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Ignorancia es pensar que los empresarios se bañan en billetes de quinientos

La secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra
Ignorancia es pensar que los empresarios se bañan en billetes de quinientos.
Europa Press

Escuchar a algunos líderes de la izquierda radical de este país que, por azares del destino, han tenido la carambola de sentarse en el Consejo de Ministros, cuando hablan de algunos de los grandes empresarios que sostienen la economía, es de vergüenza ajena y roza la ignorancia más absoluta, no solo por no entender quiénes son de verdad esos empresarios y lo que hacen, sino por desconocer del todo cómo funcionan las reglas económicas básicas del país en el que viven. La única y dudosa razón que se encuentra para intentar explicar esos exabruptos caricaturescos sobre los miles de millones que se supone que ‘amasan’ los ricos cada día, está en la tremenda debilidad política que sufre la formación morada, que necesita entrar en el sarcasmo y la descalificación para hacerse oír, porque de lo contrario pasarían desapercibidos. Hace un año era lo de no comer chuletones y ahora los billetes de quinientos. Por suerte ese tipo de estrategias tienen el recorrido muy corto y la ignorancia que las sustenta sale a la luz y desmorona el argumento a la primera de cambio.

Siempre es doloroso echar al Euromillones y que no te toque, o ver como los bancos baten récords de ganancias y no nos perdonan parte de la hipoteca o nos remuneran mejor los depósitos. Sobre todo porque a la vista de cómo han crecido sus ingresos al hilo de la subida de los tipos de interés, seguro que en algún rincón en forma de provisiones hay más colchón de beneficios por si hace falta echar mano de ellos. Pero no perdamos la perspectiva, tampoco es normal tener los tipos a cero y el Euríbor en negativo. Estábamos muy malacostumbrados y se nos han olvidado los tiempos duros, en los que una referencia al 3% era una ganga. Durante la crisis inmobiliaria de 2008, cuando todos creíamos que éramos ricos porque teníamos un piso en el centro que valía más cada día hasta que explotó la burbuja, los bancos perdieron cientos de miles de millones que no han recuperado, y tuvieron que ser rescatados bajo riesgo de que toda la economía del país se cayera de bruces.

Ni Ana Botín ni Carlos Torres ni nadie de su nivel de mando en las grandes empresas de este país gana miles de millones cada año. Ya les gustaría. Sí lo hacen sus empresas, que sostienen a miles de trabajadores y a sus familias, pagan miles de millones en impuestos y reparten dividendos millonarios a miles de accionistas. La gran banca ganó casi 20.000 millones el año pasado, después de ejercicios muy duros en los que el negocio típico de recoger depósitos y dar créditos ha estado bajo mínimos o en negativo, pero también se han dejado en impuestos una cantidad total superior a la tercera parte de esa cantidad, además de las aportaciones a la Seguridad Social de los 135.000 empleados que tiene. Solo el señor Roig, en Mercadona, se acerca a los 100.000 trabajadores, a los que no dudó en subir el salario de acuerdo con la inflación desde el primer momento, para que no perdieran poder adquisitivo. Banca, distribución, energéticas, construcción, logística, etc… en todos los sectores hay grandes compañías que hacen de tractores de la economía, sin los cuáles el motor económico del país, y de los dos millones de pymes y autónomos que forman el tejido productivo español, estaría gripado o muerto.

Masacrar a base de demagogia a la clase empresarial en España es algo que siempre ha sido muy peligroso desde el punto de vista político. Básicamente, porque se tiene muy poco que ganar y mucho que perder. Al líder de la oposición le ha faltado tiempo este domingo para hacerse con la autopista que le ha dejado Sánchez y su guerra política a los empresarios, para hacer ver que su formación es la que marca el camino más sensato para los próximos años. El mensaje político, que había perdido la parte del PP, vuelve a ser un argumento para azotar a un PSOE al que le pesan demasiado los lastres de Podemos y su desesperación ante dos citas electorales en 2023 que pueden ser muy duras de digerir, con Sánchez a un lado y Díaz al otro.

Las grandes empresas de este país, por el momento y hasta que una revolución nos lleve a la ‘dictadura del proletariado’ o su concreción social en los tiempos que corren, son entidades sistémicas. Si ellas caen, caemos todos. Sin bancos, una gran parte de los españoles no tendríamos casa ni tele. Sin supermercados que ajusten el margen y amortigüen la subida de precios de los alimentos en origen que causaron los precios de la energía y los carburantes, volveríamos a las cartillas de racionamiento. Sin energéticas, nada nos va a funcionar en casa y, sin renovables y las grandes inversiones que necesitan en plena transición ecológica, nos cargamos el país y el planeta. 

Las grandes empresas son necesarias y para ajustar el posible exceso de beneficios que tengan está la ley, aunque sea a través de impuestos de difícil justificación jurídica cuyas consecuencias a largo plazo en los tribunales van a pagar los de la próxima generación. Si el socialismo no reacciona a tiempo y demuestra que la social democracia o la “justicia social” que predica su líder, no tienen por qué estar reñidas con el capital y sus efectos beneficiosos para el bienestar de todos si se manejan de forma inteligente, caerá en las urnas condenado por la gran ignorancia de quienes piensan que los ricos se bañan en billetes de quinientos

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