez de nuevo) un tipo de inversión que nos hace más humanos a todos y por la que apuestan los grandes fondos mundiales: los activos socialmente sostenibles y los proyectos gestionados con valores humanos, que además de ganar dinero, abren una ventana para devolver a la sociedad parte de lo que de ella han aprovechado. Ya no es solo la famosa RSC de hace dos décadas, es apostar por poner dinero del llamado ‘especulativo’ en negocios que gestionen o tengan infraestructuras sociales a cargo, como un juzgado de menores, los activos de una red de hospitales, centros penitenciarios, colegios e instituciones educativas y hasta residencias de estudiantes. Además de las empresas que apuesten por modelos que apoyen problemas sociales, como las viviendas en ‘built to rent’ ante la carestía de los alquileres o cualquier opción que deseche el petróleo y abrace la economía ‘verde’.

No hay que olvidar que esa tendencia general a lo sostenible se va a compaginar con un mapa económico mundial donde China, que es la única economía que ha salido de la pandemia y ya crece (al 2%), va a jugar un papel definitivo, sobre todo si se suaviza la relación comercial con la nueva américa de Joe Biden. Además, hay quien asegura que China ya no copia, ahora produce e investiga con alto valor añadido y es capaz de asegurar su crecimiento con su propio consumo interno, y eso sí que es un cambio importante a largo plazo.

Evidentemente, esas tensiones seguirán y Europa tendrá que reinventarse para definir su papel en ese nuevo mapa, pero se puede pensar que, de alguna manera, la pandemia y el sufrimiento de la población mundial ha llegado hasta lo más profundo (y lo que queda) y ha tocado un poquito al corazón frío y calculador del dinero que no se ve y que mueve el mundo, para darle un toque de humanidad, aunque sin olvidar que su máxima es el beneficio y la rentabilidad. Es curioso ver a un fondo coreano o norteamericano poner una parte de su dinero en empresas que tienen un juzgado o un hospital entre sus activos, en busca de una rentabilidad social que, no por ser intangible, deja de ser un valor al alza. Esa inversión ASG (con criterios medioambientales, sociales y de buen gobierno corporativo) ya está disparada y vamos a ver mucho más a lo largo del año que viene. Con suerte, de forma paralela a la llegada de las vacunas, la recuperación de la economía y la minimización del maldito Covid.

Paradójicamente, una de las claves que tiran de esa humanización de las inversiones a largo plazo son los fondos de pensiones, que el Gobierno de coalición ha puesto en el punto de mira para eliminar los incentivos fiscales que han hecho atractiva esa apuesta para los particulares, para potenciar su actividad en los llamados fondos de pensiones de empresa. La deducción se va a dejar en la cuarta parte para quienes aparcan su dinero hasta cumplir la edad de jubilación para complementar las denostadas pensiones públicas, pero lo grave de esa cuestión es que se ha hecho con saña, con carga ideológica más que con racionalidad económica. Ese es precisamente el error que ahora no se debe cometer a la hora de plantear los fondos de empresa, para dejar margen en su gestión a la iniciativa privada, que son los profesionales que saben de verdad por donde se mueve la rentabilidad y las expectativas, sin la ceguera del cortoplacismo político.

Un gran fondo de empleo gestionado solo por los poderes públicos y sin otros gestores que lo profesionalicen es un riesgo que no merecemos correr los ahorradores, porque quieras o no, ese fondo se llena con el dinero que gana la gente trabajando, no los políticos con su demagogia. Tampoco hay que inventar nada. En el mundo anglosajón o economías como la alemana o la francesa nos llevan tres décadas de ventaja en este tipo de instrumentos financieros y funcionan bien. Por eso se vienen los ingleses y los alemanes jubilados a vivir a la costa española. Lo único que hay que hacer es no equivocarse con la ceguera política que ataca a la iniciativa privada con justificaciones puramente ideológicas. El dinero no funciona así y, mal que bien, nos produce bienestar a todos, de izquierdas y de derechas.

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